lunes, 22 de septiembre de 2008

El pop art y la estética de masas




Este trabajo se enmarca en una reflexión personal sobre el pop art, encarnado en la figura de Warhol como figura paradigmática. El fenómeno de las masas, tratado por autores como Freud, Canetti, Baudrillard, Jameson, Sloterdijk, siempre me ha apasionado y fascinado. Igualmente siento por Warhol cierta atracción que – lo digo ya – es más repulsiva que otra cosa, al igual que las masas me repelen en su gran fascinación. Quiero rastrear el papel de Warhol en ellas, o más bien el de ellas en Warhol. He leído sobre al artista estadounidense varios libros encuadrados en su arte y sus diarios y a medida que lo hacía me iba resultando más clara su afiliación a la desartización del arte y su masificación. Klalis Honnef advierte:

Warhol se concentró en conceptos artísticos que no se perdían ni en el individualismo exagerado ni en la reflexión sobre reglas artísticas y, forzosamente, acabó descubriendo en los medios de comunicación modernos y en sus posibilidades técnicas el potencial artístico correspondiente a una sociedad de masas moderna
[1].

En Warhol aprehendemos, pues, al primer artista que concienzudamente acata las reglas de mercado y no como un posible fatalismo a subvertir en sus obras, sino todo lo contrario para motivarlas formal y fácticamente. En ello nuestro artista es pionero, y será el primero en satisfacer el arte no subversivo posmoderno, que Jameson critica y anuncia. Mi tesis de partida es que Warhol supone el colofón de todo arte de masas, entendiendo como tal aquel que no pretende cambiar nada, sino, todo lo contrario, establecer un paradigma contextualista del arte como acatación de lo dado, mientras al mismo tiempo elitiza sus productos mediante la firma – de lo que la fuente de Duchamp será un antecedente claro -. La famosa Factory supone la mercantilización y manufacturación de todo el proceso artístico, si bien sin abandonar del todo – y es que allí estaba el jugo – el peso fundamental de la autoría de las obras. En los diarios mismos se puede catar cómo Warhol procede locamente mientras al mismo tiempo cuida su líquido monetario de un modo casi maniático. Y es que como sabemos el mayor pavor de Warhol era precisamente arruinarse.
Una primera sensación puede llevarnos a ver en pop art en general y en Warhol en particular un abanico de apologetas de la sociedad del bienestar, propia de los años cincuenta y sesenta: precisamente los años en los que surgirá el film de nostalgia descrito por Jameson. Mi opinión no difiere de esa primera sensación. Y es que las serigrafías utilizadas para retratar a personajes tan dispares, ab initio, como Marilyn Monroe, Elvis Presley, Mao o Truman Capote no hacen sino estetizar más aún, si cabe, lo que eran productos ya de por sí estetizados – claramente en el caso de la Monroe y de un modo, en principio subversivo, en el caso aparentemente escandaloso de Mao Tse Tung -. De tal modo, mediante un arte al servicio de lo establecido, aunque no lo fuera explícitamente, pero sí de modo implícito, se operaba el fenómeno complementario a la desartización, a saber: la transformación de lo masivamente dado en arte. Como si a la estetización de las stars de la gran pantalla le siguiera un impulso modernista de individuación, algo chocante para un proceso artístico manufacturado en cadena. Los artistas pop no aceptaron cómodamente que se les tildara de aprovechar temas vulgares – sin acento peyorativo – para sus obras de arte. Por ejemplo, a este respecto, Wesselman decía:

Utilizo imágenes de pósters porque son la reproducción real y concreta de algo, no porque procedan de un póster
[2].

Así pues se pretendía anclar al pop art en un seudorealismo. Sin embargo, uno tan sólo tiene que comparar el Gran autorretrato de Chuck Close, la Máquina de chicles XV de Charles Bell, o la escultura de Duane Hanson Mujer con bolso y bandolera, con cualquiera de las serigrafías de Warhol, los seudo-vodeviles de Wesselmann y las esculturas de Segal para apreciar que no se está hablando de lo mismo. Quizá las esculturas de Oldenburg sí pudieran ser el limbo entre uno y otro estilo. Pero apreciando en un somero vistazo un repertorio de obras pop lo primero que salta a la vista es que, aunque sí que es cierto que se adoptan iconos reales, al mismo tiempo todos ellos son arquetipos de la sociedad publicitaria y masificada. Si el pop art cumple una función artística, en mi opinión, es aquella que hipostasia la realidad más banal. Y es que el realismo desnudo de un Di San Pietro o el Papá muerto de Ron Mueck, se encuadra en un realismo vital, mientras que Velveeta de Mel Ramos (y muchos otros de sus cuadros) lo hace en un realismo cosificador que enaltece – y enaltecido debe ser algo que bien merece una firma y altos precios en galería – lo real mercantil. Si el pop art es realista, lo es de la sociedad de consumo. Incluso se podría incidir en la iniciativa a coger siempre productos básicos, como más básicos mejor. La Máquina de chicles XV de Bell, siendo la reproducción exactísima de un producto, enaltece lo que ya está de por sí enaltecido en la realidad: los colores chillones que a un niño podrán parecerle objeto de deseo. (Oldenburg sigue estando en el limbo, aunque según Honnef su pastry chase I: no pretende alcanzar una similitud exagerada, ni en la forma ni el color
[3]. Algo que sí pretendía Bell).
Curiosamente, el cuadro pop que más incide en la idea que tengo sobre sus características más propias es el Untitled (Joan Crawford) de Rosenquist. Se trata de una caricatura más que de un retrato en sí, pero aun con ello, la sensación que se tiene simplemente al pasar la vista por encima es de una frivolidad pasmosa. Que se trata de un cuadro paradigmático de las masas se puede aprehender en la absorción de múltiples detalles por Joan Crawford. Los pendientes, el cabello cuidadísimo, la manera de coger el cigarrillo – dando a entender el carácter publicitario del cuadro – todo ello se puede asociar a la característica peculiar de la masa, según Baudrillard, la absorción en la pura nadería, la diferencia indistinta de Sloterdijk. Pensemos sino en los montajes de Warhol con cajas de detergente, latas de ketchup, etcétera. ¿No se trata claramente de diferenciar lo indistinto? ¿No son montajes que enaltecen lo indiferente? La magia del pop art – si es que tiene alguna – es dignificar lo mediocre. Se parece al amor en ello. Y es que quizás su éxito se deba a reconocer las pequeñas cosas que nos enamoran. De ahí, precisamente de ahí, parte la bidireccionalidad entre el pop art y las masas. Por un lado simplifica el arte haciéndolo accesible a todos – mediante colores básicos, productos enaltecidos muy a mano – y por otro, acoge en sus temas lo que supone lo fundamental en las masas actuales: el consumo acérrimo. Aunque eso sí. Un consumo de baja estofa. Creo que es en ese punto en el que Warhol destaca por encima del resto. Y en el que resulta paradigmático como artista posmodernista procapitalista.
Así pues en el cuadro de Rosenquist podemos aprehender el afán diferenciador que termina en la plena indiferencia – sociedad del bienestar – y que se caracteriza por acatar toda prioridad originada en el flujo continuo de capital y, por ende, de consumo. Untitled (Joan Crawford) es la caricatura de quien se cree esa diferenciación. Sabiendo que se trata de una persona real, lo que choca es su reificación. Una persona hecha cosa. En el caso de los montajes o serigrafías sobre productos de consumo básico (sopas de tómate, detergentes, etc) de Warhol, lo que se nos ofrece es algo distinto. Y es que no es la promesa incumplida de la burguesía como fuente modernista de individuación fallida de Rosenquist, sino la exaltación de lo mediocre y su plena justificación; precisamente en un paradigma que no deja de ser modernista (firma, arte) se individualiza lo vulgar, se hipostasia.
En la serigrafía Andy Warhol – Marilyn Monroe de Richard Pettibone asistimos a la fusión de dos personajes icónicos de la sociedad del bienestar y de masas. Los colores básicos simplifican el retrato, lo vulgarizan haciéndolo fácilmente asumible. No es que el juego cromático sea extremadamente difícil para cualquier persona, sino que simplificando al máximo lo que se consigue es despejar todas las dudas respecto a si hay algo escondido tras el cuadro, un significado oculto – sólo es necesario acceder a cualquier museo repleto de turistas para comprender la manía persecutoria de rastrear la verdad oculta-. En el pop art no existe tal verdad. Todo lo contrario, su virtud es mostrar lo que muestra. Así sin más. Y cuánto más básico sea, mejor. Warhol es quien lo supo ver. Aglutinó en sí mismo lo que quizá D’arcangelo en color, Mel Ramos en consumo básico, Lichtenstein en consumo cultural, y Johns en simbología política (por mucho que dijera que no era lo que le importaba del símbolo) hicieron individualmente. Sabemos cómo Warhol abandonó el trabajo sobre los cómics al descubrir la obra de Roy Lichtenstein. Algo curioso para quien se fundamentaba en lo dado para su obra. Y algo también significativo de que lo anhelado como fundamento temático no era lo dado en sí – ya que tan real era una lata de sopa de tomate como una obra de Lichtenstein -, sino más bien lo masivamente dado. El pop art es pop y arte a un mismo tiempo. Adquiere una bifrontalidad que le hace asociarse a una cierta incoherencia. Ya que enaltece lo que evita. Y es que del mismo modo que la fuente de Duchamp individualiza un producto de baja estofa – Duchamp escogió el urinario más vulgar de cuantos encontró – al mismo tiempo, el pop art, evita caer por sí mismo en lo vulgar. Se sabe que el comercio de las galerías de arte fue factor clave para su auge. Y ya hemos comentado cómo Warhol tenía un pavor tremendo a arruinarse – lo que parece casi chistoso en la figura paradigmática del artista-. Y es que la aceptación dogmática del capitalismo y su cinismo en los medios suponen la clave de bóveda de Warhol, por encima del resto. No es que su arte subvierta. Todo lo contrario su arte acepta simulando (¡Baudrillard!) que subvierte. Ejemplo paradigmático: la pintura acrílica, serigrafía y óleo, Mao. ¿Dónde está la aparente subversión? En el cinismo que permite colorear/moldear algo tan serio como Mao Tse Tung, por no hablar de Bomba atómica, o de Jackie III, o la silla eléctrica, o los accidente de coche, o de avión que tanto gustó de presentarnos. Escandalizar con un pretendido estar sobre lo serio. Retrata millones de dólares consumidos en una destrucción atómica mientras apunta los dólares gastados en el taxi del aeropuerto a casa. Cinismo de masas. Un cinismo entendido según Sloterdijk. Acatación de fines, sobrevaloración estética de los medios. Falta de quinismo, exceso de dogmatismo en los fines aceptados. Todo ello es Warhol.
Observemos ahora – ya volveremos a incidir en lo apuntado – la mezcla de medios que es Still life nº 20 de Wesselmann. Tenemos una imitación de Mondrian, un armario y un lavabo real, y un conjunto de reproducciones realistas casi perfectas de productos alimenticios. El cuadro de Mondrian roza las botellas de cerveza. No está en absoluto alejado de los plátanos, el pan de molde o las manzanas. Todo lo contrario parece asociarse con ellos, y mostrar su misma naturaleza muerta de vodevil. La simbología es clara. Ya que las botellas de cerveza, el pan de molde y la coca cola, están totalmente expuestos. Con el logotipo de cada de uno de ellos perfectamente visible, enfrentándonos, enalteciéndose por sí mismo, ¡a un mismo nivel de Mondrian! La mezcla es de estilos, de formas, de entes… es una miscelánea tan global que asusta. Parece un decaimiento del ser de la individuación, una semibacante masificada, un obviar todo principio de individuación que muere en la repetida diferencia indistinta. Un batiburrillo de puras naderías. Respecto al consumo masificado, la mezcla de Wesselmann indica cierto detalle. Los productos (todos los que pueden) lucen orgullosamente su logotipo. Obviamente ni las manzanas ni los plátanos lo tienen. Y es que el montaje no sería igual sin esas marcas. Realmente lo que define, delimita, a esta sociedad es precisamente esa esencialización de los productos, su demarcación, su nominalización. No hay en Still life nº 20 una bebida carbonatada de extractos de cola, hay una coca - cola. Junto a un Mondrian, una pastilla de jabón y un armario. Posmodernismo absoluto.
Warhol incidirá mucho en dos detalles que lo hacen paradigmático. Uno de ellos es el comentado – y reseguido en Wesselmann – la persistencia de la temática de consumo básico; la otra es la artización de temas, no simplemnente banales, sino producto directo de la destrucción o, término que prefiero, del riesgo. Sabemos que Beck en La sociedad del riesgo incide en la democratización del riesgo y la privatización de beneficios. ¿A caso no es, a modo semejante, el pop art una democratización de temas y una privatización de autoría artística? Las serigrafías de accidentes – algo de lo que Pollock podría muy bien hablar – rozan el escándalo seudoadolescente. Y suponen también la aceptación de irremediabilidad del riesgo, su acatación dogmática. No porque sea algo preferible. Sino porque nos es congénito.
Del mismo modo lo ya comentado respecto a los retratos. Y es que Mao Tse Tung tan sólo puede ser retratado, ni comprendido, ni criticado, ni discutido, tan sólo puede ser estéticamente aceptado. ¿Y qué mejor modo de despojarlo de toda significatividad política que convirtiéndolo en un icono, en un tema, en un motivo artístico? Es la única manera que la sociedad posmodernista apolitizada tiene de convertirlo en fin. Un fin por sí mismo. Lo que supone una confusión de racionalidades absolutamente paradigmática dentro del posmodernismo, y del pop art como vanguardia que le es característica. A saber: no saber (¿o no querer?) distinguir entre la razón práctica y la estética. Sin embargo tal cinismo – lejanísimo al de Diógenes de Sínope – no indica una superación de toda posible metanarrativa. Todo lo contrario se introduce en la peor de todas ellas: el capitalismo avanzado, el flujo perpetuo de capital, capitalismo avanzado de Mandel. Y es que el pop art o no tiene fondo extraestético – que es lo que parecería ab initio – o más bien se mueve en una acatación absoluta, global, inconsecuente, de una metafísica mercantilista que es irrevocable en cuanto se cimienta en una ley del capital supernaturalizada de la que es imposible salirse.
La burguesía – y estoy pensando en la lectura de Marcuse – se caracteriza por prometer individualidad mientras al mismo tiempo la colapsa. Las vanguardias modernistas se revelaban ante tal enclaustramiento. Pensemos en Gaudí, en Joyce, en Wolf, en Pound, por no hablar de todos los movimiento pictóricos que anhelaban la diferencia. (¡El Mondrian mismo del pastiche – Jameson – de Wesselmann!). El deseo individualizante dentro de una razón artística y estética. Por el contrario en el pop art se asiste a la pérdida de toda posible inviduación artística. Pero ¡ojo! Tan sólo a una pérdida profunda de la misma. Ya que siempre se mantiene la ilusión de ser diferente – pero se trata de una diferenciación estética -. El caso de Warhol abandonando la temática del cómic, por ejemplo. Es la corroboración de la estetización de ese querer ser distinto. Y es que esto es clave: la estetización posmodernista se acusa también en el propio arte. Un simple querer ser escandaloso por el simple parecerlo.
En definitiva: una simple simulación del artista.
Simulacro e hiperrealidad, diría Baudrillard. Los montajes de cajas de Warhol – a los que no resto un ápice de originalidad ni cierto gusto – son, en mi opinión, de una pornografía descarada. Se acercan a lo real de un modo sublime en su inabarcabilidad por defecto. Se acercan tanto – como el propio porno – a lo real que superan. Impide su aprehensión. Somos cajas de tomate (Warhol), porciones de queso para untar (Ramos), vasos de coca-cola (Wesselman), niños leyendo cómic (Lichtenstein), cuerpos aplastados bajo la herrumbre del coche (de nuevo Warhol), e incluso las stars no son más que retratos simplistas de colores básicos (Pettibone). Todo es natural, hipernatural, y de tal modo no es, no puede ser, discutido.
Como si el propio realismo se oncologizara y cayera en un cáncer que en su exceso lo sobresatura. Y es que ¿cómo creer subversivo a aquel que tiene pavor a arruinarse? Permítaseme. El pop art como arte escolástico de lo establecido, de lo metafísicamente dado. ¡Pero con el atrevimiento de querer seguir manteniendo la firma! Una firma por no arruinarse. Instrumentalización mercantil de la vanguardia individualizante. Y es que la metafísica en este caso es capitalista. Incluso la firma falsa de Duchamp en la fuente no pretende otra cosa que seguir confiando en el genio escondido, hundido en la miseria, el genio que nos cruzamos por la calle. A diferencia de, por ejemplo, Beethoven, escandalizando con su novena al introducir coral y cinco movimientos en la sinfonía, el escándalo pop es un escándalo por defecto, no por creación sino por desestructuración de lo real. De nuevo lo hiperreal.
Y en eso Warhol es el mago. Sobre todo en lo de usufructuar la ilusión en el genio. Y es que Warhol es lo más contrario a un genio. Pero no porque no pudiera serlo. Sino porque ya no cree en él. Es más bien un ditirámbico a los pies de un sistema que lo fascina. Un apologeta. Un consumidor acérrimo.
No es pues, el pop art, una estetización y una desartización indiferente. No me fascinaría ni me repelería tanto si tan sólo fuera eso. Es también la acatación y enaltecimiento de lo políticamente dado. Un seudo pastiche melancólico de tiempos vanguardistas individualizantes, y la implantación de la creencia de que lo dado no es sólo políticamente lo que hay sino que también es motivo de arte. Y si siguiésemos a Baudrillard podríamos pensar que en su gesto anti-iconoclasta – la transparencia de Cristo es lo que lo mata, dijo Nietzsche – el pop art inicia su propia senescencia. Rosenquist consigue esa crítica por exceso de claridad en su retrato de Joan Crawford. Por eso dije que es la obra pop del limbo. Porque mientras se hace se muestra, al mismo tiempo, débil, hueca, tan excesivamente frívola que supone un insulto – y Rosenquist debía saberlo – a todo aquel que sienta cierta fascinación por ella.
Warhol vuelve a ser paradigmático de nuevo. ¿En qué? En su alegría. En su aceptación absoluta de lo nuevo. Y es que el capitalismo avanzado se fundamenta en la continua aparición de nuevas prioridades hasta la fecha inexistentes. En eso sí avanza a nuestra sociedad actual – de un consumo acérrimo -.
[1] En Pop art. Klalis Honnef. Editorial Taschen.
[2] Op. Cit. Pág: 25-26.
[3] Idem. Pág: 56.

Derrida. Márgenes de filosofía.






La marginalidad es la centralidad[1].

¿CENTRALIDAD? EL TIEMPO. EL PRESENTE.

La tradición siempre ha querido situar a Derrida en el filón iniciado por Nietzsche, y que a través de Heidegger, termina en el “claro” como lugar de aprehensión del ser, símbolo inequívoco de la existencia del hombre. (El hombre se caracteriza por la aprehensión del ser –el Dasein como analítica existencial del mismo). Por ejemplo Rorty. En su cruzada contra todo poso de gran narrativa fijará un trayecto de pérdida de lastre metafísico que va de Nietzsche, a Heidegger y finalmente a Derrida
[2]. Con éste último se entraría en la fase final de la metafísica – porque de Metafísica está hablando en todo momento el libro-. Una fase que adoptando terminología deleuziana se esforzaría en des-estriar y configurar un plano liso, sin esencias arborescentes.
Tal despejar el bosque ya había tenido comienzo mucho antes. Toda pérdida de trascendente – Kant ya lo hizo con la razón teórica – supone un peldaño más en la lucha con lo estanco - Nietzsche, el más claro, sobre todo a un nivel moral y también de fe en la ciencia, sólo hace falta considerar su acepción de verdad. Más tarde, Heidegger, que anticipando la crítica de Fink al pensador de Sils-maria, ontologiza un lenguaje que siendo metafísico en Nietzsche, no trataba del Ser en general. Al final Derrida-.
Pero obviamente, en Derrida, la incursión en lo metafísico adquiere una profundidad si cabe mayor, aunque se trate de lo mismo. La metafísica está allí, en todo, en la moral, en la ciencia, en el arte, en el lenguaje. Sobre éste último tratará gran parte de su obra. No pienso – ni estoy capacitado, ni puedo – hacer un resumen extenso de Derrida. Pero sí considero vital dejar(me) claro que Derrida está en todo momento pretendiendo salirse de lo metafísico. Y digo salirse, y digo “lo” metafísico. Ni se opone, ni se opondría – en caso tal que así fuera – a una pretendida metafísica estanca. Rastrea más bien dónde podemos hallar marcas de ella. Por ejemplo:

Los análisis que se llevan a cabo en este libro no responden a esta pregunta, no aportan ni una “respuesta” ni “una” respuesta
[3].

Derrida sabe en todo momento que tras su lucha no hay un algo por descubrir, sino, siempre, mucho por deslastrar, mucho de lo que despojarnos. En definitiva: mucho que deconstruir. Curioso vocablo. Pero mucho más clarificador de lo que podría parecer ab initio. Construcción de valor, construcción de trascendencia, construcción de ciencia. Estamos ante un claro producto de la genealogía nietzscheana, que veía en su acepción a-moral, una clara construcción (demasiado)humana. La afiliación de Foucault provendría seguramente de la deconstrucción del mismo sujeto. ¿No deconstruye también Baudrillard lo social? Por ello mismo indica en la cita que su libro – y ninguno – no puede dar respuesta ni una sola respuesta. ¿Por qué tal iteración? Porque nos encontramos ante dos de los rasgos más idiosincrásicos de la escolástica metafísica. A saber:
- que haya respuesta por encima de todo.
- que sea una sola.
Pensamos un momento en los neoplatónicos. No se puede responder, y ni tan siquiera podríamos confiar en la monolítica solución. Precisamente porque esa confianza en la univocidad aseverativa es producto directo de toda herencia metafísica.
La filosofía se enmarca, para Derrida, precisamente en su desmarque. En su capacidad o incapacidad recíproca, de enclaustrarse y comprenderse. Por un lado es enorme en su querer-abrazar lo más ampliamente posible; por otro lado se empequeñece en su incapacidad para hacerlo. Vattimo hablaría de nihilismo positivo, de acatación de la nada positiva desde una actitud firme y positiva. Derrida sabrá leer a Nietzsche en tal aspecto. Dice Derrida:

No se trata para Heidegger de proponernos pensar de otra manera, si esto quiere decir pensar otra cosa. Se trata más bien de pensar lo que no ha podido ser, ni ser pensado de otra manera. En el pensamiento de la imposibilidad del de otra manera, en este no-de-otra-manera se produce una cierta diferencia, un cierto temblor, un cierto descentre que no es la posición de otro centro. Otro centro sería otro ahora; este desplazamiento al contrario no consideraría una ausencia, es decir, otra presencia; no reemplazaría nada
[4].

Tal cita se encuentra en las páginas magistrales en las que Derrida analiza el concepto de tiempo – en la aporía de Aristóteles de Física IV – a través de Hegel, y finalizando en Heidegger. Aquí es vital intentar aprehender bien de lo que se está hablando. No se trata de pensar otra cosa. Es decir: no se trata de invertir lo de siempre – algo propio de Sade, por ejemplo-. Ni se trata de pensar como siempre. Digámoslo claro: en Derrida se comprende que la metafísica está tanto en lo pensado como en el pensar mismo. Ya que éste último siempre se ha fundamentado en una concepción del tiempo que prioriza el ahora. Y con el ahora la presencia. Como si fijando el tiempo mediante una sucesión infinita de instantes tan sólo debiéramos preocuparnos de los puntos estancos. Como un bosque de esencias arborescentes ancladas en un mismo plano temporal. Como en su aprehensibilidad olvidadiza del suelo que la cimienta. Ser y tiempo tratará de ello. Fijado el tiempo de aprehensión, digámoslo así, nos imposibilitamos el poder acceder al Ser. Nos quedamos, sin embargo, en la continua serie de entes, en el reino de lo óntico. De ahí la confusión metafísica anunciada por Heidegger, que confunde el estudio del Ser con el de los seres. Heidegger se percata de ello y lo ejecuta en su interrupción de Ser y tiempo. Citemos – tal como haría él mismo – a Derrida de nuevo:

La cuestión que planteamos es interior al pensamiento de Heidegger. No es al cerrar, es al interrumpir Ser y tiempo, cuando Heidegger se pregunta si “la temporalidad originaria” conduce al sentido del ser. Y no es ésa una articulación programática, es una pregunta y un suspenso. El desplazamiento, una cierta lateralización, si no un simple borrarse del tema del tiempo, y de todo lo que es solidario con él en Ser y tiempo, dejan pensar que sin volver a poner en tela de juicio la necesidad de un cierto punto de partida en la metafísica, y todavía menos la eficacia de la “destrucción” operada por la analítica del Dasein, era preciso por razones esenciales, hacerlo de otro modo y, se puede decir literalmente, cambiar de horizonte
[5].

Si Derrida tiene una dificultad añadida, es que tras lo hallado en su estudio hay una puerta de acceso a la deconstrucción de ese mismo simple hallar. De ahí la primera cita suya en este breve trabajo. Siempre hay un más a más, siempre un detrás, y nunca un detrás originario. Nunca hay algo que deba aparecer a la luz del saber filosófico. Para Derrida, si mi lectura no es errónea, la filosofía se define más por su continuo intrigar que por su solucionar. Si soluciona algo se debe más bien a su capacidad deconstructiva que a su anhelo constructivo. El presente es algo que nunca se realiza plenamente – y que exige para su cumplimiento de la acción propia. Por lo que no podrá verse en él un conservador preclaro de lo dado, sino todo lo contrario un batallador profundo – porque siempre habla desde la profundidad metafísica – de lo establecido. El presente nunca es suficiente. Siempre está inacabado. Siempre es iterativo. Del mismo modo que la priorización del presente ancla al Ser en la presencia, el habla enaltecida sobre la escritura fomenta un conocimiento encadenado a la metafísica del ser presente.
Su lucha contra en el fonocentrismo se cimienta en su relación con el talante gnoseológico de la fenomonelogía y su voluntad de rebajar al signo a papel de simple mediador. No confundamos pues – sería un error, en mi opinión gravísimo – la deconstrucción con la reducción fenomenológica. Puede confundirse en el medio pero no en el fin. La fenomenología anhela la cosa en sí que se encuentra tras las máscaras. La deconstrucción, según Manuel Cruz:

No persigue desvelar ningún secreto, ni sacar a la luz ninguna recóndita esencia largamente velada. Busca, más bien, mostrar la íntima debilidad, el desorden profundo, que habita en el interior de todo texto
[6].

Justo un párrafo encima se hacía mención a la relación intrínseca – ya que se encuentran dentro de lo mismo – entre la deconstrucción derridiana y el pensamiento débil de Vattimo. Una entrada también aprovechada por Rorty y su figura del ironista liberal. Obsérvese que se trata en todo momento de un estar en el limbo, no tanto de un descentrar como de un cuestionar la necesidad del centro. En palabras de Sloterdijk estaríamos ante una encomiable posición quínica. Tanto la de Vattimo como la de Derrida. El fonocentrismo en oposición a la escritura fomenta el presente, ya que el habla sería la significación de tal presencia, y la escritura un simple medio de plasmar lo fónico. Mediante la archiescritura lo que Derrida anhela es, permítaseme, un lenguaje descontextualizado, ¿podríamos decir deconstruido? Un rastro de huellas de presentes capaz de captar la historia. Otra vez Cruz:

Pensar la escritura va mucho más allá en Derrida de invertir la relación entre el habla y la escritura (entre el significado y el significante). Es, ante todo, pensar que el proceso según el cual se produce la escritura es el mismo proceso según el cual se produce el lenguaje
[7].

O sea, que tras la lucha contra el fonocentrismo se escondía – como ya dijimos – una enconada batalla contra la metafísica egíptica de la presencia. La escritura cumple pues con la diferancia y con la diferencia. Distingue y difiere. Se itera. Un texto se distingue de otro y en otro tiempo se repite.
Y es que:
El tiempo no sería entonces más que el nombre de los límites en los que la gramme es comprendida así, y, con la gramme, la posibilidad de la marca en general
[8].

Tenemos pues el Ser enaltecido en la presencia, la presencia dada en el presente, y el habla como el ahora de la escritura. Ante todo ello se levantará Derrida. Y captar cómo lo hace, será – como en todo gran filósofo – lo que más debiera importarnos. Dije arriba que había en Derrida cierto quinismo (o cinismo bien entendido). Y es que resulta imposible una salida total de lo establecido, entendiendo total desde una perspectiva precisamente anclada en lo metafísico. Todo lo contrario siempre son las mismas palabras las que tejen la urdimbre en la que debemos entendernos. Derrida es consciente de ello. De la diferancia advierte que no es ni una palabra ni un concepto
[9]. ¿Qué es, pues? Derrida es consecuente porque sabe que no puede dar definición objetiva (esto es, metafísica) a un/a, digamos, seudopalabra/seudoconcepto que precisamente es creado para combatir la metafísica. Allí entra su cinismo bien entendido. La acepción de diferir en el tiempo, el más a más que sabría captar la diferancia, es la temporización de la diferencia. Ante un tiempo fijado, el presente, captar diferencias es distinguir estrías, arborescencias, implante enraizados en un bosque delimitado (bosque = tiempo = plano). La diferancia desborda ese plano, difiere en el tiempo y con ello ejemplifica lo mucho que estamos anclados en él. Y lo mucho que le debemos, metafísicamente hablando.
La escritura entra en escena precisamente en este punto (y aquí ya me lanzo). Ya que ella no enaltece el presente es la única capaz de mostrárnoslo. La liberación de su contexto – lejos de ser un desvelar o un quitar-máscaras-fenomenológico que deje tras de sí la cosa en sí – nos la deja incluso desencadenada de su autor. Permitiendo captar lo temporal. Se hace inane. Y su inanidad, su a-temporalidad, su a-contextualidad, su no-ser-presente, nos permite la historia como sucesión de presentes con algo en común; el texto. Mantiene el tiempo, lo sustenta.


EL HUMANISMO.

Tras la metafísica el hombre.
Y, o bien se es un pragmático etnocentrista como Rorty para aceptar los logros de la metafísica ilustrada mientras se derruye, o bien se trata de forjar un nuevo concepto (deleuziano, obviamente) de humanismo. Derrida escogerá el segundo camino.
Accedamos bruscamente a la opinión derridiana:

Las interpretaciones humanistas del hombre como animal racional, como persona, como ser – espiritual – dotado de un alma y de un cuerpo no se tienen por falsas por esta determinación esencial del hombre [se refiere a la de Heidegger], ni rechazadas por ella. El único propósito es más bien que las más altas determinaciones humanistas de la esencia del hombre, no experimentan todavía la dignidad propia del hombre. En este sentido, el pensamiento que se expresa en Ser y tiempo es contra el humanismo. Pero esta oposición no significa que tal pensamiento se oriente a lo opuesto al humano, abogue por lo inhumano, defienda la barbarie y rebaje la dignidad del hombre. Si se piensa contra el humanismo, es porque el humanismo no sitúa suficientemente alta la humanitas del hombre
[10].

Casi nada.
Situarse fuera de la metafísica no significa des-dignificar al hombre. Sí, es cierto, que la metafísica de siempre ofreció una imagen del hombre muy clara y altiva, algo que la metafísica práctica de Kant incrementó, permitiendo el ascenso de la ilustración occidental. Pero no es menos cierto que tal enaltecimiento podía, y así ocurrió, fomentar una apropiación de tal noción de lo humano para intereses propios. Incluso Nietzsche, merced a su nazificación, acabó fomentando una dignidad humana puramente racial y sectaria. Algo muy lejos de sus intenciones.
No es tan claro el caso de Heidegger. Aunque sí el de Derrida. Su marginalidad, esto es, su incitación a permanecer en los márgenes de lo que hasta entonces había sido considerado banal, es una invitación a una nueva dignidad humana. Acepta la invitación de Heidegger a considerar al humano como aquel que aprehende su ser, es más, que se aprehende aprehendiendo su ser. La existencias como ser sabiendo que se es. Algo meramente humano.
En mi opinión su valía vuelve a ser más negativa que otra cosa. Se trata más de un cierto ironismo, de un cierto cinismo, que de una creación axiológica. Es decir: Derrida nos ayuda a no aceptar crédulamente – suena al desencantamiento de Voltaire tras el terremoto de Lisboa y su Cándido – que a politizar su pensamiento filosófico. El pensar como nunca se ha pensado, hace de Derrida, un pensador nietzscheano en tal punto. Pero no adopta (o al menos que yo sepa) tintes dramáticos como sí lo hizo en Nietzsche. Allí radicaría una de sus coincidencias con Vattimo. El abogar por la escritura como lenguaje, Derrida nos introduce en una concepción del tiempo, ya hemos hablado de la pérdida del plano temporal del ahora, que facilita la descontextualización de lo escrito – descontextualización que sobre todo deja de padecer la influencia sempiterna del presente-. Un presente que, dicho sea de paso, tiene la particular facilidad de caer presa de axiologías que poco tienen que ver con una dichosa razón práctica kantiana, y sí mucho con racionalidades técnico instrumentales que muchos ya han criticado (Horkheimer, Adorno, Weber, Habermas).
Para captar la dificultad a la que se enfrenta Derrida, la misma que a la que se enfrentó Nietzsche y Heidegger, nos valdría con leer la conferencia sobre la cópula “es”. No es necesario meterse a fondo con los análisis de Benveniste que ligan las categorías esenciales/metafísicas aristotélicas con las categorías sintácticas del lenguaje, para observar cómo realmente había y hay mucho de metafísica en el lenguaje. Nietzsche intentó huir mediante la poetización del exponer filosófico, Heidegger mediante una nueva jerga ontológica que a más de uno nos ha desbordado en más de una ocasión. Derrida se va hacia las citas, los márgenes, las metáforas que no se esconden de serlo. (Este trabajo ab initio quería ser un texto derridiano en tal punto). Pero en definitiva todos buscan lo mismo. Contagiarnos un modo de pensar.
Y es que cuando no hay algo concreto que decir. Cuando lo que se pretendería decir, siempre en su imposibilidad, es que no hay nada que descubrir, sino tan sólo contar (la fábula del Crepúsculo de los ídolos de Nietzsche), lo que queda es tan sólo, que no es mucho, una cierta actitud ante lo aprehensible. Los dos siglos que requería Nietzsche para ser comprendido pasaban por percatarse de tal desarraigamiento. La muerte de Dios, y Dios es también el fonocentrismo de Husserl, no nos engañemos, acarrea más de lo que parece. Tras Nietzsche se encuentran sus ecos en muchos otros aspectos, además del moral, tema manido por él mismo.
Dice Derrida:

Aunque siempre inquieta y trabajada en su interior, la fusión de la función gramatical y de la función léxica de “ser” tiene, sin duda, una relación esencial con la historia de la metafísica y con todo lo que coordina con ella en occidente
[11].

Ya hemos hablado de ello. El ser como presencia en los entes, privilegiando el ahora, se enmarca en plena metafísica. Es inalienable a ella. Le es congénito. Incluso el “es” como tercera persona del singular, lo neutro, indica ya una pista a seguir. Lo ente es lo neutro. Es lo apreciable, la presencia extraña, objetivable para el sujeto que lo aprehende. Tratando de la fuente de Valery, Derrida introduce el concepto de Implexo. Y habla de él no como una actividad, algo propio de la noción metafísica de sujeto, sino como de una resistencia. El Implexo es: lo que no puede ser simple
[12]. No va mucho más allá en tal artículo. Pero creo que tal noción valeriana de Implexo da mucho de sí.
Tenemos al Implexo como lo resistente y lo no-simple.
Se trata de lo irreductible. (Baudrillard: miscelánea de irreductibles). De lo diferente asumible en su no traduccionabilidad, en su intercambio imposible, en su no canjeabilidad por nada. ¿Quizá la no simplicidad se traduce en la resistencia a acoger en uno mismo valores extraños? ¿Estamos ante la demostración de la no necesidad de consuelo metafísico alguno? ¿Será Nietzsche al antiejemplo de tal resistencia? Seguramente. Dice Derrida que el mundo no es el libro abierto de Galileo. Tampoco será el humano la cera que los filósofos psicologistas ingleses argüían como molde en el que captar todos los matices. La resistencia también se nota en tal imposibilidad de captar el mundo en sí, ni mediante la estética ni mediante la intermediación de conocimiento ni imaginación alguna. Aunque ojo con esto último.
Me explico.
Sabemos que Nietzsche ya mencionó la ligazón de la verdad con la cultura tempestiva. Relación que se llevaba a cabo mediante la metáfora. Las verdades no eran, pues, más que metáforas en culturas dominantes. De ahí sus consideraciones intempestivas, del querer huir de esa contigüidad que lo arrastraría a aceptar lo impuesto por el simple motivo de querer ser entendido. Ya que no se trataba de un saber fáctico capaz de expresarse en el léxico de siempre, sino de un nuevo situarse ante lo dado. Es más: Aristóteles mismo insinuó que el hombre se distingue del resto por su capacidad de creación metafórica. ¿No estaba anticipando con ello la conclusión de Nietzsche? Déjeseme citar tríplemente a Derrida.

Como la mimesis, la metáfora vuelve a la physis, a su verdad y a su presencia. La naturaleza encuentra siempre en ella su propia analogía, su propio parecido consigo misma, y no se incrementa sino de sí misma. Se da. Es la razón por la que, por otra parte, el poder metafórico es un don natural. En este sentido es dado a todos.

Ahora bien, todos los conceptos que han operado en la definición de la metáfora tienen siempre un origen y una eficacia en sí mismo metafóricos, para utilizar esta vez una palabra que ya no puede venir bien en rigor para designar tropos definidores así como definidos.

Este recurso a una metáfora para dar idea de la metáfora, impide la definición, pero, sin embargo, asigna metafóricamente una parada, un límite, un lugar fijo: la metáfora/morada
[13].

Tres citas para dejar claro qué se pretende indicar:
- La verdad como metáfora.
- La metáfora como don humano.
- La metáfora morada como origen.
Derrida, en la conferencia sobre la metáfora, incide en que nadie se ha preocupado jamás de explicitar la historia de la metáfora filosófica. Sin embargo tras él, Rorty, por ejemplo, recuperando lingüísticamente a Davidson, la acoge en su pragmatismo como forma de ampliar el léxico moral que adopta una cultura. Aunque con la diferencia de que Rorty lo hace movido por un deseo político, y Derrida por un recorrido filosófico. La trampa en Rorty es su etnocentrismo (reconocido eso sí). Un etnocentrismo que aprovecha lo resultado de una evolución ilustrada y, más allá, escolástica, aunque no fuera filosóficamente consecuente.
Lo más importante ahora aquí es reconocer esa cadena metafórica que nos lleva a la morada. ¿Topamos allí con el límite de la humanitas del hombre?
¿Es en tal irreductibilidad donde se halla la dignidad?


MI DERRIDA

Si hay algo que Derrida logra es hacer temblar toda mentalidad metafísica. No ya simplemente lo metafísico. Es él quien prosigue el trabajo de Nietzsche y Heidegger al respecto. Ahondando en la crítica a Husserl por su regreso a lo en sí. Algo que para Derrida carecería de sentido.
Como se habrá notado, este trabajo no ha podido ser todo lo desarrollado que yo hubiese querido. Sabiendo de la dificultad de Derrida he querido dejarlo para el final, tanto en pensamiento francés como en corrientes actuales. Y al final el tiempo se me ha echado encima.
Sin embargo tengo la curiosa sensación de que Derrida no ha dejado de acompañarme. Precisamente en el margen, en el límite. Decir lo que no se puede decir exige un esfuerzo que no es por todos comprendido. Derrida lo ha sufrido. Su recepción en los departamentos estadounidenses de literatura y su rechazo en los ambientes filosóficos europeos en sus inicios lo testifican. Ahora, sin embargo, que Derrida ya ha vuelto de América, es hora de hacerle justicia. En su dificultad.
No se trata de decir, se trata más bien de indicar. La filosofía que se discute así misma, y al hacerlo, se hace más y más grande, exige un mohín de acompañamiento. Una mueca chistosa de ¿me sigues? Una rueda más y más grande que cuanto más se critica más se enaltece.
De allí su dificultad.
De allí su humor.

BIBLIOGRAFÍA


J. FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Entrada sobre Derrida, Volumen I. Ariel. Barcelona, 1994.


J. DERRIDA. Márgenes de la filosofía. Cátedra. Madrid, 2006.


MANUEL CRUZ. Filosofía contemporánea. Taurus. Madrid, 2002.



[1] En J. FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Entrada sobre Derrida, Volumen I. Ariel. Barcelona, 1994.
[2] Véase. R. RORTY. Contingencia, ironía y solidaridad. En Paidós.
[3] J. DERRIDA. Márgenes de la filosofía. Cátedra. Madrid, 2006.
[4] J. DERRIDA. Op. Cit. Págs. 71-72.
[5] Idem. Págs. 99.
[6] MANUEL CRUZ. Filosofía contemporánea. Taurus. Madrid, 2002. Pág: 395.
[7] M. CRUZ. Op. Cit. Pág: 397.
[8] J. DERRIDA. Márgenes de la filosofía. Cátedra. Madrid, 2006.
[9] J. DERRIDA. Op. Cit. Págs. 43.
[10] Idem. Pág: 168.
[11] Idem. Pág: 243.
[12] Idem. Pág: 343.
[13] Idem. Pág: 284, 292, 293 respectivamente.

viernes, 11 de abril de 2008

La señora Dalloway. Virginia Woolf.


Gracias a G. llegué a Virginia Woolf. Primero lo hice mediante la película Las horas, y al momento con la lectura partida de este breve libro, editado en Lumen.
Numerosas lecturas pueden hacerse de Ms Dalloway. Una sería aquella que ve en ella una obra burguesa por antonomasia y recuperadora del afán modernista, de realización personal en lo artístico, que tendría en Joyce y Pound dos ejemplos didácticos. Realmente uno lee algo ya aprehendido, algo asumido en el Ulises. Por tal motivo, el logro de Woolf se reduce seguramente a ser una prolongación del afán individualizante de las letras de final del XIX y principios del XX. Y sin embargo no es poco. En absoluto.
Con la obra de Virginia Woolf se asume lo que Joyce dejó entredicho; con ella se entiende, se comprende, se capta, es más, incluso se disfruta como nunca cuando los tiempos se trasbasan y los personajes se regiran en bucles de ida y venida. Además sus espirales, sus huidas no dejan de ser escapes semánticos, y no sintácticos. Vuelca la historia en escenas que van y vienen, pero en su estancamiento. Es la narración la que se mueve y no la historia en sí. Ello hace que sea entendible, en comparación a un Faulkner por ejemplo, pero también en su detrimento - seguramente otra característica burguesa: el querer ser en todo momento entendible, aprehensible por la lectora.
Resulta curiosa esa mitad de camino recorrido en una mujer tan modernista como ella. Seguramente su férrea educación y su sempiterna melancolía familio-paterna tuvieran algo que ver. Y no lo digo por afanes psicoanalistas. Lo digo por su pretensión social. ¿No es la fiesta excusa del libro un buen ejemplo? Un querer volar sin salir de casa.
No obstante, si se toman esos límites como un síntoma de coherencia, de límite prestablecido por Woolf misma, podemos disfrutar de uno de los mejores libros que he leído últimamente.
A mayor profundidad se puede entrever la manía burguesa de estetizarse clasísticamente a sí misma. La dualidad de Virginia Woolf, ¿acaso no puede asemejarse a la dualidad liberadora-normalizadora de la burguesía? Seguramente sí. La señora dalloway pues como una obra adolescente - no en su escritura, obviamente, el estilo es maravilloso - pero sí en su anhelo de pretender ser una individualidad y al mismo tiempo res pública.
Una cosa está clara. Es sugerente. Un gran libro con el que moverse entre las lindes de la estética, la crítica literaria marxista, el afán modernista y la individualidad de una mujer excepcional.

sábado, 1 de marzo de 2008

Gilles Deleuze. Mil mesetas.



1 introducción
Iniciar un trabajo sobre Deleuze es algo que hunde en la duda. Su filosofía pura, su terminología contraria al léxico más manido (algo lógico para un quehacer constructivo conceptual que es lo que pretende ser su filosofía) hace que uno tema errar, y mucho, los tiros. Y aun con ello: tras la lectura de Deleuze un servidor no puede dejar de pretender, precisamente, ir más allá de su terminología y aventurarse y equivocarse.
En Proust y los signos, Deleuze repite una y otra vez que la inteligencia viene después, que se configura tras la creación, con lo que se erige como un gran defensor del gran arte. Pero Deleuze es antes que eso, y sobre todo, una invitación a la fabricación de líneas de fuga constructivas, siendo su filosofía una fisura en el academicismo más erudito y egíptico (él mismo menta los cuadros de Fontana, arañazos, fisuras, puertas abiertas). Nuestro pensador procede más de la genealogía nietzscheana que del idealismo más esencialista en cuanto trascendente, aunque él mismo sea el primero en apologetizar la creación de Leibniz más como creación que como exégesis. Su actitud con Leibniz es muy sugerente. Vislumbramos que su crítica positiva o negativa se deberá más a la actitud del filósofo que a lo que realmente éste cree (aunque este realmente sea precisamente el objeto de gran parte de Mil mesetas). Si hay algo que Deleuze demuestra, o de lo que convence – y hablar de demostraciones y verdades en Deleuze ya parece ser estar fallándole – es que el lenguaje debe ser modificado en su utilización, que la forma de pensar debe modificarse si queremos huir de los esencialismos trascendentes que copan nuestra historia. Por ejemplo, Nietzsche acertó en su gaya ciencia; pero no supo definir correctamente lo que implicaba ese construir valores. Su lenguaje siguió siendo estriado, y si bien creó, no supo después explicitar inteligentemente esa huida metafísica. Algo que Fink ya criticó: y que se definió como platonismo invertido por Heidegger, o de sempiterno duelo alemán por la muerte de Dios, como dirá Rorty, escandalosamente.
Mil mesetas es otra forma de hacer filosofía. Particularmente es lo que me ha parecido más novedoso de cuanto he leído últimamente. Y ello es porque cambia totalmente la dirección que había tomado la filosofía. O mejor dicho, o bien dicho: cambia el plano en el que la filosofía debe moverse. No es un giro, ni un vuelco, es otra filosofía. Otro sistema con el que seguramente ver lo mismo de otro modo. Kant ya hizo algo parecido aunque sucumbiera al conservadurismo estatal en detrimento del nomadismo. Kant y Deleuze son creadores, crean conceptos diferentes. Huyen de lo estriado, de las raíces fasciculantes ancladas en el inmovilismo.
Para la confección de este trabajo he leído, obviamente, Mil mesetas, ¿Qué es filosofía?, Proust y los signos y unas Conversaciones con Deleuze. Mi intención no es realizar un trabajo erudito con múltiples notas a pie de página. Como dije al principio, no creo que esa sea la forma de entender y aceptar la invitación deleuziana, sino intentar interpretarlo para drogarme con sus creaciones. No imitarlas en su facticidad, sino más bien aprehenderlas en su intención. Y sobre todo no caer en la hipóstasis de sus conceptos. Los conceptos en Deleuze son siempre fuente de desterritorialización, aunque para él fueran codificaciones reterritorializantes. Por eso el trabajo se titula Deleuze en mí. Lógicamente no se trata de ningún retrato narcisista: todo lo contrario. Más bien tengo la impresión de que se ha de volver a él una vez y otra.

2 Rizoma
Para alguien con estudios de ingeniería agrónoma como yo, encontrarse con el término rizoma en un libro de filosofía choca doblemente. Por un lado lo hace porque no es una palabra típica en obras de pensamiento, y por otro porque rizoma para mí ya significaba otra cosa, ya formaba parte de un currículum estriado, enraizado en ciencias sabihondas.
Si algo hay que decir sobre el rizoma en Deleuze es que no pretende ser una aprehensión lógica, objetiva tal como la entendería una mentalidad fisicalista. No queremos hacer ciencia (p 27) dirá el pensador francés. Todo este primer capítulo es una lucha por abandonar el anclaje de una estructura filosófica lógico-binaria. Por lo que se trataría más bien de presentar otro modo de interpretar lo dado. Que Deleuze hable de arborescencias no nos debe engañar a la hora de saber que de lo que habla, en el fondo, es de la esencias de siempre, de esas ideas platónicas que occidente tan bien ha empleado a la hora de desarrollar una ciencia político-estatal (dirá más tarde). Por ello nada más lejos de la realidad el considerar el rizoma, el plano que permitirá las multiplicidades y agenciamientos, como el arché preplatónico. Porque el rizoma no es lo uno de múltiple (p 25). El rizoma no habla de esencias, no es una meseta que aglutina a todas las pivotantes esencias arborescentes. No calcaría todos los árboles como hace lo arborescente, más bien cartografiaría multiplicidades – Deleuze dirá que un rizoma está hecho de mesetas, de dimensiones (p 25-26), y al decir que está hecho de dimensiones estará diciendo que no está hecho de puntos. Ello es lo que permitirá que hable siempre de líneas, y más tarde de espacios lisos. Que el rizoma no sea arché nos aleja del lenguaje esencialista, porque no une los puntos de anclaje en una urdimbre ontológica, sino que más bien se asocia a los itinerarios que bien pueden codificarse en determinados territorialidades, aprehendiendo a esos agenciamiento en sí, como relación. Si consideráramos tanto al sistema pivotante fuerte, como al sistema raicilla como estructuras aprehensivas esencialistas, como lenguajes, e hiciéramos lo propio con el sistema rizoma: podríamos decir que de lo que estamos hablando ahora es de procesos, de devenires, de las líneas que unen esencias, como otra manera de vislumbrar e intuir. Deleuze está obviando los sujetos y los objetos, no hay sujetos y objetos en las multiplicidades (ni por tanto en el sistema rizoma (p16)).
Creo que este concepto – y uso concepto tal como lo hace Deleuze en ¿Qué es filosofía? – es una creación que posibilita la aprehensión de algo olvidado hasta la fecha. El estancamiento de esencias, la no relación entre las mismas que imposibilitaba pasar de una a otra, excepto mediante saltos ónticos, de esencia a esencia, al no permitir multiplicidades ni por lo tanto devenires, fomentaba el egipticismo más acérrimo. Estamos pues en un plano político. Cuando las esencias cerradas, esos códigos establecidos, huyan de su condición egíptica y se atrevan a devenir lo otro, adquiriendo agenciamientos que, sin dejar de ser ellas mismas, los fundan con el predicado del devenir, entonces, y sólo entonces, estarán haciendo rizoma. Deleuze habla de la avispa que deviene orquídea, mientras la orquídea deviene avispa. Para el sistema pivotante son dos puntos: A (avispa) y O (orquídea). Dos puntos dispares según el sistema arborescente nunca podrían fundirse, ya que o se es A o se es O. Sin embargo, en el sistema rizoma que aprehende lo relacional, lo itinerante, el caso es que existe algo en común entre ambos. A à O (desde el punto de vista de la avispa), pero al mismo tiempo, O ß A (desde el punto de vista de orquídea). Y eso ya es otro cantar. Y lo es porque ahora atisbamos la fusión que los devenires producen entre lo que debieran ser dos esencias estancas y separadas. Tanto el à como el ß no dejan de ser líneas, dirigidas, pero líneas. Y sabemos que las líneas se sitúan en planos, en dimensiones iguales si queremos que se afecten mutuamente, como es el caso. Podría incluso aventurarme a decir que esa línea, tome la dirección que tome, es la misma. Está claro que no se puede decir que la avispa dejará de ser avispa, pero sí que cuando tienda a la orquídea estará siendo la orquídea que la avispa lleva dentro. Estará huyendo hacia su naturaleza de orquídea. No podrá ser la avispa-orquídea que lleva dentro más que cuando esté en relación con la orquídea. De la misma manera que nunca podrá ser más avispa-ventana que cuando choque con la ventana.
(Ya he dicho algo sobre el talante político de la obra deleuziana. El subtítulo de capitalismo y esquizofrenia es una pista que el pensador francés nos deja. Llegados a este punto creo conveniente introducir un concepto que resultará, a mi parecer de gran ayuda. Me estoy refiriendo al Clinamen. Un concepto que Demócrito y los atomistas introdujeron para asegurar la libertad política del átomo en caída libre. Así pues el Clinamen sería la capacidad de dicho átomo de variar levemente la trayectoria, lo que en definitiva sería lo único que posibilitaría los choques que favorecerían su conjunción con otros).
Sobre Mil mesetas Deleuze dirá que es un libro de conceptos (CD p35). Y sobre el rizoma que es un sistema abierto en el que los conceptos remiten a circunstancias y no a esencias (CD p45). Todo ello hará que las consecuencias políticas del concepto rizoma sean varias. Habiéndonos despojado del sistema raíz, en el que las esencias son clavadas y la historia no es más que un calco de puntos, sólo nos queda aprehender el devenir en sus múltiples acepciones. Como decía anteriormente, lo que resultaría un error grave sería la asimilación del sistema rizoma a la pretensión metafísica de querer aprehender ónticamente, aunque fuera de una manera correcta, visto el fallo de la exégesis más tradicional. No se trata de eso. El sistema rizoma no quiere concebir esencias; no es una reacción en el mismo plano a los otros sistemas metafísicos; sino que es otro plano. Aunque como se verá sí comparte con el sistema metafísico lo que tiene de bueno: su modalidad, su modo de ser, la modalidad que nos permite hablar de lo que es obviando lo qué es. Del mismo modo que el Ser y no los seres (la ontología y no la óntica) nos permitían aprehender bien el espacio estriado; de ese mismo modo el sistema rizoma no nos dirá qué hacer o qué ser sino cómo se deberá ser (se sea lo que se sea) – nómadamente, huidizamente.

3 Contra Freud
Situados ya como estamos en un plano de multiplicidades que se fusionan en mutuos devenires, no debiera sorprender que el psicoanálisis más reduccionista fuera objeto de ataque deleuziano. Y efectivamente Freud será precisamente el centro de ferviente crítica.
Deleuze dirá que con Freud comienza el reino del significante (MM p35) Y sobre todo:

Al psicoanálisis le reprochamos que haya utilizado enunciados edípicos para hacer creer al paciente que iba a tener enunciados personales, individuales, que por fin iba a poder hablar en nombre propio
[1]

Lo importante, a mi parecer, es comprender que el psicoanálisis toma como solución lo que seguramente sea causa del problema. Al no poder concebir el inconsciente más que como ego traumatizado y/o sublimado – pensemos en el Malestar de la cultura y sobre todo en el complejo de Edipo – el psicoanálisis lo reduce a una entidad quietista a la que le ocurren cosas, que se traumatiza, que se sublima: pero como algo fijo, como una esencia que no puede devenir, sino tan sólo sufrir por cuenta ajena. No soporta pues lo esquizoide, ya que como punto que es, no puede ser dos puntos: podrá ser un punto que duda y se desplaza (caso de la paranoia) pero nunca podrá dejar de ser sí mismo. De allí la cita expuesta. Y de allí que Freud sea asociado a la mayoría capitalista. Ya que parte de su esencia, del ser privilegiado: familiar, burgués… y lo que es peor, todo lo reduce a ella. Todas las pulsiones deseantes serán auspiciadas bajo Edipo, y todas las dudas políticas serán analizadas bajo el peso familiar (CD p 29). Se ahogan por tanto todas las líneas que huyan de esa territorialización, y todo se recodificará para concebir un inconsciente unitario que no es más que un territorialización del mismo, pero que en absoluto supone toda su naturaleza.
El inconsciente como ser desvelado, como verdad suprema – en definitiva sospecha fáctica pero no modélica. Otra estría, pero estría al fin y al cabo. Tabula rasa afectada versus multiplicidad agenciada en líneas de fuga, en devenires variopintos. La discusión es seria. Y es seria porque no se trata de una crítica fáctica de lo qué se es o deja de ser; sino más bien de la organización o estructura que quiere darse a esas multiplicidades. Una persona es varias cosas a la vez, tanto se mire desde una perspectiva freudiana como deleuziana, pero el psicoanálisis hallaría en esas multiplicidades un nexo, una organización; es decir: no vería en sus acepciones más que raicillas nacidas de una raíz madre. Mientras el sistema rizoma las respetaría por igual.
Un ejemplo que me parece extraordinariamente didáctico es el del caballo de labranza que se asemeja más a un buey que a un caballo de carreras. Y realmente es así. Pensemos en su vida, en sus madrugones, en su dieta, en su esfuerzo aeróbico versus al esfuerzo puntual de un caballo de hipódromo. La vida de ese caballo de labranza es casi, se podría decir, igual que la del buey. Y sin embargo seguimos diciendo que es caballo. Porque biológicamente lo es; pero tanto como devenirmente es también buey
[2].

4 Dios como bogavante
En Mil mesetas escribe Deleuze:

Entre el contenido y la expresión no hay correspondencia, ni conformidad, sino únicamente isomorfismo con presuposición recíproca
[3].

Más lucha contra el esencialismo y contra el lenguaje como método de representación. Presenciamos un intento de no desdoblar el mundo en significado y significante. Por un lado tendríamos las dos articulaciones básicas: el contenido y la expresión. Y dentro de ellas, el contenido se bifurcaría en sustancia y forma. Las formas son producto de codificación, y en su descodificación devendrían paraestratos; mientras que, por su lado, las sustancias son regalo de la territorialización, y en su desterritorialización acabarían configurando los epistratos. Por último, como urdimbre de ambos, hallaríamos el ecúmeno; y como desterritorialización, el planómeno.
Si ahora respiramos podremos quedarnos con lo epifánico del tema. Lo primero a tener presente es que no estamos virando la primacía del significante hacia la del significado o viceversa. Lo que el título quiere decir (en mi opinión, tengo la sensación de estar sobre arenas movedizas) es que las dos pinzas del bogavante atrapan ambos reinos para compartirlos en un mismo plano. De ahí la cita y la presuposición recíproca entre contenido y expresión. Y de ahí también la crítica al dominio del significante. Dominio que Confucio ya asignaba a los emperadores como dadores de nombres. Nombres que daban puerta de acceso al significado y por lo tanto al poder. Deleuze quiere alejarse de eso. Quiere huir de esa verticalidad y sus manidas formas de aprehender la realidad. No existe para Deleuze un dualismo partido, por lo que no todo será tan rígido como el párrafo indigestivo de arriba parece presuponer. Debemos tener presente en todos sus conceptos que la estructura adoptada es lineal, no puntual, de dimensiones y no de dardos de punto a punto.
Los epistratos hemos dicho que son medios o estadios intermediarios; fuentes de desterritorialización. Por lo tanto estrato que permite líneas de fuga y devenires múltiples, que permite el Clinamen. Los paraestratos serían más bien planos de formas irreductibles, que tan sólo se verían satisfechos en mutaciones, en descodificaciones. Algo factible desde la rebeldía asignificante y desde los espacios lisos. Sin embargo no podemos identificar la desterritorialización con la descodificación. No estamos en esos niveles de correspondencia, sino tan sólo (tan bastante) en devenires que si bien pueden identificarlos en algún caso, también pueden contraponerlos en otros. Como dije arriba: no es un viraje de dirección. Porque si lo fuera caeríamos en el esencialismo de siempre, en el racismo de considerar una esencia dada aunque fuera al final del proceso ousíatico, sustancial. Y no hay puntos a los que llegar, no hay una raíz de la que salir o a la que llegar. Sí es cierto que habrá esa raíz final: pero nunca será más que la ciudad anclada en el camino, que sin el camino no se concibe, y en la huida se construye. Como el emigrante que cuando va hacia un punto no fijo no vive en el camino, no vive porque camina por ese punto, hacia él; hace el camino por ese punto y lo subyuga. El camino se configura de múltiples puntos, porque es línea; el emigrante sólo tiene dos puntos. Uno abandonado y otro aún no logrado. Como yo al iniciar esta carrera. Salgo de 0 licenciatura de filosofía y pretendo llegar a 1 licenciatura de filosofía. ¿Y mientras tanto? Según el sistema arborescente nada, sólo en camino. Cuando no obstante sí siento estar en algún punto: ahora mismo en mi punto Deleuze. Soy mi jorge – deleuze, en minúsculas, porque ni soy esencia Jorge ni esencia Deleuze. No huyo hacia él, sino que huyo con él.

5 El lenguaje como transmisión de consignas
Si hay algo que critica Deleuze son las redes de poder. Pero no las urdimbres fácticas de poder, causales, de posesión de medios para consecución de fines. No. Son las redes mismas lo atacado. El estado de cosas que se prolonga en su estado itinerante adoptando posiciones egípticas, y quedando con ello prefijado, si bien en su momento fue fin y no inicio. Fue, pues, agenciamiento. Pero otro agenciamiento y por lo tanto de otro. Redundante también. Porque cuando en las escuelas se da un consejo a un niño se redunda. Por un lado se dice, y por otro se impone desde la tarima ya que no te lo dice un cualquiera. Te lo dice precisamente lo que es el punto final de tu camino. La arborescencia a la que se tiende. Y ¿Cómo no hacerle caso?
Así es el lenguaje. Una prolongación de consignas. Una referencia absoluta a una lengua establecida: que mediante idiolectos, jergas y palabrotas, no hace más que prolongar su poder presumiblemente sintáctico pero a la vez fáctico. Similar al caso de los bárbaros evaluados en comparación a nosotros, analizados en lo que les queda de trayecto para llegar a nosotros. (Por citar un ejemplo de a pie: Michael Jackson erró el tiro de querer devenir blanco porque no supo ver que no es el color de piel lo que le hubiera acercado a su Michael Jackson-blanco-mayoritario. Al contrario Louis Armstrong siempre fue criticado por las minorías de color por hacer la coba a la mayoría blanca, haciéndose el simpático negro agradecido, y devenir así su Louis Armstrong-blanco-mayoritario). Respecto a eso Deleuze menciona el caso del black english. En él no se falla a la lengua, sino que más bien uno se revela a la sumisión política al no aceptar su gramática. Pensemos en Chomsky y su gramática generativa o en Strawson.
Cuando Henry Miller asegura que lo positivo, lo constructivo, sería poder drogarse con un vaso de agua, en un vaso de agua; o cuando el mismo Deleuze apunta a la posibilidad de tartamudear en nuestra propia lengua, lo que se está insinuando es una brecha por la que huir del complejo político establecido, de las dialécticas de poder que veremos en Foucault. Ser extranjero en nuestro propio idioma. Si pensando, escribiendo, hablando, no hacemos más que prolongar la gramática inoculada por los meros usos, lo que podemos hacer para dejar de comprendernos a nosotros mismos es tartamudear, a-gramatiquizarnos. Ser palabras sueltas, devenir intraducibles para ser creativos en nuestra cresta de ola. Pero ¡ojo! en la nuestra. No en la de otros. Si mencionaba el caso de Leibniz al inicio como particular ejemplo de creación filosófica, ahora puedo hacer lo propio con Joyce. Pensemos sobre todo en Finnegans Wake – el sueño que se narra a sí mismo. Y que supuso para el escritor dublinés un auténtica línea de fuga que jamás se reterritorializó, en cuanto fracaso. Fue el devenir-libro-sueño de Joyce; el suyo exclusivamente.

6 La subjetivación como estrato
Tres son los estratos que nos atan.
El estrato orgánico.
El estrato significante.
El estrato de subjetivación.
Me atreveré a expresarlo como lo que somos físicamente, lo que somos políticamente y lo que somos subjetivamente – se podría, incluso, decir, lo que creemos ser. Deleuze habla de régimen despótico, significante y paranoico versus régimen autoritario, postsignificante, subjetivo o pasional (MM p 126). ¿Qué está insinuando cuando afirma que la subjetivación es tan estrato como la significancia (MM p 137)? Está afirmando que es punto, que es raíz, que no es rizoma porque aún no ha huido. El somos es un ser óntico. Incluso nuestra creencia ferviente en nuestra subjetividad no deja de ser otra articulación en la que aglutinamos los otros estratos mediante un enraizamiento aún más poderoso, de raíz más profunda si cabe. Un punto desde el que pivotar. Pero un pivotar que nos ata al suelo, que no hace dar vueltas y vueltas sin avanzar en la huida. Pero también un punto desde que dar el paso e iniciar el itinerario por múltiples agenciamientos. Ese es el motivo por el que Deleuze dirá que en el régimen pasional o de subjetivación el punto de subjetivación es comienzo de línea de fuga (MM p 129). Es a partir de él desde donde podremos concebir el Cuerpo Sin Órganos (CSO en adelante).
La rostridad del significante se asocia al despotismo porque es su misma rostridad quien supone su mismo despotismo. Su imagen es reflejo de poder establecido, de quietismo absoluto que los grandes reyes tan bien explicitaron en sus grandes estatuas y en sus esfinges; y en los grandes rostros de los jeroglíficos. Con Moisés huyendo precisamente de Egipto atendemos al primer ejemplo de pueblo itinerante, que se subjetiva en su éxodo; y que sin embargo sigue manteniendo la ilusión de un gran poder, de un imperialismo déspota. Acepta su naturaleza nómada pero con un interés arborescente y marcadamente político. Es lo que Deleuze denomina semiótica mixta. Ser subjetivos pero al mismo tiempo significantes. Desterritorializados pero aún no del todo. Estamos en la segunda desterritorialización, pero a medio camino de la última y absoluta, que mediante transformaciones diagramáticas nos llevará a la desterritorialización particular absoluta; o lo que es lo mismo: al CSO. Es decir: estamos ante una emigración: ya que se huye de un punto en dirección a otro, pero no ante un nomadismo.
Para alcanzar el CSO veremos que debemos convertirnos en nómadas absolutos. Abandonar incluso la subjetivación (aún no nos hemos desecho suficientemente de nuestro yo (MM p157)) para ser múltiples devenires libres de pivote. Sí es cierto que el judaísmo encontró en Moisés una liberación del poder fehaciente y logró con ello una primera desterritorialización; pero aún siguió siendo judío, mero expectante de una esencia por cumplir – participante por tanto de una semiótica mixta – que le auguraba en el futuro un retorno al reino estriado del poder róstrico significante.
El CSO no es anterior al organismo. Es más bien adyacente a él. Deleuze habla también de involución (MM p168). Creo que es interesante aquí el término involución porque desestima la opción de ver en el CSO una esencia a cumplir. Algo que desde una perspectiva histórica, hablando del pueblo judío como representante architípico de pueblo de semiótica mixta, podría dar lugar a equívoco. Citemos a Deleuze:

Bateson llama mesetas a regiones de intensidad continua, que están constituidas de tal manera que no se dejan interrumpir por un final exterior, ni tampoco tienden hacia un punto culminante […]. Una meseta es un fragmento de inmanencia. Cada CSO está hecho de mesetas. Cada CSO es una meseta, que comunica con las otras en el plan de consistencia. Es una componente de paso
[4].

Ese final exterior, ese punto culminante sería la esencia final. Vemos por lo tanto que la meseta no está dirigida a ella, tampoco lo estará pues el CSO. Es aquí, vislumbrando lo dicho, donde podemos comprender por qué el CSO no se opone a los órganos, ni a la territorializaciones. Sino que tan sólo es contrario a la unificación sustancial, es decir, ousiática, de los mismos en un marco común: en una subjetividad única que concibe lo múltiple y lo aglutina sea bajo un mismo significante o bajo un mismo sujeto. Ese es el motivo por el que el pensador francés recomienda no vaciarnos de órganos (MM p165). A Deleuze los órganos le traen sin cuidado, no le resultan interesantes; pueden ser variados, adoptar millares, millones, de formas y contenidos: da igual siempre que sean acatados como puertas de entrada, brechas. El organismo es un estrato en el CSO (MM, p 164). El CSO como componente de paso en el plan de consistencia que nos identifica; y que nos identificará siempre, aunque nos permita (y ojalá sea así) abrirnos a múltiples agenciamientos.
Ya dijimos anteriormente que el rostro es algo conexo al poder despótico. Lo que podemos decir ahora es que Deleuze asocia el rostro al mayoritario hombre blanco (mayoritario, obviamente, en cuanto fuente de poder capitalista y productor de axiomas). Incluso habla de una máquina de rostridad, de una producción social de rostro. Por tanto una desterritorialización del cuerpo que termina en la reterritorialización del rostro como aglutinante y símbolo de poder. Una desterritorialización negativa, por tanto, no diagramática. Algo de lo que se sabrá muy bien aprovechar el capitalismo axiomático, necesitado de quietismo.
Es decir: imposibilidad de captar la diferencia. Permítaseme avanzar que es precisamente esta rostrificación absolutista, y sobre todo capitalista, lo que supone una de las características clave del estado moderno, en oposición al antiguo y al feudal. Y permítaseme también hablar de otra hipóstasis más. En efecto no es más que eso. De nuevo eso. Una arborescencia que aunque proceda de una desterritorialización corporal no ha sabido captar el proceso que justamente lo ha permitido. Resultado, quizá, de ciertas reminiscencias significantes despóticas. Rostro que es ensalzado, al final de una línea de fuga y que no respeta su propio devenir.
¿No estamos pues ante otro caso de consuelo metafísico?

7 Molar versus molecular
Desde el principio de la lectura de Mil mesetas se atisbaba entre líneas la importancia política de la creación filosófica puesta en liza. Con la aparición de lo molar y lo molecular la significancia política se hace, si cabe, mucho más clara. Digamos desde un principio que cuando Deleuze habla de molar se está refiriendo a lo reterritorializado; mientras que cuando lo hace sobre lo molecular denota lo desterritorializado. Dicho esto, el debate político se hace sumamente atractivo.
Quede claro que como ocurre a lo largo de todo el libro, y por ende también en este trabajito, la diferencia que puede haber entre lo molar y lo molecular se deberá al nivel de referencia más que a lo ónticamente denotado (MM p221). Lo que desde una perspectiva fisicalista puede ser lo mismo, según en qué nivel de referencia nos hallemos podrá ser molar o molecular. Es algo a tener en cuenta para poder concebir posteriormente la diferencia entre el espacio liso y el estriado. Ello hace que entrando ya en un ámbito político podamos decir que para Deleuze la política es siempre molar. Y lo es porque siempre se basa en fundamentos axiomáticos róstricos, esto es: reterritorializados. Pero estando curiosamente en manos moleculares. Es lo molecular quien la hace (MM p225). Sin embargo, la flexibilidad molecular de la segmentariedad primitiva que permite numerosas líneas de multiplicidad, en franca oposición a la segmentariedad más dura propia del estado capitalista moderno, no será buena en sí. Ya se ha dicho que no estamos en un nivel de referencia óntico fisicalista que nos acerque al en-sí de las cosas. Por lo que la posibilidad de líneas de fuga que el nomadismo primitivo suscita no es garantía de un correcto devenir de las mismas. El fascismo es un gran ejemplo.
La capacidad del fascismo de movilizar a la clase media, de prometer a individuos presuntamente maduros política y socialmente una línea de fuga intensa, capaz de provocar un afán de desterritorialización generalizado es lo que le diferencia del estado moderno totalitario. Por ello es por lo que se puede decir que el fascismo es una política de masas, porque las acoge en la creación de líneas de fuga, curiosamente, democráticas, por y para todos. En el otro extremo, sin embargo, el estado total lo que hace es cerrar toda posible fuga sobrecodificando. Se efectúa en las clases, porque se identifica con la máquina de sobrecodificación: él marca las directrices, él impone los rostros, esclerotiza los segmentos sobre los que la población se erige y fomenta una interpretación dura del estado: frialdad, elitismo, tecnocracia, especialismo; todo ello rigidez absoluta, y lo más peligroso, des-responsabilización política. Algo que el franquismo en España consiguió lúcidamente cuando dejó de ser un fascismo intenso para devenir un estado que sin proponer identidades fuertes (tipo fascismo) tampoco dejaba lugar a la diferencia.

8 Devenir es rizoma
Así de claro.
Lo que es el devenir ya ha ido surgiendo a lo largo de todo el trabajo. Me he esforzado en el ejemplo de la avispa en alejar toda pretensión de filiación entre los dos implicados. No se trata de devenir “algo” diferente a uno mismo; sino más bien yacer en ese devenir sin fin. El devenir es, pues, la permanencia en la línea. Estamos tan extremadamente estriados en nuestras propias estructuras gnoseológicas que nos cuesta pensar el devenir en sí, sin el atributo a devenir. A este respecto Deleuze afirma que el devenir es del dominio de las simbiosis. Y sabemos que en la simbiosis son dos los participantes (ya era uno de los teoremas de desterritorialización en Mil mesetas).
Devenir animal, devenir niño, devenir mujer, devenir negro: pero nunca devenir hombre-blanco-triunfador-urbano. Y no podremos hacerlo porque ese agenciamiento ya figura en nosotros, seamos niño, negro, mujer o perro. Políticamente este es el mundo del hombre-blanco-triunfador-urbano. Poseemos su agenciamiento, poseemos incluso su gramática, su axiomática. Sólo podemos devenir minorías aunque seamos mayoría. Devenir es agenciarnos las características relacionables de lo devenido. Multiplicarnos en la máquina abstracta que es el planónemo o rizoesfera. Devenir minorías para fundirme a ellas. Fundir ≠ no ser ellas. Anomalizarme. Estar en el borde. Sentir la droga sin estar drogado. Agenciarme personajes. La literatura como creación de anomalidades.
Pero todo ello sabiendo que cuando devengo algo no abandono mi identidad, casi sería mejor decir que fundo una multiplicidad nueva. No se trata de una potencia aristotélica a actualizar, repito que no se trata de esencias. Se trata de agenciarme modus operandi y estructurales ajenos. Empatizarme con las relaciones que un cangrejo tiene de sí, siendo cangrejo pero yo siendo hombre. Hay un ejemplo de Deleuze que nos hará aterrizar brevemente. La juventud del viejo no es comportarse como un joven; sino en ser el joven que lleva dentro. Si el joven (J) tiene una relación x con su juventud (j); el ser joven del viejo será agenciarse esa x. ¿No decía Nietzsche que la madurez del hombre consiste en recuperar la seriedad con la que jugaba cuando era niño? ¿No dice también el mismo Deleuze que las buenas novelas lo que hacen es contrastar los agenciamientos en un mismo personaje, sus dudas, sus náuseas, sus huidas, y nunca comparar personajes egípticos aunque distintos?
Es genial cuando dice:

Las relaciones, las determinaciones espacio temporales no son predicado de la cosa, sino dimensiones de multiplicidades
[5].

Y es genial porque cambia el sistema de referencia al que estábamos a acostumbrados. Ahora mismo estoy en la biblioteca y por la ventana observo como una mujer camina comiendo castañas. Veo que se detiene y revisa el cucurucho de papel para intentar pescar el último bocado. Frunce el ceño y sé que no le quedan ya castañas. Inicia su camino hacia una papelera para tirar el papel. Es cierto que la mujer (M) va hacia la papelera (P) siguiendo el trayecto (t). Del mismo modo que es cierto que el mismo trayecto (ahora ya T) se satisface en ese acercarse de M a P. No es un salto óntico entre la mujer a secas (M) y la mujer tirando el papel (Mp). También es trayecto. Esa mujer es camino ¡y también papelera! Se crea una multiplicidad. La mujer deviene papelera, la papelera deviene mujer, y el trayecto deviene mujer-papelera.

Deleuze habla de haecceidades como las individuaciones diferentes a las de una persona o sujeto (MM p264). Son líneas, no puntos, son puro rizoma. Asemeja también lo intempestivo a la haecceidad. Aión versus Cronos dirá también Deleuze. El tiempo múltiple que todo lo engloba en un instante, el aión, el instante eterno que decían los griegos. Lo no mesurable. El instante sobre el que Schiller decía aquello de: lo que te puede dar un único instante ninguna eternidad te lo habrá de devolver. Un instante que engloba a lo múltiple pero sin serlo ónticamente (≠ arché). En definitiva: un tiempo que concibe las multiplicidades al mismo tiempo, sin tener que contar de uno a otro. Permítaseme la osadía: un tiempo nómada que no se mueve, aunque cronológicamente para un físico enclaustrado en su sistema de referencia sí lo hiciera.
Y por supuesto que oriente tiene más haecceidades que occidente (MM p264). Por el mismo motivo que a un músico árabe la música occidental le parece siempre una marcha militar. Ritmo duro; cadencias estruendosas, percusión, viento metálico. Pienso en las sinfonías de Dvorak, en el primer y último movimiento de la 5ª de Beethoven. Es música de aire capitalista, ritmo, de control, dirá Burroughs. Marcando ritmo como en las galeras romanas, sin dejar fluir, sino marcando un aquí y un aquí y un aquí. No hace falta ni mencionar la música actual más popular. La máquina (incluso ya toma directamente su nombre), el House, la música dance: todas ellas gestionan un territorio arborescente en gran medida. Incluso el baile se hará a golpes de cadera. No deja fluir, más bien impone codificaciones y consignas.
Frente a ella, la música oriental y algunos ejemplos en la occidental. Entre nosotros pensemos en el adagio para cuerdas de Barber, en el Verklärte Nacht Op. 4 (para orquesta de cuerda) de Schoenberg, o en el precioso adagietto de la quinta de Mahler (también habría ejemplos en el mismo Beethoven, a medio camino se hallaría el segundo movimiento de la séptima). A una primera vista se notará que comparo músicas duras frente a blandas. Del primer bloque destacan los allegros, los finales, las cadencias; de éste los adagios y los largos. Imaginemos al director de orquesta. Utilizará su batuta como un largo fluir, parecerá que describe en sí mismo lo que siente un río al descender; símbolo extremo del fluir. Gran ejemplo sería el Moldava de Smetana. Lo que siente un río al descender. El director cuando sienta esa música y la haga suya estará deviniendo río. Incluso nosotros mismos si nos dejáramos llevar (obsérvese que digo si nos dejáramos llevar y no si imagináramos ser río), cerraríamos los ojos y fluiríamos, deviniendo río.
La música como desterritorialización del ritornelo (MM 299). Y éste como conjunto de materias de expresión que traza un territorio (idem pp328). Continuemos con el caso de la música; pensemos ahora en la música sacra, y como en ella podríamos incluso hablar de una demostración del carácter nómada de la semiótica mixta cristiana. En el réquiem de Gilles, en los cantos de Hildegard Von Binguen, en Josquim Desprez, en ellos y ella, presenciamos como la voz se hace música – se desterritorializa. Tanto que en ocasiones no sabríamos decir si es voz humana u otra cosa lo que escuchamos. Motivo por el cual, también, cuando intentáramos imitar (y aunque por tanto no devendríamos, porque imitar no es devenir) lo haríamos seguramente mormoteando y no cantando. Porque nos parece que la voz se haya hecho música, haya dejado de ser humana para devenir cuerda o viento.

9 Lo natal está fuera
Cuando Deleuze afirma la exterioridad de lo natal se está oponiendo frontalmente a la mentalidad más architípica que se figura el acontecer como un trayecto determinado por un punto de salida, que sería lo natal, y un punto de llegada consignado, establecido desde los mecanismos de poder. Tanto da que viéramos la esencia como el punto de salida eidético-platónico, como el de llegada ousiático-aristotélico, nos hallaríamos en un espacio estriado arborescente que no tiene en cuenta, para nada, la línea de fuga.
Lo natal será, pues, una desterritorialización de lo innato (MM p337). Será un plano de consistencia que trastoca órdenes, que se ofrece a múltiple devenires para no ser simplemente lo innato. (Lo natal versus lo innato). Recuerda a la patria en Bloch, y su ontología del aún-no. Pero no lo natal como esencia a realizar, devenir como trayecto o el punto como lo único vital, en absoluto.

Es cierto que la vida (dirá Deleuze) es las dos cosas a la vez: un sistema de estratificación particularmente complejo, y un conjunto de consistencia que trastoca los órdenes, las formas y las sustancias
[6].

Sugiere, pues, una construcción política (aunque terminológicamente no lo parezca). Ha confrontado lo natal a lo innato cuando mucha gente lo asemejaría. Lo innato como lo orgánico de salida, lo natal como lo político de salida. Deleuze lo opone. Y esa oposición invoca una construcción política de un hogar (seguramente de izquierdas, ya que la derecha es contraria a todo movimiento). Bloch dirá que nuestro hogar está por llegar, que sentimos melancolía de lo que aún no ha sucedido en ningún lugar, y que por ello no ha envejecido. Nuestra política estaría en nuestra desterritorialización, en su devenir, porque deviniendo es como empatizamos. Empatía frente a solidaridad. No adhesión circunstancial a las causas de otros, que es la definición de solidaridad, sino empatía; sentir lo otro en mí. Quizá algo imprescindible para ser origen de respeto.
Curiosamente, cuando nos agenciamos y devenimos, presenciamos a la vez una reterritorialización y una desterritorialización. Nos acercamos a un estrato mientras nos abrimos al cosmos. Deleuze hablará continuamente a ese respecto de Klee. Con su pintura numerosas veces tildada de infantil, Klee aboga por una huida de lo natal establecido y ansía lo natal por adquirir. Huyendo, siendo fuente de desprecio casi, y deviniendo idiosincrásico, lo que Klee está haciendo, curiosamente, es estar fabricando pueblo. Haciéndolo. Está deviniendo pueblo. Él deviene pueblo y muestra el método, pero como método no como normas a seguir para hacerlo. No deberíamos imitar a Klee porque entonces sí estaríamos siendo infantiles. Debemos agenciarnos el devenir pueblo de Klee. Ni el qué ni el cómo… sino el que y el como, sin tilde, sin ontificación.

10 La ciencia nómada
El nomadismo, como posibilidad de permanecer en espacio liso, también tiene su epistemología. Los atomistas, por ejemplo, ya confrontaron una ciencia de materia-flujo frente a la ciencia hilomorfista (materia-forma). Se trataba de una ciencia que seguía al flujo (recuerda levemente al itinerario circunstancial taoísta) y que no representaba las estrías o las arborescencias que se encontraba por el camino. Es, obviamente, una ciencia no ilustrada, no imperialista, que no busca controlar y apoderarse de lo dado sino más bien auparse en al agenciamiento que supondría devenir lo dado. Deleuze habla de Compars como ciencia estado-legalista y de Dispars como ciencia nómada. La primera tendría en cuenta la materia y la forma, dos puntos, dos arborescencias; mientras que la ciencia Dispars se referiría más bien a la materia y al flujo-fuerza, algo que denota más su linealidad que su estriaje.
A este respecto leemos en Mil mesetas:

Todo el pensamiento es un devenir, un doble devenir, en lugar de ser el atributo de un sujeto y la representación de un todo
[7].

El nómada (en palabras de Toynbee) es precisamente quien no se mueve (MM p385). No se mueve de su plano, de su dimensión, está siempre en su línea de fuga por oposición al emigrante que va de un punto fijo a otro preestablecido. El nómada es más bien un sedentario de su huida. No la cambia, es su manera de vivir; como los artistas circenses que tienen su vida en la carretera, y que seguramente puedan llegar a desconocer en qué punto del mapa tienen hoy función. Es un nómada que, citando a Deleuze, se reterritorializa en la propia desterritorialización, está en un absoluto local (MM 386). Porque está en su dimensión, y por mucho que se mueva siempre estará en esa dimensión. Yo siempre pongo el mismo ejemplo en la sociedad actual entre lo urbano y lo rural. Se ve la televisión y se observa lo urbano, la ropa urbana, los problemas urbanos (por eso no podemos devenir urbanos porque ya todos somos agentes urbanos, vivas en Madrid o en la despoblada provincia de Teruel, tienes tu yo urbano). Por eso podemos decir que la ciudad democratiza, acoge a todos por igual, porque todos poseen en sí a la ciudad. Sin embargo, el urbanita choca en lo rural, salta más a la vista, se huele su inoperancia en problemas rurales. Porque no ha devenido rural (no todos los habitantes de las grandes ciudades son así, obviamente). Lo mismo pasa con el nómada. Sigue su línea y la línea le lleva de tiendas campaña a ciudades, y siendo nómada en ambas no deja de estar en su sitio - en la línea que concibe múltiples puntos. La ciudad como correlato de la ruta (MM p440).

11 Espacio liso. Espacio estriado.
Observemos ahora ya la diferencia que hay entre el espacio liso, trazado y conectado mediante la ciencia Dispars de los nómadas (MM p379) y el espacio estriado, representado doblemente, en cuanto que es la ciencia que le pertoca y debido también a que su papel es precisamente representar para dominar, contar para ocupar (Boulez, MM 486).
He dicho en numerosas ocasiones, pero creo que es menester hacerlo de nuevo para que quede claro, que el espacio liso y el estriado no se oponen como dos esencias distintas e irreductibles. No todo espacio liso es políticamente creativo ni todo espacio estriado es políticamente conservador. No. El espacio liso puede verse estriado: la navegación lo hará con el mar, el GPS con el desierto y la Antártida. Y el espacio estriado puede provocar tremendos flujos de descodificación en sus mismas carnes (MM p441). Se podría incluso decir que toda lógica axiomática se originó en flujos descodificados posteriormente esclerotizados. El mismo Deleuze lo afirma:

Si el capitalismo aparece como una empresa mundial de subjetivación es porque constituye una axiomática de los flujos descodificados
[8]

Ahí radica la razón por la que en Mil mesetas se dirá que Kant aprehendió la ciencia nómada, fluida, pero prefirió adoptar una mentalidad legalista, más conservadora. ¿No procederá de aquí, precisamente, todo la crítica a la ilustración ejemplificada en Adorno y Horkheimer? Como caso paradigmático de sobrecodificación estará la máquina de guerra nómada, subyugada a los objetivos del estado. Un estado que en su acepción moderna ya no osa mostrarse como paradigma trascendente de marcada sobrecodificación, sino más bien como modelo de realización inmanente para una axiomática de flujos descodificados (MM p460). Ya no por tanto donador de nombres, reino de significante; sino más bien dialécticas de poder fluido que da consignas en su pretendida libertad (suena ya a Foucault).

11 Deleuze en mí.
El capitalismo como posibilidad de espacio liso esclerotizada en un espacio estriado y sobrecodificado. Crítica, pues, al sistema establecido; a la estructura que nos empuja aunque sea bajo la realidad-aparente de múltiples opciones de subjetivación.
Tengo los libros de Deleuze a mi lado y entre sus páginas mis resúmenes de horrible caligrafía. Están cerrados. Es el momento de alzar la mirada y no ver ni paredes, ni cielo, ni jóvenes universitarios. Más bien es el instante en el que tengo que devenir Deleuze. Seguramente un Deleuze más tonto, pero al fin y al cabo todo lo Deleuze que puedo llegar a ser.
Si hay algo que Deleuze provoca es una aceptación mayoritaria de la diferencia. Una aceptación que como dije arriba no es consecuencia de una solidaridad respetuosa, sino regalo directo de un espacio liso que aglutina devenires y por lo tanto los hace suyos. No es una adhesión circunstancial, sino más bien una aprehensión personal. El ejemplo de la antropología nos servirá para verlo. La primera antropología sólo concebía las diferencias, las desemejanzas como algo irreducible; pero posteriormente supo comprender que para captar la diferencia debe existir un marco común. De modo similar, Deleuze concibe una urdimbre de diferencias, una urdimbre tejida por líneas de fuga y devenires. Ahora bien, como líneas que se funden es algo obligado que estén en la misma dimensión. La unidad pues es de dimensión y no arborescente.
De allí que los devenires (lanzo una hipótesis) puedan ser aprehendidos como procesos de empatía. Es decir: más éticos que ontológicos. El espacio liso es un sistema – en mi opinión – que podría permitir una ética universal al estar configurado por devenires y no por arborescencias. Al contrario de la razón práctica kantiana que se situaba al final de un proceso de emigración no nómada y que, por tanto, volvía a doblar el mundo, el espacio liso compuesto de devenires asocia la razón práctica a la estratégica de medios-fines, ya que deviene lo otro y aprehende su fin en él.
Si algo ha demostrado el espacio estriado y la ciencia estatal es su incapacidad para justificar una ética universal. Apel se quejaba de ello, y Rorty asumía la imposibilidad de que una ciencia comunicativa pudiera dar solución a tal carencia (en eso coincidirá con Deleuze) y la asociaba más bien a una máquina de metáforas que mediante literatura social (menta en numerosas ocasiones a Dickens) fuera fuente de solidaridad. Deleuze es más filósofo que Rorty en ese aspecto, y le da a la filosofía una puerta de salida convirtiéndola en una máquina productora de conceptos. Allí radicaría su interés. La literatura pues como fuente de líneas de fuga y no como máquina metaforizante.
Deleuze es para mí otra manera de hablar de lo mismo. Y digo lo mismo para nada con un deje peyorativo, sino desde el interés de saber que supone el mundo fáctico en el que los sistemas de poder dominan, tejen, y configuran, así de claro, el organigrama en el que vivimos. Es un sistema abierto, aglutinante, que indica mejor lo que no debiera hacerse que lo que sí tendría que llevarse a cabo. No da consejos, tan sólo se desliza al interior de tu casa y abre ventanas sin decirte por dónde él ha llegado. O mejor aún: te dice que en tu casa hay ventanas, puertas, chimeneas, puntos de inicio de fuga y él sigue huyendo.
No hay conclusión en este trabajo sobre Deleuze. No hay arborescencia Deleuze que retratar, ni esencia Deleuze. Tan sólo ventanas abiertas, brechas – lo que ya comentaba al principio – los arañazos de un cuadro de Fontana.

Lucio Fontana: "Concepto espacial" (1959). Milán

12 Bibliografía.
· Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Gilles Deleuze. Félix Guattari. Pre-textos. Valencia, 2006.
· ¿Qué es filosofía? Gilles Deleuze. Félix Guattari. Editorial Anagrama. Barcelona, 1993.
· Conversaciones 1972-1990. Gilles Deleuze. Pre-textos. Valencia, 1996. (Edición electrónica).
· Proust y los signos. Gilles Deleuze. Editorial Anagrama. Barcelona, 1972.



[1] Mil Mesetas. Pág: 43
[2] Dirá Deleuze que lo que caracteriza al estrato orgánico es ese alineamiento de la expresión, esa relevancia o esa preponderancia de una línea de expresión. Op. Cit. pág 65.
[3] Idem. Pág: 51
[4] Idem, pág: 163.
[5] idem, pág: 267.
[6] Idem. pág, 340
[7] Idem. pág, 384.
[8] Idem. pág, 462.