viernes, 15 de febrero de 2008

La lluvia amarilla. Julio Llamazares.


Precioso libro. Precioso.
Hay un tipo de escritura que sabe estar y sabe objetivarse en la forma adecuada a un mundo determinado, a un acontecer fijado que se deja describir por un estilo propio, y que le supone la expresión acertada. El naturalismo de Llamazares en esta novela es la expresión perfecta del contenido. Son lo mismo. Si una trama como la de la Lluvia amarilla debe ser estilo sería el adoptado. No podría ser de otra forma.
Además el libro se recrea en un paisaje que me resulta sumamente atractivo. Un pueblo semiabandonado del pirineo oscense. El proceso de abandono y cómo es vivido por el protagonista supone la telaraña estructural sobre la que se van posando diferentes seudotramas que configuran un paisaje argumental que nos subyuga en su poderosa tristeza.
Es un libro profundamente triste.
Como un leve aguijón que se nos clava para desequilibrar nuestro mundo posmoderno y urbano - un retorno a la escolástica rural. Llamazares acierta en eso, aunque en ocasiones lo exagere.
La nieve, la lluvia, la Soledad absoluta que consiste en querer estar solo por naturaleza, de no ser capaz ya de concebir compañía alguna: La Soledad en grandes mayúsculas. Todo ello ejecuta a la perfección un baile lúgubre, una pavana melancólica de un Pirineo que, excepto para aquellos que sólo lo usan, se nos está cayendo a pedazos. Una tierra dura, abrupta, que sólo es aprehendida en sus extremos, en sus grandes picos, en sus pintorescos rincones, pero no en toda su naturaleza global, la única que supone su verdadera esencia.

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