En este mismo blog introduje hace un tiempo una reseña sobre Lapidarium IV de este mismo autor. Ese libro fue de mi agrado y me atreví a entrometerme más en su obra. Me gustó su lectura fácil, su equilibrio entre cierta exigencia intelectualoide, o mejor decir: responsabilizante, y esa sencillez de la escritura de reportaje.
Viajes con Herodoto me ha decepcionado. No es que sea mal libro, o esté mal estructurado, que a veces lo está, sino que simplemente creo que no dice nada. Es curioso que un libro que en principio tiene que servir para viajar con Kapuscinki sea al final un viaje con el mismo Herodoto, curioso que lo que tendría que ser la excusa se convierta en lo más válido del libro. Algo que no se busca como lector, y algo que el autor no está del todo capacitado para ofrecer. Ya observé en Lapidarium IV cierta manía a dogmatizar, a esgrimir enunciados con toda la pachorra. No estoy diciendo que diga todo mentiras - al contrario dice cosas con mucho sentido - pero sí cae en errores de bulto.
Acierta por ejemplo cuando escribe: " Y que hay que conocerlos (se refiere a otros lugares y gentes) porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los que vemos reflejada la nuestra (cultura). Gracias a esos otros mundos nos comprendemos mejor a nosotros mismos, puesto que no podemos definir nuestra identidad hasta que no la confrontamos con otras". Gran verdad enunciada y sobre todo encubierta en toda actividad antropológica, y tan bien explicitada por Javier San Martín. Quizá esa sea la epifanía del libro, y parte del motivo por el cual Herodoto está de moda.
Con ello entramos en algo de vital importancia. Y es el reino de fines Kantiano y la dignidad fichteana. El como el respeto y la libertad que lo cimenta nunca pueden ser absolutos en cuanto entes estancos, sino que se dan, se nos donan, en una urdimbre intersubjetiva, que al mismo tiempo que los posibilita nos los hace objeto de posible aprehensión. También cobra relieve el concepto de los contrario griegos; el otro nos hace a nosotros, y seguramente su destrucción facilite la nuestra propia. Cuando atisbamos diferencias culturales es porque disponemos de un mismo paradigma en el que captarlas. Y ese paradigma que nos separa, al mismo tiempo nos une. Comprender esto es de vital importancia para entender los derroteros de toda filosofía actual: colmada en un mar de intersubjetividad, que siendo o no transcendente nos pueda dar un marco adecuado de actuación ético-política.
En cuanto a este libro poco más. Sencillo, legible, sugerente quizá. Pero algo entre autobiografía, libro de viajes, diario intelectual, tantas cosas quiere ser que no acaba siendo ninguna.
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