miércoles, 31 de octubre de 2007

Procesos de identidad (Opinión).



De todos es sabido que los procesos de identificación requieren de otro, que objetivándonos en su aprehensión, nos autobjetive en nuestro conocimiento de su actividad intelectiva. Se pueden citar numerosos ejemplos nacionalistas, de estamentos deportivos, de afinidad de marca que demuestren cómo se depende del otro, incluso en algo que parece sumamente egocéntrico, para nuestra construcción. El estructuralismo iba por ese camino (recuerdo el final del hombre de Foucault). Y la crítica kantiana al individualismo cartesiano ya escondía la urdimbre intersubjetiva que se vislumbraría en la razón pura práctica y su reino de fines - la famosa dignidad fichteana. Todo ello no dejaría de ser un tema filosófico sino fuera porque el proceso de autoidentidad política, de comunidad e incluso de cultura, lo convierte en un problema de marcado talante ético.
En España está de moda esta discusion. Siempre he creído que el vacío educativo político-ético que el franquismo supuso dió origen a una generación políticamente perdida, que sólo supo ver en la democracia el futuro cumplimiento de su racionalidad estratégica (que cumpliría, en definitiva, la racionalidad weberiana de medio fines, facilitando la entrada del elitismo político de Schumpeter, y la aparición de tecnócratas prefesionales caídos en el neoliberalismo) y nunca acceso a un mundo políticamente mejor en el que ya no se creía y que era considerado utópico por aquellos que en su vida sólo supieron aprender a "tirar a fin de mes". Tal afianzamiento a las circunstancias de a pie ha teñido de conservadurimo a la política española, para caer en procesos de identificación amigo/enemigo austentados en metanarrativas arcaicas sin ningún sentido.
De ello nos salvaba, ab initio, la posmodernidad reclamada por Lyotard; que ahondaba en la crítica a las metanarrativas o sistemas dialécticos metafísicos, pero que en su anverso parecía abandonarnos al desconsuelo político (el correlato del duelo de Dios Nietzscheano típicamente alemán, dirá Rorty). A ese pretendido anarquismo se opone Habermas. Opuesto filosóficamente a Rorty, pero no políticamente; y en ambos sentidos al pensamiento francés contemporáneo.
El peligro que se ha realizado en la sociedad es la admisión del nihilismo filosófico - reflejado en una vuelta conservadurista a la técnica por parte de aquellos educados en el humanismo ilustrado, democratizados por ello con los no educados en ningún ámbito - y, al mismo tiempo, la vuelta a atrás a procesos de identidad escolásticos, indiscutibles - producto directo de una economía emotiva, de un comunitarismo tradicional (McIntyre, Gadamer) que es totalmente inconsecuente.
La filosofía del presente, inadecuada para juzgar el pasado porque simplemente ya no le importa, junto a la des-responsabilización política habida en una tecnocracia economicista acoge en sus fauces los vicios de la posmodernidad pero no sus virtudes. El postcapitalismo avanzado de Jameson termina en una metafísica de economía de esfuerzos harto peligrosa.
No eres español sino cantas el himno, no eres catalán sino eres del barça... estulticias ridículas excepto en su fondo. Metáfisica impuesta por los sistemas de poder (Foucault).

martes, 30 de octubre de 2007

Suicidio perfecto. Petros Markaris.


De una novela negra poco puede decirse en un espacio como éste. Me repetiré afirmando que Markaris logra ser original en un género en el que muchos por querer innovar acaban repitiendo.
La trama es buena. Con algún pequeño vacío que todas estas novelas dejan: algo creo que les es congénito.
Sin embargo el autor logra que nos identifiquemos con los personajes. Entramos en la vida familiar del protagonista, y sentimos el cariño y el odio que la rutina matrimonial genera.
Me gusta.

lunes, 22 de octubre de 2007

La senda del perdedor. Charles Bukowski.


Vuelvo a mis andadas barriovajeras con este librito autobiográfico - como casi todos - de Bukowski. Me quedé con ganas de ahondar en su jodida infancia con los dos últimos relatos de su último libro leído, y a fe cierta puedo decir que lo he hecho. Quizá sea el libro suyo que más me ha gustado. Todos sabemos lo escandalosa que es una primera lectura de este borrachuzo, y como nos llama su mal vocabulario y sus historias de mujeres desesperadas y botellas de cerveza: me gustó atisbar bajo esa urdimbre de prosa directa, y muy válida - tampoco nos quedemos en una lectura meramente adolescente - un arraigo, una explicación consciente de su tirantez y su frialdad. Ser el hombre congelado: esa quietud, ese egipticismo derivado de un desasosiego profundo, causa directa y consciente - por parte de Bukowski - es lo que encuentra explicación en este libro directo, de lectura rauda y prosa vigorosa.
Escrito en primera persona como siempre, capítulos breves: vértigo de acción; y un retrato fiel de la urdimbre social de los Estados Unidos de preguerra y en total depresión del 29. Me recuerda levemente al libro autobiográfico de Fante reseñado en este blog. Quizá se trate de su texto más contribuyente: un escrito que supera el (no)proyecto personal del propio autor para describirnos un mundo - o tendría que decir submundo - mediante imágenes biográficas que retratan fielmente un espacio y un tiempo que nos es lejano. Lo más destacable, y lo que salta primero a la vista, es el tétrico ambiente familiar en el que Bukowski creció. Los malos tratos recibidos por un representante encomiable de una dialéctica totalizante, de un sistema de poder familiar de lo más anclado en la célula familiar, es decir: su padre; junto a él, una madre silenciada, alienada en una adoración opiácea de la figura matrimonial. Todo ello configura un ambiente asfixiante en el que la biblioteca pública será la única luz de un mundo que falla.
Creo que la gracia de Bukowski es esa. La plena conciencia de su egipticismo nihilista. ¿Se atisba en él aún un duelo por Dios como, por ejemplo, pasa en Nietzsche? ¿O ya supera esa atrición para ahondarse en plena posmodernidad desencantada? No. No la supera. Y ese dolor, esa tensión plenamente consciente - lo repito porque no hay lectura psicoanalítica de ello - es lo que proporciona una lectura trágica de sus textos.
Buen libro. A lo mejor no el primero para entrar en Bukowski, pero sí el central de cuanto de él he leído.
Anagrama, como siempre.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Viajes con Herodoto. Ryszard Kapuscinski

En este mismo blog introduje hace un tiempo una reseña sobre Lapidarium IV de este mismo autor. Ese libro fue de mi agrado y me atreví a entrometerme más en su obra. Me gustó su lectura fácil, su equilibrio entre cierta exigencia intelectualoide, o mejor decir: responsabilizante, y esa sencillez de la escritura de reportaje.
Viajes con Herodoto me ha decepcionado. No es que sea mal libro, o esté mal estructurado, que a veces lo está, sino que simplemente creo que no dice nada. Es curioso que un libro que en principio tiene que servir para viajar con Kapuscinki sea al final un viaje con el mismo Herodoto, curioso que lo que tendría que ser la excusa se convierta en lo más válido del libro. Algo que no se busca como lector, y algo que el autor no está del todo capacitado para ofrecer. Ya observé en Lapidarium IV cierta manía a dogmatizar, a esgrimir enunciados con toda la pachorra. No estoy diciendo que diga todo mentiras - al contrario dice cosas con mucho sentido - pero sí cae en errores de bulto.
Acierta por ejemplo cuando escribe: " Y que hay que conocerlos (se refiere a otros lugares y gentes) porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los que vemos reflejada la nuestra (cultura). Gracias a esos otros mundos nos comprendemos mejor a nosotros mismos, puesto que no podemos definir nuestra identidad hasta que no la confrontamos con otras". Gran verdad enunciada y sobre todo encubierta en toda actividad antropológica, y tan bien explicitada por Javier San Martín. Quizá esa sea la epifanía del libro, y parte del motivo por el cual Herodoto está de moda.
Con ello entramos en algo de vital importancia. Y es el reino de fines Kantiano y la dignidad fichteana. El como el respeto y la libertad que lo cimenta nunca pueden ser absolutos en cuanto entes estancos, sino que se dan, se nos donan, en una urdimbre intersubjetiva, que al mismo tiempo que los posibilita nos los hace objeto de posible aprehensión. También cobra relieve el concepto de los contrario griegos; el otro nos hace a nosotros, y seguramente su destrucción facilite la nuestra propia. Cuando atisbamos diferencias culturales es porque disponemos de un mismo paradigma en el que captarlas. Y ese paradigma que nos separa, al mismo tiempo nos une. Comprender esto es de vital importancia para entender los derroteros de toda filosofía actual: colmada en un mar de intersubjetividad, que siendo o no transcendente nos pueda dar un marco adecuado de actuación ético-política.
En cuanto a este libro poco más. Sencillo, legible, sugerente quizá. Pero algo entre autobiografía, libro de viajes, diario intelectual, tantas cosas quiere ser que no acaba siendo ninguna.

jueves, 4 de octubre de 2007

La filosofía hoy. Javier Muguerza y Pedro Cerezo, editores.


Gran libro. Puedo decir, sin ninguna duda, que estamos ante uno de los mayores esfuerzos editoriales llevados a cabo en España por parte de la filosofía más seria. Artículos de Celia Amorós, Félix Duque, Cafarena, Acero, Adela Cortina, Victoria Camps, Javier Echeverría, Reyes Mate, Jesús Mosterín, Jacobo Muñoz, Manuel Cruz... Todos ellos hacen que el repaso a la filosofía contemporanea, objetivo del libro, se haga desde una atalaya de lo más privilegiada. Obviamente no puedo hacer más reseña que ésta. Y decir, también, que supone una aproximación acertadísima al batiburrillo de corrientes filosóficas que invaden este principio de siglo - aunque el libro sea de finales del anterior.
Entre tantos artículos unos destacan más que otros... particularmente me han gustado especialmente el de Echeverría - un santo de mi devoción - el de Celia Amorós - en ámbito existencialista - y Adela Cortina - otra santa. Menos el de Mosterín, en el que parece más hacer apología de sí mismo que limitarse a describir, y el de Félix Duque, que quizá quiera decir más de lo necesario en tan pocas páginas. El círculo de Frankfurt, la ética anglosajona (Rawls Vs Nozick), la filosofía analítica y del lenguaje (Desde Frege, Rusell, Wittgenstein, Kripke, Austin, Karnap, Searle, menos tratados Davidson, Putnam), la fenomenología que desde Husserl, accede al pensamiento francés de la mano de Heidegger, el desconstruccionismo de Derrida, etc, etc.
En definitiva: un libro barato, si tenéis la oportunidad de coger la edición del 30ª aniversario de Crítica, que os puede acercar, a quien no lo esté ya, a la filosofía actual, y a quien lo esté, servir de guía de autores y corrientes.
Muy recomendable para todo aquel con cierto bagaje mínimamente cultivado.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Cosecha roja. Dashiell Hammett

Vuelta a las andadas con otra novela negra - género que cada día me gusta más. Y esta vez de mano de uno de sus grandes maestros junto a Chandler. Poco se puede decir de una novela de este tipo. Que se devora, que se consume, formas manidas de querer decir que simplemente me ha gustado. Interesante el fondón detective; quizá menos interesante la típica manía de muchos autores de resolver casos en un alarde de picaresca anunciado en diálogo; obviando que se sigue psicológicamente al personaje/narrador excepto en el desenlace. Una forma quizá excesivamente brusca de dar salida a una trama complicada expresamente.

Los confidentes. Bret Easton Ellis


Vuelvo, como los pocos lectores de este rincón se habrán percatado, a rescatar otra novela de Easton Ellis. No es de extrañar debido a la impresión positiva que tube con Leyes de atracción. No sé por qué caigo en la novela norteamericana con excesiva asiduidad. A veces creo pensar que lo alternativo en EUA no tiene otra salida que el ámbito menos mercantilista de la literatura (a exceptuar los autores comerciales por excelencia).
También siento una curiosidad innata por aquel país. Sus calles anchas, sus polígonos enormes repletos de chatarra a lo Ballard. Todo configura en mí una expectación a la hora de cómo gestionar tal cúmulo de despropositos.
El relato - ¿o debería hablar de relatos? - se ejecuta en primera persona. Y muestra muy a las claras el total nihilismo y desencantamiento de la clase pudiente californiana. El libro recorre varias vidas entrelazadas entre ellas: con una prosa ágil que roza en ocasiones lo absurdo. Pero un absurdo anhelado en una sociedad y clase obcecada en la tranquilidad hallada en valiums y ociosidad menesterosa de droga. Y que en ocasiones dialoga sin las mínimas circunstancias de una situación de habla ideal. Queda de más decir que se trata de un libro crítico, deprimente en su aparente hedonismo absurdo, y que roza lo insultante para determinada tipología personal.
Mi particular opinión es que se trata de un reflejo tan sumamente indecoroso de esa clase que no puede resultar menos que apetecible. En su debe queda, a mi parecer, una crítica más profunda del quietismo conservadurista burgués. Algo que no se trata en el libro, ya que Ellis tan sólo ahonda en la clase más pudiente; cuyas mayoritarias actuaciones son - en su gran medida - de un absurdo tan claro que se puede identificar al infantilismo más común, y que por tanto es de fácil crítica y exégesis.
El libro puede leerse en clave postomodernista. No estará muy lejos de F. Jameson y sus grandes centros comerciales como icono de la desvalorización, pérdida de todo fundamento axiológico, que termina en el filo del presente como lo único concebible, y el carpe diem en el que el dinero es un importante pilar.