lunes, 22 de octubre de 2007

La senda del perdedor. Charles Bukowski.


Vuelvo a mis andadas barriovajeras con este librito autobiográfico - como casi todos - de Bukowski. Me quedé con ganas de ahondar en su jodida infancia con los dos últimos relatos de su último libro leído, y a fe cierta puedo decir que lo he hecho. Quizá sea el libro suyo que más me ha gustado. Todos sabemos lo escandalosa que es una primera lectura de este borrachuzo, y como nos llama su mal vocabulario y sus historias de mujeres desesperadas y botellas de cerveza: me gustó atisbar bajo esa urdimbre de prosa directa, y muy válida - tampoco nos quedemos en una lectura meramente adolescente - un arraigo, una explicación consciente de su tirantez y su frialdad. Ser el hombre congelado: esa quietud, ese egipticismo derivado de un desasosiego profundo, causa directa y consciente - por parte de Bukowski - es lo que encuentra explicación en este libro directo, de lectura rauda y prosa vigorosa.
Escrito en primera persona como siempre, capítulos breves: vértigo de acción; y un retrato fiel de la urdimbre social de los Estados Unidos de preguerra y en total depresión del 29. Me recuerda levemente al libro autobiográfico de Fante reseñado en este blog. Quizá se trate de su texto más contribuyente: un escrito que supera el (no)proyecto personal del propio autor para describirnos un mundo - o tendría que decir submundo - mediante imágenes biográficas que retratan fielmente un espacio y un tiempo que nos es lejano. Lo más destacable, y lo que salta primero a la vista, es el tétrico ambiente familiar en el que Bukowski creció. Los malos tratos recibidos por un representante encomiable de una dialéctica totalizante, de un sistema de poder familiar de lo más anclado en la célula familiar, es decir: su padre; junto a él, una madre silenciada, alienada en una adoración opiácea de la figura matrimonial. Todo ello configura un ambiente asfixiante en el que la biblioteca pública será la única luz de un mundo que falla.
Creo que la gracia de Bukowski es esa. La plena conciencia de su egipticismo nihilista. ¿Se atisba en él aún un duelo por Dios como, por ejemplo, pasa en Nietzsche? ¿O ya supera esa atrición para ahondarse en plena posmodernidad desencantada? No. No la supera. Y ese dolor, esa tensión plenamente consciente - lo repito porque no hay lectura psicoanalítica de ello - es lo que proporciona una lectura trágica de sus textos.
Buen libro. A lo mejor no el primero para entrar en Bukowski, pero sí el central de cuanto de él he leído.
Anagrama, como siempre.

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