lunes, 22 de septiembre de 2008

Jean Baudrillard.


Desaparición de la metafísica.

Hacer, o al menos intentar hacer, un trabajo sobre Baudrillard colapsa. No es sólo que su forma de escribir, sincopada en ocasiones y otras veces marcadamente aforística, sea difícilmente resumible o esquematizable, sino que también sus conceptos – y es que Baudrillard no deja de ser una máquina-total creadora de conceptos – se suceden ininterrumpidamente.
El primer apartado lo quiero dedicar a la desaparición de la metafísica. Y es que como Baudrillard mismo dice: la metafísica desaparece
[1]. En cultura y simulacro, el trasfondo vital que subyace a toda la procesión de sugerencias es la de la pérdida de referentes. Nos olvidamos definitivamente del sistema especular implantado por Platón, y que ha sido clave de bóveda de todo el sistema científico/positivista, propugnando un sistema de signos tan fuerte que, hoy en día, se ha quedado solo, sin referencia, y que divaga en lo simulado.
Simular es fingir tener lo que no se tiene
[2]. La cultura del simulacro según Baudrillard, pues, es aquella fundamentada en una resurrección artificial de los signos. Dice el propio pensador francés:

Las fases sucesivas de la imagen serían éstas:
- es el reflejo de una realidad profunda.
- enmascara y desnaturaliza una realidad profunda.
- enmascara la ausencia de realidad profunda.
- no tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, es ya su propio y puro simulacro
[3].

Lo vital es aprehender que el sistema de signos establecido en la physis, como retrato especular de lo metafísico, queda huérfano una vez lo hipostasiado es desbancado por la sospecha de Nietzsche. La simulación se inicia allí donde el signo se mantiene artificialmente, ya que no hay nada que referir. En pleno periodo metafísico se podría haber hablado de “mentira”, pero ahora ya tan sólo puede hablarse de simulacro. Suplantación de lo real por los signos
[4], lo simulado se troca por lo real[5]. En el fondo varias formas de decir lo mismo. No es tan sólo que lo simulado, es decir: la procesión infinita de imaginería se transforme en un mundo hiperreal, en cuanto significa lo real falso y se convierte en lo único real, y dobla lo fáctico obviando lo anteriormente verdadero (lo metafísico). Sino que también el signo pierde todo su antiguo valor[6], ya que a nada refiere. No es nada extraño pues que Baudrillard hable de nostalgia ante un sistema de signos con trasfondo[7]. Y es que lo que surge tras la desaparición de referentes es la estetización total. Digámoslo ya: lo posmoderno. A fin de cuentas el famoso pastiche de Jameson también era producto de la nostalgia.
Ahora bien. La continua estetización, producto directo del fenómeno más amplio que supone ser el simulacro, no puede – políticamente – destrozar el principio de realidad. Según Baudrillard el acierto de Maquiavelo fue percibir que lo político pertenecía más bien al reino de lo simulado, aunque se cimentase en una pretendida axiología egíptica
[8]. Un ejemplo preclaro de lo mismo lo podemos ver en el caso Watergate. En cómo el sistema simulado salva el pretendido valor. No estaría muy lejos de la doble capacidad denunciada por Marcuse respecto a la burguesía: aquella que propugna la diferencia en la plena normalización. De un modo parejo, el sistema político actual simularía, en pleno simulacro, rescatar el valor nostálgico, sabiendo bien a las claras que nada hay que rescatar. Citemos a Baudrillard.

Disneylandia existe para ocultar que es el país “real”, toda la América “real”, una Disneylandia. […] Disneylandia es presentada como imaginaria con la finalidad de hacer creer que el resto es real, mientras que cuando la rodea, Los Ángeles, América entera, no es ya real, sino perteneciente al orden de lo hiperreal y de la simulación. No se trata de una interpretación falsa de la realidad (ideología) [¡], sino de ocultar que la realidad ya no es la realidad y, por tanto, de salvar el principio de realidad
[9].

Con esta cita podemos ya obviar una interpretación ideológica de Baudrillard. Un error que es fácilmente cometible. Lo simulado no esconde ningún hilo de poder, por mucho que se empeñen en mostrarnos un hombre de sombrero de copa y puro dominando el mundo. Foucault ha sido, pues, asimilado. Baudrillard no se preocupará de hallar un referente claro al poder. Claro que, por el contrario, aprehende el ansia política como la simulación moral del capital. Y es que el capital inmoral y sin escrúpulos sólo puede ejercerse tras una superestructura moral
[10]. Por eso permite la denuncia, incluso la facilita. Para salvar las apariencias, diría la sentencia popular. Y en este caso acertaría.

Esto es todo lo que el capital nos pide: recibirlo como racional o combatirlo en nombre de la racionalidad, recibirlo como moral o combatirlo en nombre de la moralidad
[11].

Es decir: lo que nos pide el capital es no salir de lo simulado. El simulacro huye de los hechos – ya que no es metafísico aunque sí resulte ser dogmáticamente acatado, y por lo tanto sí metafísicamente moral – y se recrea en los modelos, en las simples formas. De ahí su capacidad de seguir haciendo siempre lo mismo aunque bajo distintas maneras. No se puede salir de él porque el intercambio es imposible. No existe en ningún sitio una equivalencia metaeconómica de la economía
[12]. Porque el signo ya perdió su antiguo valor. No hay referente filosófico para el fluir continuo del capital por sí mismo.

El capital es quien primero se alimentó, al filo de su historia, de la desestructuración de referente, de todo fin humano, quien primero rompió todas las distinciones ideales entre lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, para asentar una ley radical de equivalencias y de intercambio, la ley de cobre de su poder
[13].

El problema radica en que “los capitalistas” más que el capital en sí mismo sí lo creen intercambiable, cuando no lo es. Ésa es la fuerza del capital. Su profunda ambivalencia de prometer y no dar a cambio. Y ésa es, también, la lucha actual entre el poder y el capital. El poder luchando por salvaguardar lo real, mientras el capital se empeña en su dialéctica fáctica y natural, que no puede jamás no satisfacerse. No es nada extraño, pues, que el posmodernismo como pérdida de referente se asocie al flujo continuo del capitalismo avanzado (Jameson). La fluidez continua, el que el dinero no pueda detenerse, puede aprehenderse como una muestra de cómo no es intercambiable por nada, excepto por el consumo más acérrimo que nada significa, y que se recluye en un esteticismo hiperreal que todo anuncia pero que nada da.
Imaginería, esteticismo, posmodernismo, simulacro. Ya los situacionistas de Debord denunciaron el acoso de lo estético. Warhol podría ser el paradigma del simulacro enaltecido en su propia ilusión. Una pretendida solución a dicho vaciado es impregnar todo de referentes para salvaguardar el principio de realidad
[14]. La información excesiva de los mass-media iría por tal camino. Su continua manera de informar, de dar cabida a todo suceso; sus reportajes etnológicos de dominical: todo está dirigido a dar a entender que tras la letra se esconde un mundo en sí que descubrir, y sobre todo, que salvar. Dirá Baudrillard:

Es preciso pensar los mass-media como si fueran, en la órbita externa, una especie de código genético que conduce a la mutación de lo real en hiperreal…
[15].

Ya he comentado cómo lo hiperreal para Baudrillard es algo parejo al modelo y no al hecho. El papel de los mass-media desarrolla de un modo excelente tal modelización. También podríamos hablar de normalización. Y, sobre todo, de implosión de sentido. Cáncer de sentido, sobresaturación de sentido, fusión plena de horizontes que imposibilita la distinción, y fomenta la individualidad indiferenciada – quizás la característica más específica del fenómeno de las masas. No es extraño que Baudrillard se ocupe profusamente de ellas en la segunda parte de Cultura y simulacro. Y es que en adelante la única verdadera práctica será la de las masas
[16]. Los máss-media no hacen más que crearla. En un círculo vicioso que las quiere evitar pero las origina al mismo tiempo. La sobre información es lo que tiene. Por no hablar de la publicidad.

Todo las irradia, todo las imanta, pero todo se difunde en ellas sin dejar rastro. Y la apelación de las masas, en el fondo, siempre se quedó sin respuesta. No irradian, sino que al contrario absorben toda la radiación de las constelaciones periféricas del estado, de la historia, de la cultura, del sentido. Son la inercia, el poder de la inercia, el poder de lo neutro
[17].

De la masa no puede hablarse, la masa no puede enajenarse, la masa no es sujeto
[18]. No puede serlo en el reino del simulacro, por eso es la gran vencedora. Porque acata los sentidos dados por la máquina simuladora, sin ser capaz de cuestionarlos ni mucho menos crear otros nuevos. Es el anti-Nietzsche par excellence. La masa informe, no el proletariado desinformado. Todo lo contrario. Es la sobresaturación la que le provoca su mohín de franca indiferencia. Del mismo modo que lo social comienza con Marx[19], lo social morirá con lo masificado[20]. Su globalidad puede aprehenderse magníficamente en su capacidad de ser objeto y sujeto de manipulación al mismo tiempo. Hereda de la burguesía su ambivalencia, su bifrontalidad. Escapar y hundirse en la indiferencia (Sloterdijk) a un mismo tiempo. Tan sólo un sistema de signos puede crear tal monstruo. Un sistema estructural fuerte, una metanarrativa a lo Lyotard, también con signos, pero con referencia, no absorbe del mismo modo. Quizá engaña, miente, explota, pero no acata a tal nivel de neutralidad. Por ello dirá Baudrillard que las masas se resisten escandalosamente a este imperativo de la comunicación racional [Habermas]. Se les da sentido, quieren espectáculo[21]. Lo que rechazan es la dialéctica del sentido, todo lo que tenga que ver con la racionalización es desestimado. En eso sí resultan ser coherentes con la pérdida de referente que les ha originado. No creen en el intercambio.
El valeroso soldado Schweik es el gran ejemplo de la masa personificada. Y de cómo lo neutro puede ascender en un sistema cínico de acotación de fines sin consultar. Su optimismo reinante, su asentimiento a todo lo que se le ordenara, hicieron de él un triunfador sin nombre, por su simple dejarse llevar. Así es la masa.

Ahora bien, las masas no son lo social, son la reversión de todo lo que es social y de todo socialismo
[22].

Y es que realmente no existe lo social hoy en día. Tan sólo lo masificado. Incluso los mass-media crean lo social en apariencia, pero lo neutralizan en profundidad. La sobresaturación de lo social acabó, precisamente, con lo social. Su implosión de sentido, su sobrejustificación crea la indiferencia más absoluta, ya que tal sentido se queda tan sólo en el simulacro. También la etnología misma murió a la vez que nacía en el afán de observar al otro. Observarlo pero jamás asumirlo de una manera que no fuera meramente espectacular. La inanidad de los reportajes se debe a ello. Toda esta liste de detalles deberían mostrar la neutralidad del proceso masificador, su pérdida de todo valor, ya que nada cuestiona porque todo acepta. A fin de cuentas la tolerancia plena mucho tiene que ver con la indeferencia amoral, que no inmoral.
La idea del simulacro como reino artificial de signos vacíos, y la de masa como exponente humano de la acatación de tal perpetua estetización son las dos nociones básicas de Cultura y simulacro.
Seguiremos recorriendo la obra que he podido leer de Baudrillard.

La sobresaturación.

Como hemos visto, el simulacro indefinido lleva tras de sí una hiperrealización imaginaria, que explota en un exceso de modernidad. Tal era el caso, por ejemplo, de la colegiala moderna del Ferdydurke de Gombrowicz. El afán de hacer, del poder hacer (Horkheimer), provoca una sempiterna caterva de actos llevados a cabo por su simple aparecer. Surge, pues, la transestética
[23]. Y surge debido a una hipermodernización que en su querer aceptar todo tan sólo puede hacerlo estéticamente, aprehendiendo lo diferente como imagen – y por lo tanto como más de lo mismo. Los significados que la Aufklërung creó se han visto excedidos por el afán acogedor de lo moderno. Allí donde pretendían crear algo nuevo – en un camino que no estaba trillado tal como auguró Kant – los valores ilustrados, incluso el mismo concepto de valor, se han visto asumidos en su indiferenciación. Incluso la dignidad humana que parece enaltecerse en los reportajes etnológicos se ve menguada por la normalización que tan bien supo describir, en el fondo y en la forma, adoptando una escritura frívola, Foucault. Refiriéndose al valor dice Jean Baudrillard:

En […] la fase fractal, o también fase viral, o también fase irradiada del valor, ya no hay ninguna referencia, el valor irradia en todas las direcciones, en todos los intersticios, sin referencia a nada, por pura contigüidad
[24].

Incluso las categorías se masifican y se tornan indiferentes. La desartización del arte, por ejemplo. Todo se vuelve difuso. Baudrillard mentará profusamente las transexualización; pero el fondo, en este caso, es mucho más interesante que el afán espectacular (¿irónico?) de nuestro filósofo. Se nos ha impuesto la ley de la confusión de géneros
[25], dirá. Y es que realmente todo se estetiza porque no hay otra forma posible de aprehender todo que no sea hacerlo estéticamente. No es posible hacerlo teoréticamente, aunque se intente, ni prácticamente, aunque sería lo importante; únicamente es posible hacerlo como simulacro, como sociedad del espectáculo. Dejando el resto tal como está. Sin discusión. (Carencia de quinismo). Ello se vislumbra muy a las claras en la involución del mismo concepto de valor. El talante nietzscheano que muchos propagan no se debe a una transvaloración[26], esto es: a la creación de nuevos valores, lo que sería el niño, sino más bien a la acatación estética (ateísmo cristiano) de otros valores, curiosamente algo parecido a un camello que todo acata.
Los ejemplos que Baudrillard menciona son los del sexo y el arte.

Todos somos agnósticos, o travestís del arte o del sexo. Ya no tenemos convicción estética ni sexual, sino que las profesamos todas
[27].

Y es que lo hiperreal no es más que lo visible a secas. El pop arte, el porno, ambos nos hacen prestar atención a lo cotidiano. Son más real que lo real mismo porque aumentan, hacen zoom sobre lo que estamos hartos de ver. Incluso lo político, y esto ya es más grave, también hace gala de tal indiferenciación irónica
[28]. Ni tan siquiera se trata de un ver intelectual. Se trata del simple ver, de simple estética organoléptica. O lo que es lo mismo: de la primera estética kantiana de la Crítica de la razón pura. En absoluto de la estética de creación de fines por sí mismos de la Crítica del juicio. En la introducción a los diarios de Warhol leemos que su mayor pavor era morir arruinado. En el artista americano, pues, se asocian dos de las características más criticadas por Baudrillard. Por un lado la fluidez del capital asumido por sí mismo, sin canje alguno; y por otro la no contradicción del arte, esto es, su indiferencia[29].
Una vez el concepto de valor se ve superado, no se puede hablar de inmoralidad. El más allá del bien y el mal se torna real. Se pierde lo trascendente, y lo trascendental – añado yo -, quedándonos en un estado de satilización. De un dar vueltas perpetuo más parecido a una sed turista que a una necesidad de fundamentalización. Estamos en pleno posmodernismo. El look, la imagen, las tribus urbanas: todo ello no hace sino teñir de diferentes colores lo que es siempre lo mismo. En definitiva: no se pueden crear valores de aquella sociedad que sólo propugna la imagen y lo simulado. Jameson se preguntaría si el arte posmoderno, que acata lo mercantil e incluso lo toma como inspiración, está capacitado para subvertir el orden. La respuesta, obviamente, es que no. Para ello debiera romper el paradigma que lo sustenta, y de tal modo dejaría de ser aquel arte. La fuente de Duchamp se podría asemejar a una crítica asumible. Crea escándalo para hacer más fuerte al sistema. Una gran esfera que crece y crece hasta aglutinar todo lo real.
La modernidad no tan sólo se ve exageradamente cumplimentada en su acatación de diferencias. También lo es en su positividad. El exceso de información sobresatura, y secreta una exceso de verdad. El cáncer, el sida, los virus informáticos, son las enfermedades coetáneas de la transparencia homicida de información
[30]. La liberación sexual, incluso, no tiene sentido sino es manifestada, publicitada. Hasta el goce pasa a ser objeto de la imaginería. Debe ser comunicado, esto es: estetizado[31] para que sea aprehendido y por lo tanto hiperrealizado, salvaguardado en su facticidad. Ahora bien:

La buena comunicación pasa por la aniquilación de su contenido
[32].

No se trata tanto de disfrutar como de hacerlo ver. Y no porque se caiga en la incongruencia de querer simular lo que no se tiene, que también, sino porque, más profundamente, sólo creemos poseer aquello que resulta ser comunicable, ya que el valor fractal se caracteriza por su difusionabilidad.
No obstante, una vez la positivización total se ha llevado a cabo, el peligro únicamente puede venir de uno mismo. El exceso de seguridad sólo es combatible desde dentro. El terrorismo no es otra cosa que precisamente eso. La ausencia de alteridad segrega otra alteridad inaprensible, la alteridad absoluta que es el virus
[33]. Y es que la limpieza total sería lo más parecido a la catástrofe[34]. Ya que cualquier anomalía la altera radicalmente.

Todo lo que expurga su parte maldita firma su propia muerte. Así reza el teorema de la parte maldita
[35]

El mal, para Baudrillard, es la negación de la dialéctica entre el bien y el mal
[36]. Y es que no existe para él ninguna teoría capaz de salvar la diferencia. Las diferencias son irresolubles, también lo es la diferencia entre el bien y el mal, como también las distinciones entre razas, pueblos y culturas. Y es que el pretendido desorden, la entropía, está del lado de la unión[37]. La alteridad radical, la otredad más absoluta. ¿Por qué no pueden ser la solución al problema de la fraternidad y no su causa?
Baudrillard propone la diferencia. No su acatación. Propone que el mal permanezca para que pueda ser soportable, y no caer en la catástrofe de la indeterminación del positivismo, en una humanidad burbuja que ante algo inesperado pueda sucumbir totalmente. No se puede proponer un lenguaje que obvie el mal cuando está realmente presente. Y no un mal maniqueo. Sino un mal que como hemos dicho supone la negación de la dialéctica.

[1] JEAN BAUDRILLARD. Cultura y simulacro. Pág: 10.
[2] Op. Cit.. Pág: 12.
[3] Idem. Pág: 18.
[4] Idem. Pág: 11.
[5] Idem. Pág: 17.
[6] Idem. Pág: 17.
[7] Idem. Pág: 19.
[8] Idem. Pág: 33.
[9] Idem. Pág: 30.
[10] Idem. Pág: 17.
[11] Idem. Pág: 37.
[12] JEAN BAUDRILLARD. El intercambio imposible. Pág: 11.
[13] JEAN BAUDRILLARD. Cultura y simulacro. Pág: 52.
[14] Op. Cit.. Pág: 51.
[15] Idem. Pág: 62.
[16] Idem. Pág: 90.
[17] Idem. Pág: 109.
[18] Idem. Pág: 112, 113, 129.

[19] Idem. Pág: 125.
[20] Idem. Pág: 191.
[21] Idem. Pág: 117.
[22] Idem. Pág: 156.
[23] JEAN BAUDRILLARD. La transparencia del mal. Pág: 20.
[24] Op. Cit.. Pág: 11.
[25] Idem. Pág: 15.
[26] Idem. Pág: 16.
[27] Idem. Pág: 28.
[28] Idem. Pág: 29.
[29] Idem. Pág: 20.
[30] Idem. Pág: 46.
[31] Idem. Pág: 54.
[32] Idem. Pág: 57.
[33] Idem. Pág: 72.
[34] Idem. Pág: 75.
[35] Idem. Pág: 115.
[36] Idem. Pág: 149.
[37] Idem. Pág: 151.

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