viernes, 13 de mayo de 2011

A partir de Groan.




Acabo determinar el libro Titus Groan de Mervyn Peake. Un libro anclado en el naturalismo surrealista, en la fantasía al servicio de lo real. Pues Peake describe lo real en un registro imaginado, y que sin embargo nos transporta a plena problemática humana. La novela termina con la frase que he puesto de cabecera. El mañana es también un día: algo que le viene como anillo al dedo a mi cruzada por recuperar a Bloch en pleno proceso posmoderno, algo así como predisponer la esperanza a la supervivencia dentro del capitalismo avanzado. Algo que parece falible pero no imposible. Es curioso como Peake utiliza la literatura fantástica para la crítica encarnizada. Algo fuera de lugar en un género que mayoritariamente tiene un tinte conservador. Recuerdo el comentario de Fredric Jameson (por cierto ya tengo su libro sobre el Marxismo tardío y Adorno) respecto a la nostalgia reaccionaria que La guerra de las galaxias tenía hacia los valores feudales y caballerosos que, todos sabemos, guardan en sus fauces una ideología implícita de herrumbre estamental y de clase. ¿No resulta descorazonador que la ciencia ficción tenga más de edad media tecnologizada que de futuro abierto? El consuelo metafísico - o su pérdida, algo que tanto hizo sufrir a Nietzsche, por ejemplo - ¿no debería tener precisamente en su capacidad de fuga (Deleuze, Fontana) su mayor posibilidad? Y obviamente se trata de un deber ilustrado, y si se quiere supercivilizatorio , diría Patoçka; y de una posibilidad totalmente sesgada hacia la herejía blochiana. Aquella Heimat (patria, terruño, tierra natal - algo muy lejos pues de la patriotería castizo-española o la blaugrana-unidimensional-catalana) en la que aún nunca se ha estado. ¿O no será que la ciencia ficción tiene aquello de lo que tantas veces se ha hablado? ¿Un marcado talante antiutópico? 1984 y un mundo feliz son una fiel muestra. Si fuera así el resguardo metafísico termina pues por imponerse como una imposibilidad de escapatoría, por lo que la ciencia ficción se enclaustra en una visión pesimista del futuro en cuanto algo inevitable - otra señal de que la esperanza ha resultado ser inasible y falible por propia esencia (y aquí hablo de esencia ya que estamos en la visión casposa de la metafísica). Nos queda pues la tarea de concebir de nuev0 una metafísica de fuga. Y todo ello tras el fin de la historia proclamado por Fukuyama, dicho sea entre nosotros: un fin de la historia que delata una corteza de miras increíble. A fin de cuentas una metafísica, que no tiene por qué ser plenamente dialéctica, pero que sí debe recuperar, en aras de una mayor democratización y sobre todo humanización (voilà, sigo siendo moderno) el tête à tête entre marxismo y pensamiento de la diferencia, y todo ello bajo el velo de un devenir mejor, y al mismo tiempo no inhumano. Esto es: bajo la égida de Benjamin, que nos enseñó que el progreso no es tal (o que sí lo es y por eso debemos escupirlo de nuestro léxico) si desmerece a los vencidos. Ello, pues, también obliga a la posibilidad de la recuperación del αιον presocrático, como instante supremo, recuperación del ahora, y que a mí entender funde a la ética con la esperanza en la verticalidad de lo eterno.

sábado, 12 de marzo de 2011

Sobre una frase de Baudrillard.

El otro día, en una de aquellas fotografías que nos arrastran a los pasados vividos, leí una frase de Baudrillard re-escrita por mí mismo. Ahora creemos en quien cree. ¿Qué significa confiar existencialmente en quien cree? ¿Es lo posmoderno - me niego a hablar de posmodernismo a secas - una aventura aún anclada en lo moderno? Ya sabemos que muchos son de esa misma opinión, y reconozco que yo cada vez me resisto menos a ver en lo posmoderno un toque de atención crucial no obstante y necesario, pero a fin de cuentas un movimiento sospechoso, de ahí que nos proclamemos hijos de Nietzsche, pero no por ello no enclaustrado en plena Aufklärung. Creo que el pensamiento de la diferencia posee como mejor recompensa el debilitamiento de la racionalidad occidental y la fortaleza de la resistencia a la imposición de verdades alienadoras - o aliñadoras como escuché graciosamente en Museo Coconut - al mismo tiempo que define al ser humano como un ser en pleno devenir; o lo que es lo mismo: Vattimo, Foucault, Deleuze. Debo reconocer que la sentencia de Habermas definiendo a los franceses como jóvenes conservadores me da mucho que pensar. ¿Es lo posmoderno la nueva forma estética que adopta el capitalismo avanzado? ¿Hay alguna posibilidad de aunar la utopía blochiana con la diferencia?
Creemos en quien cree porque siempre seguimos aguardando una patria, como patria soñada despierto, en el que caminar erguidos y ser y no ser nosotros mismos. Es curioso como la Filosofía mejora precisamente cuando decide ser débil. Por eso el filósofo calla tanto hoy en día, y no eleva su voz. Primero porque apenas puede balbucear, y segundo porque se debate entre una filosofía propia debilitada y una racionalidad fálica aglutinante de la diferencia indistinta.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El problema de la estética.

El problema de la estética es seguramente su pertinencia a la hora de ser solución. Recuerdo la lectura de la Estética como ideología de Eagleton. En ese tiempo leía también a Foucault, que procedente de Nietzsche, me hizo ver la posibilidad satisfecha de ejercer poder mediante estamentos puramente conceptuales. Ello como digo ya procedía de la gramaticología de Nietzsche en su hacer genealógico. El poder, pues, no se ejerce desde una atalaya hobbesiana de espada y mando, sino, todo lo contrario, mediante una ideología (otra sospecha marxista) que hoy en día cuaja en la ideología de la imposibilidad de ideologías, que no es más que la ideología más peligrosa. Sonará Fukuyama y el fin de la historia. No es extraño pues que la filosofía haya visto mermada su presencia en el sistema educativo que únicamente adquiere tintes criticistas desde, otra vez, una posición estética, para nada profunda. La diferencia indistinta de Sloterdijck. Y a mí particularmente eso me aterra. Los niños y niñas listas de hoy en día pretenden ser sólo Tabulas rasas que reflejen una información abrumadora sin ningún afán de curiosidad innata, o mejor dicho, sin dosis de perplejidad, de sorpresa, ya que todo parece solucionable. Obviamente un Todo que ya deja fuera de escena cualquier dosis de crítica praxiológica. La ética pues como el sentido común tan prolijo en la ética anglosajona, que de común que se hace cae de nuevo en una óntica radical que separa de nuevo en esferas pivotantes. La ontología del movimiento, el gerundio del Ser, deja su lugar a las arborescencias de siempre. En el estás fuera o dentro. Curioso pues que aquí pudiera aparecer Foucault y su Historia de la locura.
Las asignaturas actuales encaradas a una funcionalidad sin discusión del "para qué tienen que funcionar" son el reflejo inmediato de la no-ideología dominante. Un capitalismo avanzado que tiene el descaro de reconocer sus carencias sin el peligro de ser mermado en una discusión en la que no entra, una discusión que no puede perder. Ello hace muy cotidiana la falacia capitalista-financiera de hoy en día. El apadrinar niños mientras tu dinero exige la multinacionalidad aberrante de empresas sin escrúpulos. O lo que es lo mismo. Apadrinar al hijo al que tú mismo dinero dejó huérfano. Tal difuminación de responsabilidades provoca la pura inconsciencia de nuestro propios actos. Parece mentira que en el mundo de los hechos - patética muestra, aunque sea divertida, en la filosofía de la serie House - no se caiga en que la fluidificación del capital provoca la no-visualización de nuestros propios actos. De ahí que yo mismo caiga en la bagatela terminológica de preferir fraternidad a solidaridad, ya que ésta puede ser tan sólo el reverso de la misma moneda que en la cruz refleja el capital financiero de todos.
La imagenería de Debord, visible en el arte de Warhol, nos muestra cómo la pátina esteticista recubre todo sin dejarnos ver más allá. Ese ver más allá, y más adentro es la tarea de la filosofía.