viernes, 17 de abril de 2009

Sobre la confusión de racionalidades.

Hegel, y tras él, muchos otros, se hicieron proclives al uso de la famosa frase: "Peor para los hechos". Realmente, tan sólo una mentalidad anclada en el positivimo mecanicista ingenuo del XVII, que por ejemplo motivó a Hobbes, uno de los padres del liberalismo junto a su paisano Locke, puede continuar abogando por una filosofía tocaya al utilitarismo más ramplón - que incluso tiene la desvergüenza de no leer ni tan siquiera a Mill hijo - y que se justifica únicamente en los hechos. Desgraciadamente el positivismo fisicalista está a la orden del día a pie de calle, no en la filosofía de nivel - ¡en algo se tenía que notar! - y configura pues la política coetánea. Creo que gran parte de la responsabilidad de la culpa de abogar por una política de raigambre positivista nace de la incapacidad del discernimiento de racionalidades. De todos es sabido cómo la filosofía de los "hechos" termina, precisamente, en una política y una ética de "no hechos", en una práctica kantiana vacía, desnuda. Famosa es la mentalidad constitucional estadounidense de no meterse en lo íntimo del vecino, en su religión, en sus convicciones. También el intento de Rawls de defender su velo de ignorancia como condición sine qua non para un contrato de raíz kantiana. Es inútil. La implantación de fines éticos no puede derivarse de una racionalidad técnico-instrumental. De ello han hablado sobre todo los franfurtianos: Horckheimer, Adorno, Marcuse. El corolario de todo ello es la derivación de la responsabilidad de motivación final hacia inspiraciones cuasi-irracionales, lo que sería una opción defendida por muchos, o hacia falsas razones, o razones a medias, lo que sí supone un tremendo chiste sino fuera algo peor. Ya Nietzsche en una de sus intempestivas - y antes de que el tremendo siglo XX hiciera acto de presencia - se mofó de la capacidad de traspasar bondad cultural de bondad técnica . Él se refería a la guerra franco-prusiana. A nadie se le escapa que muchas veces la motivación final de los actos es debida a inspiraciones religiosas, sobre todo cristianas. Y ello aunque se haga bajo un pretendido laicismo. Lo que no es criticable en sí, sino fuera por su pretendida voluntad de justicarse de nuevo en los hechos. El trabajo que supondría discernir o no si la ética debe nacer o nace de lo religioso o lo racional es tarea ardua, y aporética. Sin embargo creo que la razón sí puede equilibrar las diferencias, al mismo tiempo porque las permite. Obviamente no se trata de una razón monolítica ni de una racionalidad metafísicamente justificada en una metanarrativa a la escolástica. Sino de una razón que sabe de lo irreductible y nace de ello. Y de aquí, precisamente de aquí, surge la necesidad de saber diferenciar, y no para separar sino para aunar y converger, las racionalidades. A las tres kantianas, la teórica, la práctica, la estética, sumaría yo la religiosa. La teología cristiana está haciendo el esfuerzo de hacerse todo lo racional posible, que no positivista, ¡está claro! No así el pretendido racionalismo técnico-positivista yaciente en múltiples departamentos universitarios. Y es que una razón que siempre quiere tener LA razón es capaz de justificar todo para justificarse. La confusión de racionalidades es visible en los aspectos más mundanos. Pijas de altos tacones que salvan el mundo, Hippies que lo joden; párrocos que justifican la violencia aunque a ellos no se lo parezca, comunistas que llevan en sí el cristianismo, y todo ello en una miscelánea de estética preponderante que muchas veces es mera estética vacía. Y lo vacío lo que hace es dejarlo todo tal como está: no vacío, sino rebosante de axiología tecno-capitalista. Ser portador de nihilismo no significa haber nacido de él. Y sabemos gracias a Nietzsche y la lectura de Vattimo que existe un nihilismo positivo.
Creo que la inteligencia radica en la capacidad de aunar en uno mismo las racionalidades. No sería tanto el tener razón sino el ser razonable con la diversidad de la Razón.

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