El otro día, en una de aquellas fotografías que nos arrastran a los pasados vividos, leí una frase de Baudrillard re-escrita por mí mismo. Ahora creemos en quien cree. ¿Qué significa confiar existencialmente en quien cree? ¿Es lo posmoderno - me niego a hablar de posmodernismo a secas - una aventura aún anclada en lo moderno? Ya sabemos que muchos son de esa misma opinión, y reconozco que yo cada vez me resisto menos a ver en lo posmoderno un toque de atención crucial no obstante y necesario, pero a fin de cuentas un movimiento sospechoso, de ahí que nos proclamemos hijos de Nietzsche, pero no por ello no enclaustrado en plena Aufklärung. Creo que el pensamiento de la diferencia posee como mejor recompensa el debilitamiento de la racionalidad occidental y la fortaleza de la resistencia a la imposición de verdades alienadoras - o aliñadoras como escuché graciosamente en Museo Coconut - al mismo tiempo que define al ser humano como un ser en pleno devenir; o lo que es lo mismo: Vattimo, Foucault, Deleuze. Debo reconocer que la sentencia de Habermas definiendo a los franceses como jóvenes conservadores me da mucho que pensar. ¿Es lo posmoderno la nueva forma estética que adopta el capitalismo avanzado? ¿Hay alguna posibilidad de aunar la utopía blochiana con la diferencia?
Creemos en quien cree porque siempre seguimos aguardando una patria, como patria soñada despierto, en el que caminar erguidos y ser y no ser nosotros mismos. Es curioso como la Filosofía mejora precisamente cuando decide ser débil. Por eso el filósofo calla tanto hoy en día, y no eleva su voz. Primero porque apenas puede balbucear, y segundo porque se debate entre una filosofía propia debilitada y una racionalidad fálica aglutinante de la diferencia indistinta.