miércoles, 11 de julio de 2007

Memorias del subsuelo. Fiódor M. Dostoievski


Dostoievski fue uno de los grandes autores que leí ya hace mucho tiempo, en una adolescencia aferrada a viejas novelas clásicas. Por aquel entonces, ya hace más de doce años de eso, leí Crimen y castigo, Los Demonios, Los hermanos Karamazov, El idiota, Noches blancas y El jugador. Lo deboraba con ansia, con una sed de letra nueva y literatura de ambientes extraños e idos (siempre he sido un poco taoísta en lo referente a lo de viajar sin salir de casa) que me alejara de un mundo que no compartía del todo. Hoy por hoy sigo sin compartir muchas de las dialécticas mundanas que nos rodean, y sigo anhelando huir de la desvalorización (tipo Weber) que no termina en una posmodernidad intersubjetiva como la filosofía quiere, sino en una idolatría hacia pequeñas metafísicas logradas en la autocreación más mal entendida. No tenemos valores pero sí metafísicas. Ídolos hipostasiados que justifican perpesctivas de lo más ruines - proyectos personales que no tienen en cuenta, para nada, el marco común que los posibilita.
Memorias del subsuelo es un gran libro. (Algo que me separa de la lectura de Nabokov, que tampoco soporta a Faulkner, por ejemplo). Y la edición que he tenido el lujo de disfrutar - la de Cátedra - es una auténtica maravilla. Como siempre en sus publicaciones dispone de una introducción de Bela Martinova a la que no tengo el gusto de conocer, pero a la que debo felicitar sobre manera. Un prólogo genial que ya merece por sí sólo una lectura.
Temáticas como la del proyecto común no racionalista/ilustrado, algo conocido como "obhsina", sentimiento de comunidad rural (¿Patria de Bloch?) y la razón funcionarial, más mecanicista y enajenada, son parte del subrepticio paradigma en el que se mueve el monólogo del protagonista. Monólogo del que si exceptúamos las formas amaneradas propias del siglo XIX, podemos resaltar su gran modernidad, su descaro y sinceridad.
Como gran libro, la trama es lo de menos. (Sobre todo si pensamos que se trata de Dostoievki y que la calidad está asegurada). Es una declaración en toda regla del antihéroe por excelencia - el funcionario ruso que lleva a pies juntillas la racionalidad que la tabla de grados impuesta por Pedro I impone. Dostoievski - el mismo en proclamar la muerte de Dios - se adelanta, aunque llevado por otros caminos, a la crítica que mucho más tarde explicitaría el círculo de Frankfurt, y que en Nietzsche tiene un inicio.
Es un libro corto, barato, devorable. Sinceramente - junto a la introducción, incido en ella - es de los mejores ejemplares que me he encontrado últimamente.
Gracias B. por regalármelo.

domingo, 8 de julio de 2007

Mientras agonizo. William Faulkner



Leer a Faukner es una de los mayores placeres que uno puede encontrar en un libro. He leído ya algo de él , el Villorrio; Absalom, absalom!; gambito de caballo; el ruido y la furia. Pero no había disfrutado tanto de él como en este librito editado por Cátedra, con sus siempre encomiables introducciones.
En esta novela, Faulkner retrata fielmente el retrogradismo de una familia campesina obsesionada con la muerte de la madre. La aventura - si es que puede denominarse a alguna trama de Faulkner así - transcurre dramáticamente desde la agonía de la madre hasta su entierro. La promesa, por parte del padre, de llevarla una vez fallecida a su ciudad de origen termina siendo un lastre que la familia no puede acatar en toda su magnitud. Por lo que la novela es un retrato universal - bien lejos pues del provincionalismo al que a veces se le ha asociado - de la cortitud de miras de ciertas personas enclaustradas, agobiadas bajo el lastre de la tradición más obcecada. Allí radica su universalidad. En definir fácticamente actuaciones, es decir: en plasmar, en fijar espacio-temporalmente patrones de actuación de lo más universales. Y es su gracia. Creo que eso es parte del papel de la literatura frente a otras creaciones intelectuales, como la filosófica.
El libro me ha emocionado. Esta escrito en primera persona, tipo Las leyes de atracción con el detalle de citar al principio de cada parágrafo quién es el personaje que habla, que relata. Todo ello hace que que la novela sea muy legible - para ser Faulkner - y que no nos perdamos en detalles nimios. En ocasiones recuerda a ese agobio, esa parálisis que nos enajena de una sociedad, que parece matarnos en una ascesis negativa, tipo Cinco horas con Mario. Su capacidad de relatar, de exportar esa cerrazón sureña, hace que se erize la piel, que sintamos en nosotros mismos la agonía, la depresión instalada en una inmovibilidad de lo más egíptica. Todo ello aglutinado en historias paralelas, en personajes muy bien individualizados, tratándose como se trata de una novela tan corta (doscientas páginas) , que arrastran como pueden el destino prefijado de esa excursión con un cadaver mal oliente a cuestas. Los retazos de varios personajes introducidos aleatoriamente ayudan a crear el ambiente faulkneriano que tanto me llama. Un mundo rural, de problemas rurales, pero también universales. Una voz preclara y una prosa personalísima. Leyendo a Faulkner se descubren las semejanzas que con él tienen muchos novelistas norteamericanos.
Un clásico. Y un libro increíble.
Leer a Faulkner es indispensable.

viernes, 6 de julio de 2007

El rufián moldavo. Edgardo Cozarinsky

En el baúl de los recuerdos tenía yo este librito para comentar. Y tan dentro lo tenía que poco voy a poder decir, ciertamente.
Malo pues... diría alguna abuela maruja. Y sí. La verdad es que muy impactado no me dejó. Sin embargo es legible. Bastante legible... dejadme poco a poco recordar.
El exilio y la emigración son constantes en la novela. Tumbas apócrifas que esconden secretos de personajes ilustres del teatro yiddish. Poco a poco el investigador-protagonista se va encontrando con un pequeño "submundo" - todo son sub y bajo-mundos dirías Don DeLillo - en torno a la obra de teatro el Rufián moldavo, que da título al libro.

El bello verano. Cesare Pavese


Esta pequeña novela entró en mi particular repertorio por una mera cuestión estética. El nombre me sonaba - como no y como muchos otros - pero no especialmente, así que para decidirme, opté por una edición viejísima, de esas de cartón, que te remontan a viajes en barco de señoritas burguesas.
Así que lo cogí.
La novela no me ha decepcionado. No sé si será intuición pero me la esperaba tan cual es. Una historia sin grandes complicaciones y de esquema de lo más normal. Tiene incluso algo que llama la atención. La personaje recuerda algo a la colegiala moderna del Ferdydurke de Gombrowicz. Una jovencita encantadora, con mayor capacidad para mostrar la educación recibida que para vivir por sí misma y ser fuente de creación.
El tono de la novelita, la historia, los personajes, todo tiene un aire, muy bien caracterizado - eso sí debe ser reconocido-, a aquellos veranos burgueses de vacaciones. De noches frescas, de bailoteos con hombres que después desaparecen. Nunca sabes si adoras a la protagonista o la odias. Si la comerías a besos o le meterías una colleja por ser tan tremendamente estrecha. Por eso es un relato tan válido. Refleja a pies juntillas la extremada aridez de ciertas personas obsesionadas por virtudes eidéticas - esto es - alejadas, y que olvidan la posibilidad de dar amabilidad a esta gente que nos rodea.

Kafka en la orilla. Haruki Murakami



Murakami es de los pocos autores que se encuentran en su salsa en una tesitura de marcado raigamble psicologista. Sus novelas siempre son una trayectoria de crecimiento personal, de aventura espiritual metaforizada en aventuras de lo más fantásticas. De los tres que le he leído, Toquio Blues, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y Kafka en la orilla sigo quedándome con el segundo - el más tocho, por cierto- ya que en él tenemos algo propio de Murakami pero sin exceso, algo que sí se puede criticar en su última novela.
La novela se devora. Siempre me pasa con lo japonés. Una escritura veloz, de escasas metáforas estilísticas, un vaivén de personajes - algo criticables en su perfectabilidad en esta ocasión. Todo se amalgama en una historia muy simbólica, de doble trama con final convergente - como exige el canon novelístico más tradicional y que Murakami sigue. En definitiva, Kafka en la orilla no deja de ser una versión del complejo de Edipo.
La novela me ha gustado, pero hay un pero. Y es una objeción que quizá no sea tanta, pues es mi obligación reconocer que la hago desde el desconocimiento cronográfico. La caracterización psicológica de Murakami es una de sus mayores características. Sin embargo a mi parecer esta novela peca de ser cierto collage de las anteriores. Me ha sonado mucho a la Crónica. Y lo peor de todo es, en mi opinión, la perfección de los personajes metido en la trama, tal como decía antes. Se desprende en toda la novela una bondad caritativa hacia los personajes que peca de poco de real. No es que sea óbice para que la novela sea devorable y recomendable. Pero sí es obstáculo para ponerle la alta nota que antes de leerla yo, particularmente, esperaba.