miércoles, 2 de febrero de 2011

El problema de la estética.

El problema de la estética es seguramente su pertinencia a la hora de ser solución. Recuerdo la lectura de la Estética como ideología de Eagleton. En ese tiempo leía también a Foucault, que procedente de Nietzsche, me hizo ver la posibilidad satisfecha de ejercer poder mediante estamentos puramente conceptuales. Ello como digo ya procedía de la gramaticología de Nietzsche en su hacer genealógico. El poder, pues, no se ejerce desde una atalaya hobbesiana de espada y mando, sino, todo lo contrario, mediante una ideología (otra sospecha marxista) que hoy en día cuaja en la ideología de la imposibilidad de ideologías, que no es más que la ideología más peligrosa. Sonará Fukuyama y el fin de la historia. No es extraño pues que la filosofía haya visto mermada su presencia en el sistema educativo que únicamente adquiere tintes criticistas desde, otra vez, una posición estética, para nada profunda. La diferencia indistinta de Sloterdijck. Y a mí particularmente eso me aterra. Los niños y niñas listas de hoy en día pretenden ser sólo Tabulas rasas que reflejen una información abrumadora sin ningún afán de curiosidad innata, o mejor dicho, sin dosis de perplejidad, de sorpresa, ya que todo parece solucionable. Obviamente un Todo que ya deja fuera de escena cualquier dosis de crítica praxiológica. La ética pues como el sentido común tan prolijo en la ética anglosajona, que de común que se hace cae de nuevo en una óntica radical que separa de nuevo en esferas pivotantes. La ontología del movimiento, el gerundio del Ser, deja su lugar a las arborescencias de siempre. En el estás fuera o dentro. Curioso pues que aquí pudiera aparecer Foucault y su Historia de la locura.
Las asignaturas actuales encaradas a una funcionalidad sin discusión del "para qué tienen que funcionar" son el reflejo inmediato de la no-ideología dominante. Un capitalismo avanzado que tiene el descaro de reconocer sus carencias sin el peligro de ser mermado en una discusión en la que no entra, una discusión que no puede perder. Ello hace muy cotidiana la falacia capitalista-financiera de hoy en día. El apadrinar niños mientras tu dinero exige la multinacionalidad aberrante de empresas sin escrúpulos. O lo que es lo mismo. Apadrinar al hijo al que tú mismo dinero dejó huérfano. Tal difuminación de responsabilidades provoca la pura inconsciencia de nuestro propios actos. Parece mentira que en el mundo de los hechos - patética muestra, aunque sea divertida, en la filosofía de la serie House - no se caiga en que la fluidificación del capital provoca la no-visualización de nuestros propios actos. De ahí que yo mismo caiga en la bagatela terminológica de preferir fraternidad a solidaridad, ya que ésta puede ser tan sólo el reverso de la misma moneda que en la cruz refleja el capital financiero de todos.
La imagenería de Debord, visible en el arte de Warhol, nos muestra cómo la pátina esteticista recubre todo sin dejarnos ver más allá. Ese ver más allá, y más adentro es la tarea de la filosofía.