martes, 23 de septiembre de 2008

Peter Sloterdjick


I

En una época, como la actual, en la que los mass-media parecen configurar la realidad, puede resultar interesante intentar aprehender qué entendemos por masa, y cómo debe enfrentarse el individuo a ella. Todos tenemos una idea más o menos preconcebida de la masa; seguramente una idea, dicho sea de paso, que siempre nos excluye de ella – allí radicará parte de su magia, esto es: el saber invadir recovecos que se creen irreductiblemente individuales. Parte de su interés estará, pues, en intentar analizarnos como parte o no de la masa y sobre todo en cómo catalogar los caracteres masificadores en la denominada posmodernidad (algo que Baudrillard y el mismo Sloterdijk llevarán a cabo).
Cuando pensamos en masa dos son las imágenes que vienen a nuestra mente. La primera de ellas sería la típica de una manifestación, un estadio deportivo vaciándose, o los tumultos creados por exilios genocídicos. La segunda sería, por el contrario, la de una masa de flujo, estructural y no de contenido fáctico en forma de gentío.

De la masa tumultuosa hemos pasado a una masa involucrada en programas generales. […]En ella uno es masa en tanto individuo. Ahora se es masa sin ver a los otros[1].

El absoluto de Hegel, que como todos sabemos proclamaba al estado como piedra de toque final y clave de bóveda de todo su sistema, requería una masa transformada en sujeto. Los estudios de Freud (sobre todo en su citación al alma colectiva de Le Bon) y el posterior de Canetti (citado ampliamente por Sloterdijk) nos resitúan ante la masa corporificada; un sujeto leviatánico capaz de decisión: lo que denominaré la masa moderna en oposición a la masa posmoderna. Como ejemplo de la factualización empírica, positivista, tenemos la múltiple clasificación que Canetti se empeña en mostrar. Todas ellas tiene sin embargo un mismo común denominador: su fisicalidad, el ser un cuerpo, un tropel reunido. Sin embargo, como dice Sloterdijk[2], el que se siguiera llamando masa a lo que debiera haber sido el sujeto hegeliano hace pensar en el fracaso de la lógica hegeliana. El atractivo de la masa devendrá de ello también. En ser lábil pero al mismo tiempo impenetrable.

Por esta razón, la masa, entendida como masa tumultuosa, no puede encontrarse nunca en otra situación que en la de pseudo-emancipación y la subjetividad a medias: se revela como un fenómeno pre-explosivo lascivamente femenino, vago, lábil, indistinto, guiado por excitaciones epidémicas y por flujos miméticos[3].

La negrita como veremos a lo largo del trabajo tiene su gran peso. Porque si bien he distinguido dos tipos de masa lo que no he hecho es decir que una fuera masa y otra no. Ambas son masa. Y lo que caracterizará a la masa será precisamente esa indistinción.

La masa realiza la paradoja de no ser un sujeto, un grupo-sujeto, pero de no ser tampoco objeto[4].
Aquí en este punto Baudrillard y Sloterdijk coinciden. La masa posmoderna es aquella que no requiere del tumulto para darse. Su peligrosidad práctica – que la tiene – radicaría en la no conciencia de los individuos que la configuran, ya que no hay physis positiva que la haga aprensible a un conocimiento teorético sensible. No hay masa física pero sí masa ética – una masificación típicamente burguesa, en cuanto promete una individualidad estética de simulacro que desencadena en un desencantamiento de la masa. En este punto confluyen con trabajos como el de Eagleton y Marcuse. La diferencia indistinta de la masa repercute en su incapacidad de creación política, quedando tan sólo como espectadora de la diferencia. Así el papel de observador que Duchamp con sus ready-meads origina en arte se prolonga a la impotencia política de la masa, que al no entrever físicamente su poder se adormece en una estética hegemónica. El sujeto masa que debiera haber sido el proletariado pierde potencia al desperdigarse en mares de individualidad. Dice Sloterdijk:

Todo yo necesita, para manifestarse y para aguantar la mirada de la opinión pública, un núcleo sólido, un orgullo del Yo que es lo que confiere la manera de presentarse ante los otros[5].

Habla también del mito del yo unitario del proletariado. Si sabemos asimilar el comentario sobre el proletariado socialista, que Sloterdijk realiza en la Crítica de la razón cínica, a la masa posmoderna actual habremos trazado un productivo filón. Aquella masa obtuvo el poder de su nacimiento social, en su asentamiento en situaciones sociales inaguantables: algo que le facultó para poder – aunque sólo fuera – intentar su asalto a la política. Mas la carencia de orgullo social y político, sumado a otros motivos, tiró por el suelo toda tentativa. Hoy en día, no obstante, la masificación la configura no una situación igual de precariedad, sino, todo lo contrario[6], una sensación ingenua de individualidad modernista. Todos nos sentimos especiales estéticamente mientras somos práctica y políticamente pura masa. Allí radicaría el triunfo estratégico de la burguesía más cínica. Aquella que instrumentaliza la razón [Horkheimer] merced a un cinismo de medios y a un dogmatismo, casi siempre mercantilista, de los fines[7]. Estética y posmodernismo tienen mucho que decir cuando nos refiramos a las masas actuales. Y lo iremos viendo a lo largo de este breve trabajo.
Otra de las diferencias que Sloterdijk observa entre la masa moderna clásica y la posmoderna es aquella que exterioriza la presumible subjetivación de la masa moderna en un fascismo (una línea de fuga que no es más que cinismo sobre cinismo) mientras muere en un eterno entretenimiento en el caso de la masa posmoderna. Quien haya leído al pensador alemán sabrá de su continua preocupación sobre el ascenso al poder de Hitler. En la Crítica de la razón cínica analiza todo el proceso cínico que la república de Weimar permitió, regalando el triunfo electoral al partido nazi. Citando a Hannah Arendt, escribe Sloterdijk:

Es en este terreno donde, según el diagnóstico de Hannah Arendt, la impotencia desorganizada de innumerables individuos se trueca en el “desamparo organizado” de una mayoría que se deja dominar tanto por los movimientos totalitarios como los medios de entretenimiento totales[8].

El corolario es, pues, una masa despolitizada que se individualiza en un agente político externo en el caso del fascismo o en una estética posmodernista de la imagen por la mera imagen en el caso del entretenimiento. Sea lo que sea, en definitiva, un fracaso total de la Aufklärung. Por ello Sloterdijk dirá, duramente, que el proceso ilustrado ha fracasado (por ahora) debido a una premisa falsa: el mero hombre[9]. Aunque para decir al final del mismo libro que lo que se requiere es la recuperación del valor que le dio origen. Seguramente el principio esperanza blochiano sea ese mismo valor de querer anticiparse a la versión helada de un Althusser. Y es que la masa es el mejor símbolo para expresar la realidad de la ilustración insatisfecha. La dignidad del ser humano puesta en los altares de la filosofía mediante la crítica práctica kantiana y exaltada románticamente por Fichte acaba por ser (pasando por Hegel, Schelling, el modernismo artístico de un Baudelaire y la desartización ulterior del arte de un Duchamp y un Warhol) una máscara estética que obvia lo práctico: precisamente su fuente. Allí radica el error filosófico de la masa. Creo que es vital asimilar bien este paso del individualismo práctico-ético kantiano al modernismo artístico y posteriormente a la cultura de masas. Casi toda la literatura de un Jameson, de un Baudrillard, o de un Eagleton hará mención de ello. No todos somos James Joyce. Pero todos vivimos como si lo fuéramos. Lo bohemio, lo fashion, lo in, es la estetización de una individualidad que debiera ser el fruto de un esfuerzo artístico pro-intelectual. Ahora, sin embargo, lo que queda es la estética de lo que debiera parecer, de cara a la galería, subversivo. Las actuales manifestaciones en las que la masa pasa una tarde o la politización fáctica pero no práctica de la gente tienen el peligro de ser políticas de facto pero no de iuris: provocan hechos políticos pero no nacen de una mentalidad política, sino tan sólo estética. (De allí la Estética como ideología de Terry Eagleton). Y cuando me refiero a estética me refiero a la significatividad de una identidad o una marca. La forma más barata de adherirse a una opinión es adoptar su moda y su estética. Quizá porque incluso por estética nace todo conocimiento y juicio. Las dos estéticas kantianas de la primera parte de la Crítica de la razón pura como la de la Crítica del juicio nos validan para ello.
La figura del caudillo resalta por su gran mediocridad. De los tres últimos caudillos de gran calado habidos en Europa ninguno destacaba, a excepción de la oratoria demagógica de Hitler, por encima de la media. Y es que precisamente ser de la media es lo que les posibilitaba acceder al poder merced la des-responsabilización política de la masa. Ver a uno de tu misma clase en el poder es una forma de identificarse estéticamente con él. Es verse uno mismo en el poder. Un verse estético, obviamente, que olvida la realidad política que se esconde debajo. En el nazismo se pueden aprehender las dos voluntades típicas de la masa: la voluntad de descarga – como línea de fuga intensa deleuziana, de nihilismo contra nihilismo, de cinismo contra cinismo – y al mismo tiempo la voluntad de entretenimiento estético. Sólo hay que pensar en los programas de vacaciones ideados por el régimen nazi, y también en la estética ultra-cuidada de las SS, una estética que hasta hoy en día tiene adeptos.
Así queda la masa. Vacía. Des-politizada, y es que

de ella ya no cabe escuchar ningún grito general. Se aleja cada vez más de la posibilidad de transformar sus inertes rutinas prácticas en intensidad revolucionaria[10].


II


El paso que hemos mencionado propio de la modernidad es aquel que anhela para el pseudo-sujeto-masa la individualidad subversiva propia de lo moderno. Tal fenómeno de significación de la masa lábil puede concebirse desde dos registros opuestos. El primero de ellos sería desde una comunicación horizontal ejemplificada en una adulación de lo masivo. El segundo de los modos sería, en franca oposición, el desprecio. Veremos cómo la modernidad se ancla en tal desprecio para mediante la continua ofensa terminar en una posmodernidad aduladora que en el fondo es un mayor desprecio, si cabe, en clave política. Será el trabajo de Hobbes quien fomente que:

La masa desplegada como sujeto entre en la escena teórica de la edad moderna bajo la figura de una multitud homogénea de sometidos bajo la autoridad de un soberano modernizado técnico-estatalmente[11].

La virtud burguesa provocará el cinismo político y el no cuestionamiento de la problemática soberanista que impele a preguntarnos por lo fines. De tal acomodo surgirá la posibilidad probada del fascismo ya comentada. La bajeza de la condición humana, su animalidad y sobre todo su miedo a la muerte y su instinto de supervivencia por encima de sus anhelos de grandeza subversiva – algo que quedará ab initio para almas rebeldes, aunque luego en la masa posmoderna sea estetizado y vaciado y donado como pan y circo a la masa – facultará a un despotismo monolítico y tecnocrático desposeído de toda apetencia humanística. Incluso la democracia competitiva de Schumpeter podría leerse en tal clave. Es decir: como resultado de una deshumanización provocada por la esencialización por parte de un extraño (soberano en el caso de Hobbes, partidos políticos en el caso de la democracia competitiva) que masifica más aún a la misma masa. De tal manera, se cae en la contradicción de buscar la dignificación y subjetivación de la masa, lo que supone el proyecto hegeliano, en la sumisión de la misma.
A tal afirmación nihilista de la masa – que no es más que otra manera de hablar de negación – Sloterdijk la denomina racionalización desde abajo. Se trata pues de una definición de la masa partiendo de sus más bajos instintos mínimos, lo que supone precisamente su potencia racionalizadora, ya que no requiere, lo que el mismo pensador alemán citaba en la Crítica de la razón cínica, esto es: valor. Es pues una masa ejemplificadora de la ilustración insatisfecha. No hay sapere aude. Y sí en su lugar una horizontalización que por no pecar de trascendente deja de pretender ser trascendental y afirmativa. De tal modo el anhelo ilustrado que buscaba como agua de mayo la divinización racionalista del humano – mediante la razón práctica kantiana – morirá en la hispóstasis estética de lo sensible.
En Hobbes ve Sloterdijk el inicio de la sociedad moderna burguesa. Y es que en el pensador inglés del siglo XVII (obsérvese su carácter prematuro) se puede observar la característica burguesa típica. A saber: la deposición en otro por parte del individuo burgués de su soberanía con la intención de estar salvaguardado a la hora de explorar sus instintos básicos, en forma de hábito de supervivencia y apetencias egoístas, pero nunca de afirmación pro-ilustrada. Por ello escribe Sloterdijk:

La sociedad moderna invierte en normalidad burguesa, de ahí que por doquier quiera ver hombres susceptibles de confianza guiados por sus respectivas motivaciones egoístas[12].

Será Spinoza el primero que mencione a la masa. En su pesimismo ancestral el pensador judío no abogará por ninguna proto-ilustración, pero sí por una racionalización gradual de la multitud. No obstante su valía en el trabajo de Sloterdijk no se deberá a ello, sino a la definición de desprecio que hace Spinoza en su Ética. Si hacemos lo que Sloterdijk propone y adaptamos la definición para la masa, leemos:

El desprecio se suscita a raíz de la representación de una cosa que impresiona tan poco al alma, que ésta, ante la presencia de esa cosa (nuestra masa), tiende más bien a representar lo que en ella no hay que lo que hay[13].

La última parte de la definición nos puede dar un motivo de alegría. Representar lo que no hay. ¿Acaso no es eso lo que lleva a cabo la continua estetización posmodernista? Vestir con una camiseta de Che a aquel que no tiene nada de Che, vender el manifiesto comunista en el Corte Inglés y un largo etcétera no son más que formas de representar lo que No se Es. Es aprovecharse de una racionalidad estética que no pretende ser ontológica para cometer una falacia óntica. La racionalización estética sabe de su concepción estética, me atrevo a decir sensible, pero no lo sabe así la utilización instrumental que de ella se aprovecha. Un usufructo que, digámoslo claramente, puede ser tanto una propaganda demagógica que esconde un ansia estratégica politizada en narrativas fuertes como una fachada tejida de pastiches e imágenes sin fondo. Sin fondo fáctico, obviamente, pero sí con connotaciones políticas debido a su defecto. Y es que una masa despolitizada permite una política muy determinada.
El caso es que la masa dispone de tal capacidad de acomodo que todo lo invade sin ser ella misma aprehendida. Es curioso, pues, que la masa estetizante posmoderna sea al mismo tiempo, por su misma naturaleza de masa, no estética. No es aprehensible pero todo lo apresa. Por ello se es masa sin saberlo. Y por tal motivo para poder concebir la masa se debe antes que nada analizar desde una perspectiva práctica y no teórica o estética. (Recuerdo que la estética también es el primer paso de la razón teórica según Kant). Sloterdijk sabe ver muy bien la cosificación que ello implica. Por eso dice lo siguiente:

Hay que destacar el hecho de que aquí las personas también son comprendidas bajo un esquema teórico que corresponde a cosas. No es ninguna casualidad que la cultura de masas, dondequiera que se imponga, apueste en el futuro por la alianza entre trivialidad y efectos especiales[14].

Ahora bien, si el espíritu libre que quiere auparse sobre la masa desea hacerlo realmente choca contra el regalo fáctico que el quehacer (o mejor dicho: dejar hacer) político de la masa ha provocado. La masa no es nada pero rechaza el algo. Será Nietzsche quien acoja el desprecio de las masas hacia lo otro para potenciarlo y activarlo en contra de ellas mismas, y fomentar el ultrahombre. El desprecio desde las masas podemos verlo caracterizado en la novela El idiota de Dostoievski. El sujeto noble, de buenas actitudes es arrollado por la hipocresía. Ya por aquel entonces Stendhal citaba a Barnave afirmando que si te haces hipócrita quizá llegues a ser un hombre. Obtenemos pues un desprecio recíproco. De las masas hacia las élites y de éstas hacia las masas. Tal tesitura es uno de los grandes temas de la filosofía actual. Por ello Habermas osará definir a los filósofos franceses (hijos de Nietzsche) como los nuevos conservadores. Como se verá en el trabajo sobre Vattimo que tengo previsto hacer quizá Habermas no tenga toda la razón en tal crítica. Que alguien quiera afirmarse en su individualidad no implica necesariamente, aunque así sea casi siempre, que opte por abandonar todo proyecto público.
Cualquiera que haya bien-leído a Nietzsche sabe cómo interpreta el filósofo de Sils-María a la nobleza. No se trata de una aristocracia de cuna, obviamente, sino de más bien una meritocracia individualizada, de actitud. Los guardianes del Ser de Heidegger adquieren como todos sabemos cierta dosis quietista. Ya se sabe: el platonismo invertido de Nietzsche, y la metafísica encubierta de Heidegger aprehendida por Derrida.
Estamos acostumbrados al desprecio que la élite tiene para con la masa. Pero no lo estamos tanto a la hora de atisbar cómo la masa desprecia por sí misma todo lo que no haya sido engullido por ella. Además se da el caso de que la estética de lo subversivo puede ser asumida como mera estética, cuando es algo más que lo fenomenológico. Obviamente eso no sería así en una sociedad abierta y con una situación de habla ideal. Pero como sabemos no es el caso. La masa engulle pero no crea. Baudrillard la asimila al éter, en cuanto ocupa espacio pero no es nada.
Al final la subjetivación de la masa ha terminado en la diferencia indistinta. Diferencia en cuanto parece algo diferente, pero indistinta en cuanto no lo es realmente. Nietzsche supone la puerta de entrada a la creación jovial de uno mismo, y a la transvaloración de las normas monológicas que se afincaban en un duro egipticismo metafísico.

III

Como dije al principio del texto, una de las características más idiosincrásicas de la masa es aquella que la hace difícilmente aprehensible. Ello hacía que fuéramos masa sin poder discernirnos como tal. Ayuda al caso el que la masa posmoderna opte por una horizontalidad estetizada de la imagen como diferencia que aglutina bajo un manto de simulacros, que quieren parecer lo que no son, la mediocridad más absoluta. Tal es el motivo de que exista una lucha enconada entre la distinción vertical – podríamos decir real entre las élites y la masa – y aquella horizontal que opta por una diferencia indistinta despolitizada. El satírico de Sloterdijk volverá a mentar el sentido del humor (algo que ya hace profusamente en la Crítica de la razón cínica) como enser válido para realizar la catarsis entre tan enconadas aristocracias. Obviamente la nobleza masificada será una dictadura de la imagen y los mass-media, opuesta pues a la meritocracia de todos los hijos de Nietzsche. El desprecio resulta pues ser algo recíproco.
La pretensión hegeliana de la subjetivación de la masa acaba en Marx en dos vertientes harto conocidas y ya mencionadas. La versión cálida propia de Bloch y Gramsci, así como de Mondolfo, esto es: una versión humanista e ilustrada de la emancipación proletaria; y la fría, que tiene en Althusser a su más alto representante. Y es que la dictadura del proletariado supondría una perfecta explicación para la absoluta indistinción horizontal de la sociedad actual. Es lo que Sloterdijk denomina racionalización desde abajo, desde la más cruel de las indistinciones: podemos pensar en el trabajo de Foucault a la hora de desenmascarar la normalización y la presumible muerte del sujeto. Baudrillard irá más allá y proclamará la muerte de todo lo social. Algo que sin embargo no deja de deducirse de la cosificación del individuo y la estetización de todo proyecto político de interés emancipatorio - tomando terminología habermasiana.
Sin embargo no todo es tan preclaro entre la masa y el individuo. Y es que, como escribe Sloterdijk:

El pensamiento de la alienación cobra sentido la idea de que en los hombres toda actividad y toda virtud existen, por así decirlo, de un doble modo (¡): bien en verticalidad ascendente, o bien a través de una ejecución horizontal; bien de modo auténtico, o bien corrupto; bien como espontaneidad distinguida, o bien como réplica barata[15].

La subjetivación toma pues numerosos direcciones, unas veces individualizando realmente y otras pareciendo ser que lo hace. Allí radica el poder de la masa. Lo repetido muchas veces: el ser masa sin saberlo y sin haber tenido la opción de no elegirlo. Tal el es el motivo por el que el pensador alemán hablaba de una masa posmoderna como una línea programática, tipo software. Lo masivo es la estructura que soporta los variopintos contenidos. Unos contenidos que dicho sea de paso adquieren registro estético, ya que siempre, al menos en la actualidad, no pasan de ser pastiches – como diría Jameson – trazados con fotografías de afirmaciones ajenas, esto es: subversiones individualizantes. La mediocridad descrita por Hobbes y motivo de queja de Fichte repercute en una reificación total del sujeto – en un encefalograma plano que también puede afectar en determinados momentos a la inteligencia más creativa y post-metafísica – provocando con ello una racionalización rastrera. El fenómeno posmoderno dificulta la distinción entre los dos modos descritos en la cita de arriba. Ya que no es que el espíritu libre pueda verse masificado en un incendio en un cine y sucumba a ser masa corpórea tipo Canetti, sino que ahora no se puede conocer estéticamente quién es o deja de ser tal espíritu libre en la simple rutina. Mi tesis, que me atrevo a constatar, es que únicamente una racionalidad ética (es decir: práctica) puede permitirnos discernir entre lo que es la masa y lo que no lo es. El afán modernista tras Duchamp y la desartización no puede servirnos. Los mismos artistas tipo Warhol, pretendiendo acercar el arte a la masa, ya rehuían cualquier responsabilidad social emancipatoria pro-ilustrada. Y es que si consideramos que tan estética es la sensibilidad por la que se origina el pensar teórico-empírico como aquella estética que durante tanto tiempo se asimiló al arte y a la ciencia de lo bello, desde Baumgarten, Burke y sobre todo Kant; y añadimos a ambas la estetización total de lo que tan sólo es simulacro, nos las tenemos ante una sociedad de tan de cara a la galería que no hay modo posible de saber si tras la imagen hay algo, o si tan sólo es mera sucesión de significantes. La estetización de la política se justificaría en tal supresión de análisis práctico-político. Es decir: que además de la tergiversación llevada a cabo mediante la racionalidad instrumental de medios-fines tan bien descrita y criticada por el círculo de Frankfurt tenemos también tal prolijidad de imaginería que se nos hace indiscernible diferenciar entre la masa y lo subjetivo. Con ello no estoy diciendo que no haya una forma estética re-artizada (perdóneseme el palabro) de afirmase a uno mismo[16] pero sí que, en mi opinión, hoy en día no se concibe al sujeto humano sin cierta re-responsabilización política. Para ello se exige ir más allá de lo mostrado, cierto nivel cultural bien difícil de lograr en la sociedad mediática y el valor ilustrado de saber que el camino no es un mar de rosas.

IV

Nuestra política cultural en su conjunto se ha construido sobre la negación de una primera diferencia antropológica[17].

Así capta Sloterdijk la decisión de la sociedad burguesa post-revolucionaria respecto al tema de la distinción entre la élite y la masa. Y es que no se tratará tan sólo de una no distinción de cuna, sino también de una indistinción cultural, una vez Diderot proclame una democratización intelectual de la figura del sabio (La Enciclopedia será el ejemplo paradigmático) que lo haga accesible a la masa, y por tanto digerible. Su figura, pues, no será de influencia vertical sino de tinción u osmosis horizontal. Algo que dicho sea entre comillas coincidiría muy bien con la moralización metafórica que Rorty apologetiza en la figura de Dickens. En opinión de Rorty únicamente la literatura, mediante nuevas metáforas que pasen a ser parte del léxico común-horizontal, puede crear una mejor sociedad, habida cuenta de que se hace imposible la adquisición de nuevos mandamientos por parte de metanarrativas fuertes. No hay metafísica, no hay nacimiento que sea legítimo a la hora de proclamar distinción entre uno y otro, y por tanto no hay causa fuerte para ética alguna.
Sí la habría con la dignificación humana llevada a cabo por Kant.
La desigualdad que otrora se manifestaba en la sangre pasa por aquel entonces a anhelarse mediante otros caminos. Viure autrement l’inègalité[18]. Se trata entonces de una desigualdad-distinción construida. Suena a Hacking y a constructo social – a software. Pero, ojo, suena también a programa estético programada por fuentes políticas más oscuras. El fracaso revolucionario moviliza la sed de desigualdad hacia ámbitos no políticos, pero sí cargados de hegemonía ideológica. Una racionalidad pasiva que no cuestiona ni gesta fines pero tampoco los discute: una racionalidad, por tanto, que se des-responsabiliza políticamente y deja en manos sí interesadas (instrumentalmente, para nuestra desgracia) el quehacer práctico, que pasa a ser tecnocrático. Sloterdijk lo resume excelentemente:

Todo revela, antes bien, que el fenómeno de la lucha cultural en cuanto tal es una disputa que se libra en torno a la legitimidad y procedencia de las distinciones en general. Del mismo modo que el problema de la procedencia del mal fue el objeto de inquietud de la metafísica religiosa, la sociedad secular va a preocuparse por la cuestión de dónde puede tomar sus distinciones[19].

Obsérvese el peligro que se esconde entre líneas. La lucha entre la igualdad y la libertad, un enconado combate que ha perdurado y perdura en toda la filosofía política contemporánea, termina en la mediocridad horizontal y en la des-responsabilización política. Justamente lo contrario a lo anhelado por la Ilustración. Lo curioso y preocupante del tema es que la distinción perdura, y actualmente lo hace, ahora que ya no es discutible empíricamente porque se cree rechazada en el caso de un nacimiento, por ejemplo, desde una atalaya dogmatizada que adquiere en el capitalismo tardío de Mandel tintes de global mercantilismo. El cinismo se apodera de los medios pero no se transforma en quinismo de fines, y acaba por morir por tanto en una re-dogmatización axiológica; que curiosamente, en algunos casos, adquiere sangre verde de linaje aferrado al dólar.

V

Como dice Sloterdijk resulta curioso que sean los propios igualitaristas (entre lo que me incluyo al igual que él) quien ahora deban abogar por la diferenciación. En las páginas noventa y noventa y uno el filósofo alemán resume y expone la epifanía del librito. Citaría tanto de aquellos hermosos párrafos que prefiero remitirme a ellos y esbozar una idea general. Es aquí donde se menciona la diferencia indistinta y se aboga, implícitamente, por un retorno a la distinción con sentido, una diferenciación que nos haga mejores. El tono de esta frase, que para mucho tendría amplios matices nietzscheanos muere, precisamente, en el nietzscheanismo de la masa. Un Nietzsche darwinizado socialmente que acaba por ser medianizado. Se confunde la identidad pública, práctica, con la indiferencia sin distinciones. Por ello dirá que ser masa significa distinguirse sin hacer distinción alguna[20], porque se trata tan sólo de una (in)distinción simulada, esto es, estética, que no muerde donde pueda doler. La masa se siente salvaguardada en su carácter mediocre y no creativo. La no discusión de la misma hace que toda diferenciación permitida – y no permitida por sistemas de poder y opresión personalizados, maquiavélicos, o sea, individualizados, sino factible tan sólo desde la etereidad del dejar hacer propio de la masa – no tenga sentido alguno, ya que carece de toda meta que no sea estética. El título de Cultura y simulacro de Baudrillard viene como anillo al dedo. Y se entiende teniendo claro el talante de la masa. La claridad de Sloterdijk en el siguiente párrafo, que no puedo dejar de citar, es brillante:

Allí donde la masa y su principio de indiferencia constituyen el punto de partida, se bloquea la moderna aspiración al reconocimiento de uno mismo, que bajo estas condiciones el reconocimiento ha dejado de identificarse con un respeto superior o con la dignidad, para convertirse – carecemos de una expresión adecuada en nuestra lengua – en un respeto profundo o igualitario en el marco de un espacio neutral, en una justa concesión a una insignificancia que a nadie se cuestiona[21].

La cultura democrática que, dicho sea entra comillas, comete la falacia de confundir la dignidad de todo ser humano con la indistinción de todos ellos, aún tiene dentro de sí misma cierta dosis de modernidad. Por ello valora el esfuerzo de intentar ser diferente, pero tan sólo eso: el mero esfuerzo. Quizá sea el motivo de que el arte actual en ocasiones se diferencie exclusivamente de lo masivo por su simple intención de querer ser arte. Aunque ello no quite que realmente sea en el arte donde se acoge a la diferencia real. Y donde tiene lugar la lucha contra la masa. Antes de mis conclusiones leamos el último párrafo de Sloterdijk.

La cultura, en el sentido normativo que, hoy más que nunca, se hace necesario evocar, constituye el conjunto de tentativas encaminadas a provocar a la masa que está dentro de nosotros y tomar partido contra ella. Ella encierra una diferencia hacia lo mejor que, como todas las distinciones relevantes, sólo existe cada vez que – y mientras – se hace[22].

VI

Tan sólo he reseñado un breve libro. Y sin embargo me parece haber recorrido gran parte de la filosofía actual. Ya desde Ricoeur la diferencia indistinta ha hecho acto de presencia en el panorama intelectual. La muerte por exceso, y la implosión de Baudrillard, son fenómenos que se desprenden de una total estetización. Alguno incluso ha hablado de regionalismo crítico como forma de luchar ante la globalización totalizante de un capitalismo que toma aires de Walt Disney. En todos los rincones del mundo la misma música, la misma película, la misma comida basura: absorbiendo toda cultura menor (menor en cuanto poder fáctico) pero sin ser, por el contrario, una suma de todas ellas o una cultura aceptada. Es una cultura impuesta.
Mi lectura de Sloterdijk – una primera lectura que se ha compuesto del Desprecio de las masas, Crítica de la razón cínica y Sobre la mejora de la Buena nueva ­ - me ha llevado desde un recorrido histórico-filosófico a escritos que versan sobre la plena posmodernidad. Llega un punto que a uno mismo se le hace cansado hablar tanto de posmodernidad. Pero es en definitiva una forma cómoda de mencionar el fracaso moderno y la re-dogmatización del capital. Soy muy “Jameson” en esto. Creo que el enlace entre un fenómeno y otro es crucial.
La masificación horizontal es uno de los detalles más característicos de los posmoderno. Durante todo el trabajito he ido haciendo mención de ellos, siguiendo más o menos fielmente el libro de Sloterdijk. Creo que en él se esconde una problemática que, en mi opinión, es hoy en día de las más preocupantes. No es otra que la confusión de racionalidades. ¿Acaso no es la indistinción de la masa actual (igual a la de seudo-distinción de fachada) el corolario de confundir racionalidad práctica/estética/teórica? Muchas veces creo que los peligros que Kant insinuó para la ilustración son los que nos sacan de quicio. Tras la lectura de Sloterdijk creo que un buen cinismo puede llevarnos por un mejor camino.


BIBLIOGRAFÍA

- PETER SLOTERDIJK. El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna. Editorial Pre-Textos. Valencia 2002.

- PETER SLOTERDIJK. Crítica de la razón cínica.. Editorial Taurus. Madrid, 1989.

- PETER SLOTERDIJK. Sobre la mejor de la buena nueva. El quinto evangelio según Nietzsche. Ediciones Siruela. Madrid, 2005.
[1] Peter Sloterdijk. El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna. Editorial Pre-Textos. Valencia 2002. Página: 16-17.
[2] Op. Cit. Pág: 10.
[3] Idem. Pág: 14.
[4] Jean Baudrillard. Cultura y simulacro. Editorial Kairós. Barcelona, 1987. Página: 137.
[5] Peter Sloterdijk. Crítica de la razón cínica. I volumen. Editorial Taurus. Madrid, 1989. Página 111.
[6] Y no digo que no haya precariedad sino únicamente que la masificación se da en los modus
[7] Op. Cit. Pág: 258.
[8] Peter Sloterdijk. El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna. Editorial Pre-Textos. Valencia 2002. Página: 26.
[9] Peter Sloterdijk. Crítica de la razón cínica.II volumen. Editorial Taurus. Madrid, 1989. Página 176-7.
[10] Peter Sloterdijk. El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna. Editorial Pre-Textos. Valencia 2002. Página: 17.
[11] Op. Cit. Pág: 35.
[12] Idem. Pág: 43.
[13] Idem. Pág: 46.
[14] Idem. Pág: 47.
[15] Idem. Pág: 68.
[16] El modernismo típico de un Joyce es un gran ejemplo del fracaso subversivo de las artes a la hora de fomentar la afirmación individualista. Todo lo contrario se obtiene casi siempre una esquizofrenia que parte al artista en dos. Virginia Wolf sería el paradigma architípico de tal doblez. Por un lado bien-escribiendo y por otro montando fiestas de amplio calado victoriano-burgués. Personalmente creo que la subversión siempre debe ser política. La posmodernidad nos está demostrando las limitaciones que el movimiento romántico de realización personal lastraba consigo.
[17] Idem. Pág: 80.
[18] Idem. Pág: 78.
[19] Idem. Pág: 87.
[20] Idem. Pág: 91.
[21] Idem. Pág: 92.
[22] Idem. Pág: 99.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por que no:)