domingo, 30 de diciembre de 2007

La condena. Kafka.


En este volumen editado por Alianza tenemos la suerte de disfrutar de varios aglomerados de relatos kafkianos. Como por ejemplo pasaba hace meses con la Centuria de Manganelli, aquí es también difícil hacer una crítica normalizada.
Leyendo a Kafka uno se da cuenta de lo verdadera que resulta su actualidad. Pensar en los años que han pasado desde su escritura, y atisbar como los relatos nos absorven en una literatura pura: de esa que siempre digo que no relata nada pero nos hace disfrutar en sus simples formas, es algo que sólo puede comprenderse leyéndolo.
Los relatos de la condena, la penitenciaria y otros cortos, logran provocarnos auténticas situaciones nerviosas, aun sabiendo de su surrealismo. Esa es su magia. - Forjar otro mundo con axiologías terrenas, reales. Lejos por lo tanto de la ciencia ficción que muchas veces reclama códigos caballerosos de lo más arcaico, la gracia de Kafka es toda la magia que el surrealismo puede darnos.
Además su tono serio relatando lo absurdo - como ejemplo el informe que relata el hombre mono -, todo hace que nos tenga en ascuas esperando si la situación se verá normalizada. Dan ganas de más, y sobre todo de profundizar en su exégesis.
Habrá más Kafka, así como una relectura de mi adolescentes incursiones.

N.P. Banana Yoshimoto.


He sufrido sendas decepciones con los dos últimos libros japoneses que he leído. En mi fuero interno: necesito un cambio de autores. Sin embargo quería volver a Yoshimoto, buscando en ella esa calma de autora conocida. Sabía que no se trataba de literatura de gran alcance; pero tampoco esperaba encontrar unos diálogos tan manidos y unos atisbos de emotivismo tan ramplón.
Mi experiencia con la literatura japonesa me hace ver en ella una sencilla forma de expresión, de encuentro con el lector; metáforas simples que nos hacen avanzar en la lectura, y en un mundo que no conocemos. Ese es parte del encanto de leer un libro de otra cultura en un lenguaje tan ameno.
No obstante hay algo muy recurrente. Y son los recursos oníricos y la reducción psicologista que padecen los personajes. Parecen tabulas rasas afectadas por situaciones fantasiosas. Son personajes sin fuerza, vacíos, y en este libro, lastrados de un emotivismo adolescente que deprime.
La escritura padece también ciertos defectos. Uno de ellos la recurrencia más absoluta. Tristeza - lluvia. Alegría - sol. Además fuerza la aparición de hechos cuando vienen al caso. Pareciendo que el relato siga a la historia en sí; algo que particularmente me disgusta.
Es un libro muy manido. Demasiado fácil. Excesivamente recurrente.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Cabeza de turco. Günter Wallraff.


La historia de este libro es conocida. Quizá menos en nuestro país. Pero sin embargo es un libro que impresiona se lea donde se lea.
No es un libro de grandes conclusiones. Como gran libro periodístico su papel es mostrar con una frialdad pasmosa aquello sobre lo que otros teorizan y charran en bares y sobremesas familiares. Además es de agradecer el papel distante que Wallraff asume desde el principio; encomiable su capacidad de partirse en dos.
El tema es sencillo: un periodista alemán se disfraza de turco durante un largo tiempo, sufriendo en sus propias carnes lo que una república democrática, como Alemania occidental dice ser, ofrece al emigrante. El resultado es sobrecogedor. Es un libro que todo lector de este blog debe leer. Además creo que debe encontrarse abundantemente en bibliotecas. Se podría hablar tanto de lo que este libro sugiere que supera todo límite que debiera definir una crítica escueta.
La explotación laboral, el racismo encubierto en buenas palabras, y la peligrosidad del manejo de palabras sin sentido ni significado alguno, pueden entreverse en este gran reportaje. No hay juicios de valor: simplemente un retrato tan fiel que hace que choquemos con nuestras meras demagogias, en las que todos somos duchos, y lo que es peor, de las que todos nos aprovechamos.
Sólo hay una conclusión dice Wallraff y es aquella que se aleja de ver en los principales personajes reales del libro algo puntual, anecdótico. No juzga al capitalismo sino que lo describe. Y esa descripción, llevada a cabo desde lo más bajo de la estirpe proletaria, debiera hacer pensar a más de uno. Marx ya insinuó que el problema del capitalismo (o mejor aún: su problemática) era estructural. La prolongación al darwinismo económico, al burgués ensalzamiento de la lucha diaria por un objetivo fáctico, arrastra con ello a los pobres, a los menos listos, a los menos guapos (incluso hoy en día) y a otras etnias. Y del mismo modo que un rico determinado no es el problema en sí; tampoco es la solución en sí el trabajador que sólo aspira a ser también rico.
El movimiento financiero de hoy en día contiene en sí una paradoja. La que permite creerse ético en las formas, mientras tu dinero sucumbe al infierno de nula eticidad. La falacia que te permite felicitar, con plena sinceridad y alborozo (de ahí que hable de problema estructural) la navidad a tus sobrinos y regalar juguetes a los niños pobres de tu barrio; mientras tu dinero en el banco sirve a objetivos inmorales, y fines bélicos, imperialistas y un largo etcétera.
Creo que la banca ética debe ofrecer y no en largo plazo una solución a esta falacia. Porque la revolución está en cada uno y en cada debe llevarse a cabo. Esa inconsciencia, ese ser pasto de dialécticas de poder (en el caso económico, del poder hacer), es, en mi opinión, uno de los factores más característicos de nuestra sociedad.
Mostrar esa tensión en la que nos movemos es lo que este libro tan bien consigue. Y lo que toda literatura social debiera apetecer. Dickens nos enfrentó al dolor de los cercanos y forjó en nosotros cierta empatía. Lo que ahora sucede, sin embargo, es que esos seres sufrientes se nos esconden en democracias pretendidas de tiempo libre y consumo de ocio.
De un ocio mal entendido; de un ocio que trístemente está bien lejos de crear.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Baile de locas. Copi.


Lo de coger libros al libre tun-tun tiene cosas de chiste. Otro libro - esta vez de travestís - me ha llevado de nuevo a ambientes moñas, y esta vez sí, llenos de plumas y viejas vedettes. Es un libro breve, escrito en capítulos cortos en primera persona.
Tengo que decir que es una novela de chiste, eso está claro. Y la manera en la que el autor tiene de retroceder y avanzarse al tempo de relato hace que el lector sufra vaivenes que lo aturden, para lanzar al final un suspiro agradecido.
Dos partes bien diferenciadas: la segunda con mucho más ritmo que la primera, en la que crímenes ficticios y/o reales hunden al protagonista en una vorágine con tanta velocidad que es siempre acción y simple acción.
Quizá, y es algo que yo noto en muchos autores, demasiado snobismo, demasiado urbanismo; algo que en el fondo no es criticable en sí, ya que retrata fielmente la mentalidad de aquellos capaces tan sólo de saltar de capital en capital. (Siempre recordaré el comentario de una chica que decía que Barcelona era pequeña, algo que me dejó saturado de tanta urbanidad). Pero algo que en esta novela llega a un máximo esplendor: sólo parece existir París, Nueva York, Ibiza y Roma.
Repito que no me refiero exclusivamente a esta novela - está claro que una novela de travestís pega más en París que en Solsona - sino a cierto abandono del ámbito urbano medio y no digamos rural.
Y es curioso que la literatura fuente de diferencia no capte en ocasiones tal diversidad. Obviamente existe un exceso de literatura burguesa.
Nada más.

jueves, 13 de diciembre de 2007

La condición humana. André Malraux.


He llevado a cabo una lectura muy fragmentada de La condición humana. Lo que sumado a la estructura sincopada del propio texto me ha hecho perder cierta continuidad. Siendo consciente de ello, puedo decir que se trata de un gran libro. Los vacíos que Malraux deja a la libre interpretación del lector hace que sea una lectura exigente: pero se trata de una exigencia que se ve colmada en una acción constante que finaliza en un escena de grandes dimensiones literarias.
Sólo esa última escena ya merece por sí misma todo el esfuerzo. Ideológicamente - ya sabemos que Malraux vivió lo que escribe, que es sabedor de la lucha real por unas ideas - puede pecar de cierta ingenuidad o, digámoslo claramente, de caída en el marxismo más deshumanizador - algo que en mi opinión sesga de un modo peligroso, y mucho, la lectura Marxiana.
Puede haber otra lectura y es la que intenta entender los motivos del terrorismo revolucionario, desde una perspectiva émic, obviamente. Pero quizá por ello desde el talante más interesante.
De todos modos es un libro que no ha envejecido del todo bien. Se percibe cierta violencia en la escritura. Algo que nos aleja del tema tratado; podemos tener empatía por los personajes - unos personajes unidimensionales en mi opinión (el amor de Kyo por May tiene algo forzado) - pero no acabamos de sentir que la historia vaya con nosotros...
Pero hay un no obstante. Y es el final. El proceso de reclusión, la estancia de Kyo en la prisión, y lo que sigue tiene una fuerza estremecedora. Digna de recuerdo para todo lector mínimamente avispado. Así como Dickens nos demostró como sentir en la carne el hambre más atroz; Malraux nos induce a creernos en los mismo camastros de una prisión deshumanizadora.


domingo, 9 de diciembre de 2007

El extranjero. Albert Camus.


Acabo de cerrar el libro; aún lo tengo a mi lado, un volumen gastado re-encuadernado en piel azul marino. Es pequeño, cabe en un bolsito de esos cruzados y a la vez es grande todo él. Un gran libro. Leí El hombre rebelde de Camus hace mucho tiempo, quizá demasiado. Y es un autor que no acabo de situar del todo. No soy ningún gran especialista en él. Obviamente sé de su raigambre existencialista.
Si en La náusea de Sartre hallamos la sensación de hastío del protagonista existencialista (tachada de inhumana por el humanismo más retrógrado francés de aquella época y bien respondida en la conferencia: El existencialismo es un humanismo) en El extranjero topamos con la indiferencia más absoluta. De ahí el título: ser extranjero en nuestra propia vida; y de allí su anti-constitución. No es un personaje que se hastíe ante la condenada libertad que nos responsabiliza de todo, sino por el contrario del hombre opuesto que no se ve reflejado en su propia historicidad. Se podría incluso decir que es el hombre deconstruido plenamente. Hijo de sus circunstancias y vaciado de toda axiología. Indiferente ante la contingencia de la vida - de una vida sin sentido ya que el personaje no la llena.
La misma escritura refleja constantemente la indiferencia.
La trama desemboca en una situación carcelaria asfixiante que barniza el relato de tonos trágicos. ¿Acaso no sería el personaje una estructura humana vacía? ¿Un humano simple medio estructural?
Creo que la magia del libro es el agobio que nos origina el palpar la oquedad existencial (y aquí sí está bien dicho) del protagonista. Es alguien total y absolutamente deshumanizado. Quizá el final sea optimista en ese sentido: pero la desazón de todo el texto le restaría protagonismo en el caso de que así fuera. Allí radica su validez.
Se trata de un libro fundamental: exquisítamente breve; un regalo que podemos hacernos en una tarde de domingo aburrida. Indispensable como referencia a la problemática del hombre desnaturalizado/ normalizado.

La herida.



Hay momentos en los que callo y pienso. (No es que piense pocas veces sino que siempre se piensa hablando, aunque sea a uno mismo). Pero hay momentos en los que callo. Hay un silencio que me ahoga en una soledad triste, en una languidez histórica. Pienso en la herida de esta tierra, en el terruño o patria de Bloch: en la arcilla hecha herida, cortada por el bisturí de nuestra guerra.
La última vez me pasó en la plaza de la Paheria; donde se depositaban los cadáveres de los muertos en el bombardeo de Lleida, el 5 de noviembre de 1937 (la foto es de esa misma plaza). Ahora pasamos sobre las losas y nos preocupamos de subir el volumen del mp3 o de llegar corriendo, cada cual, a nuestros quehaceres.
Otras veces miro por la ventana en la biblioteca en la soledad del silencio y los libros. Y entra en mí una poderosa tristeza. Y vislumbro la debilidad de la letra y la fuerza del poder afásico, analfabeta urdimbre de relaciones basadas en el poder. Schiller soñó que se encontraba ante Dios y éste le daba a elegir entre La Verdad y la Búsqueda de la Verdad. El poeta escogió la búsqueda. Pienso en Gracián y en la soledad del docto. Darse cuenta de que la razón es violenta a uno le amarga. Cuando te das cuenta de que el querer tener razón es la causa de la misma violencia: porque la misma razón es violencia; al menos la razón que muchos conciben.
Miro la calle alumbrada y la biblioteca a mi espalda está vacía. Observo las fotocopias del libro de Foucault que acabo de terminar. Miro los carteles de los independentistas; el cartel de Rajoy; todos hablan, escriben: mientras Foucault, Kant, Nietzsche, Adorno, Marcusse, Horkheimer, Jameson... mientras todos ellos callan. Por eso odio esa herida, esa guerra y el silencio en el que nos hundió y aún nos hunde. Observo a la gente joven - a nosotros mismos - y veo su influencia. Su influencia muda. Porque las dos españas quieren tener razón. Y lo peor es que seguramente la tienen. Cada cual la suya. Este no es un artículo filosófico; no está pensado, no está esquematizado. Su valor radica en ser un borbotón de tristeza. Machado escribió: 'españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos españas te ha helado el corazón'.Cuando tengo esos silencios me siento helado. Olvidar la guerra es la mejor manera de hacerla presente. Estoy harto de la individualización que no es más que normalización y que Foucault tanto se esforzó en demostrar. Cuanto más singulares nos parecemos más mediocres somos. Es la 'normalización'.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Trópico de capricornio. Henry Miller.


Tenía un gran vacío respecto a Henry Miller, citado siempre e influencia de casi toda la literatura americana con la que he topado. Así que me decidí.
Opté por la fama - merecida, creo - de sus dos trópicos. Y entre ellos el de Capricornio. ¿Por qué? Es el que estaba en la biblioteca.
De todos es sabido - incluso para quién no lo haya leído - el estilo escrito de Miller. Primera persona. Autobiográfico; prolongado en Bukowski, Kerouack, y un largo etcétera.
Contrariamente a lo que decía justo debajo del Libro de Collado, Miller sí mezcla influencias varias. Algo que particularmente me gusta mucho en literatura. La literatura debe ser una invitación a la diferencia: para cultura monista ya tenemos la tv y las películas americanas, y Miller invita a a ella. Es una narrativa en ocasiones dificil. Puedes perderte si no estás concentrado; pero se mantiene cierta estructura ante el aparente desorden. Y es de agradecer.
La soledad del diferente es la gran protagonista del libro. Más si tenemos en cuenta la fecha del mismo. Algo que puede impresionar a una lectura demasiado bien estante actual y que supone el motivo de su lectura apologética.
Es para volver a él. Prefiero ser una invitación que un exégeta de un texto que se lee en continuo; que trata la misma vida, el puro acontecer desde una fidelidad que por idiosincrásica no deja de ser harto sincera.

El día que murió Chanquete. J. Collado.


Debo reconocer que accedí a este libro - suavemente depositado en la estanteria de mi amada biblioteca pública de lleida (¿Acaso no amo a todas las bibliotecas?) - por lo llamativo del título, y la modernidad que la contraportada - leída demasiado vertiginosamente - me aseguraba. Digo esto porque no supe que se trataba de libro y colección gay hasta leer el primer párrafo y convencerme posteriormente al enterarme del título de la colección: Salir del armario.
Me picó si cabe aún más la curiosidad. No tengo costumbre de explicar tramas en este mísero blog, por lo que tampoco lo haré ahora. Tan sólo dejar caer que se trata de una novela de amores (obviamente de amor gay) frustrados y logrados que el protagonista vive con ejemplaes Bear. De allí su primera erección con Chanquete.
Hay tres partes bien diferenciadas. Una primera en presente, una media que accede a tiempos lejanos, y una final también en presente que ofrece el desenlace.
No me ha gustado la segunda. Excesivamente alargada, cuando ya el mismo autor nos había acostumbrado a un ritmo trepidante y bien llevado en la primera. Además su registro en pasado no está todo lo dominado que debiera estar: sobre todo en oposición a la primera persona presente. Particularmente pienso que allí se tropieza consigo mismo: parece ser resultado de cierta manía a explicar todo, cuando a lo mejor un simple silencio o un recuerdo menos expuesto, más sincopado, hubiera mantenido mejor el ritmo y la atención.
Por otra parte he echado de menos una mayor implicación queer. En mayor medida cuando considero que el mayor atractivo del libro es que precisamente sea gay: el enfrentarnos con pre-juicios a lo Gadamer (no como juicios establecido anti-lo que sea) nos hace ser conscientes de nosotros mismos y de toda la axiología que llevamos dentro. También me parece chistoso que en el prólogo se nos cite el texto como un choque de registros cuando el monismo es absoluto. Sí que cita a Nietzsche, pero como quien puede citar a Ibn Rusd o al mismísimo monje Gaulino; sin tener ni idea de quién son.
Es graciosillo. Una novelita normalita. Pero gay. Y por lo tanto una puerta a un mundo que mucho/as no vivimos ni, seguramente, viviremos...
¿Viajar sin salir de casa?

lunes, 12 de noviembre de 2007

Las vírgenes suicidas. Jeffrey Eugenides.

Hay novelas que tienen raigambre en la sociedad sin que yo logre averiguar el por qué. Este libro es otro ejemplo: me ha decepcionado. Y no es que me haya desagradado la trama - que seguramente tiene más miga que la exprimida - sino que no comparto, en absoluto, el modo de escritura empleado. Una primera persona del plural retratada mediante un registro propio de reportaje, no creo que sea lo más adecuado para una novela de este tipo. Además he observado errores de bulto: como la manía infantiloide de hacer aparecer objetos de narración justo en el momendo adecuado; cosa que en un libro que pretende ser un informe objetivo parece incluso chistoso.
Me ha costado leerlo. He necesitado estómago; esperando que al final algo me hiciera sucumbir a un pretendido encantamiento.
Pero sinceramente me ha parecido un libro absurdo. Cuando, por ejemplo, pretende ser tan fiel a lo que cuenta que incluso se toma la osadía de citar documentos adjuntos al texto: como si se relatara a un juez...
Sí que es un retrato de la sociedad estadounidense; pero más parecido a un reportaje etnológico que a una novela de pretendido éxito. Sé que es primera novela; y que su pretendido escándalo hizo pasar por encima estos errores.
Sinceramente no lo recomiendo. Con el estómago que tengo que me cueste tanto leer un librito es significativo. Mal. O no capto matices o este libro está sobrestimado. Y mucho.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Procesos de identidad (Opinión).



De todos es sabido que los procesos de identificación requieren de otro, que objetivándonos en su aprehensión, nos autobjetive en nuestro conocimiento de su actividad intelectiva. Se pueden citar numerosos ejemplos nacionalistas, de estamentos deportivos, de afinidad de marca que demuestren cómo se depende del otro, incluso en algo que parece sumamente egocéntrico, para nuestra construcción. El estructuralismo iba por ese camino (recuerdo el final del hombre de Foucault). Y la crítica kantiana al individualismo cartesiano ya escondía la urdimbre intersubjetiva que se vislumbraría en la razón pura práctica y su reino de fines - la famosa dignidad fichteana. Todo ello no dejaría de ser un tema filosófico sino fuera porque el proceso de autoidentidad política, de comunidad e incluso de cultura, lo convierte en un problema de marcado talante ético.
En España está de moda esta discusion. Siempre he creído que el vacío educativo político-ético que el franquismo supuso dió origen a una generación políticamente perdida, que sólo supo ver en la democracia el futuro cumplimiento de su racionalidad estratégica (que cumpliría, en definitiva, la racionalidad weberiana de medio fines, facilitando la entrada del elitismo político de Schumpeter, y la aparición de tecnócratas prefesionales caídos en el neoliberalismo) y nunca acceso a un mundo políticamente mejor en el que ya no se creía y que era considerado utópico por aquellos que en su vida sólo supieron aprender a "tirar a fin de mes". Tal afianzamiento a las circunstancias de a pie ha teñido de conservadurimo a la política española, para caer en procesos de identificación amigo/enemigo austentados en metanarrativas arcaicas sin ningún sentido.
De ello nos salvaba, ab initio, la posmodernidad reclamada por Lyotard; que ahondaba en la crítica a las metanarrativas o sistemas dialécticos metafísicos, pero que en su anverso parecía abandonarnos al desconsuelo político (el correlato del duelo de Dios Nietzscheano típicamente alemán, dirá Rorty). A ese pretendido anarquismo se opone Habermas. Opuesto filosóficamente a Rorty, pero no políticamente; y en ambos sentidos al pensamiento francés contemporáneo.
El peligro que se ha realizado en la sociedad es la admisión del nihilismo filosófico - reflejado en una vuelta conservadurista a la técnica por parte de aquellos educados en el humanismo ilustrado, democratizados por ello con los no educados en ningún ámbito - y, al mismo tiempo, la vuelta a atrás a procesos de identidad escolásticos, indiscutibles - producto directo de una economía emotiva, de un comunitarismo tradicional (McIntyre, Gadamer) que es totalmente inconsecuente.
La filosofía del presente, inadecuada para juzgar el pasado porque simplemente ya no le importa, junto a la des-responsabilización política habida en una tecnocracia economicista acoge en sus fauces los vicios de la posmodernidad pero no sus virtudes. El postcapitalismo avanzado de Jameson termina en una metafísica de economía de esfuerzos harto peligrosa.
No eres español sino cantas el himno, no eres catalán sino eres del barça... estulticias ridículas excepto en su fondo. Metáfisica impuesta por los sistemas de poder (Foucault).

martes, 30 de octubre de 2007

Suicidio perfecto. Petros Markaris.


De una novela negra poco puede decirse en un espacio como éste. Me repetiré afirmando que Markaris logra ser original en un género en el que muchos por querer innovar acaban repitiendo.
La trama es buena. Con algún pequeño vacío que todas estas novelas dejan: algo creo que les es congénito.
Sin embargo el autor logra que nos identifiquemos con los personajes. Entramos en la vida familiar del protagonista, y sentimos el cariño y el odio que la rutina matrimonial genera.
Me gusta.

lunes, 22 de octubre de 2007

La senda del perdedor. Charles Bukowski.


Vuelvo a mis andadas barriovajeras con este librito autobiográfico - como casi todos - de Bukowski. Me quedé con ganas de ahondar en su jodida infancia con los dos últimos relatos de su último libro leído, y a fe cierta puedo decir que lo he hecho. Quizá sea el libro suyo que más me ha gustado. Todos sabemos lo escandalosa que es una primera lectura de este borrachuzo, y como nos llama su mal vocabulario y sus historias de mujeres desesperadas y botellas de cerveza: me gustó atisbar bajo esa urdimbre de prosa directa, y muy válida - tampoco nos quedemos en una lectura meramente adolescente - un arraigo, una explicación consciente de su tirantez y su frialdad. Ser el hombre congelado: esa quietud, ese egipticismo derivado de un desasosiego profundo, causa directa y consciente - por parte de Bukowski - es lo que encuentra explicación en este libro directo, de lectura rauda y prosa vigorosa.
Escrito en primera persona como siempre, capítulos breves: vértigo de acción; y un retrato fiel de la urdimbre social de los Estados Unidos de preguerra y en total depresión del 29. Me recuerda levemente al libro autobiográfico de Fante reseñado en este blog. Quizá se trate de su texto más contribuyente: un escrito que supera el (no)proyecto personal del propio autor para describirnos un mundo - o tendría que decir submundo - mediante imágenes biográficas que retratan fielmente un espacio y un tiempo que nos es lejano. Lo más destacable, y lo que salta primero a la vista, es el tétrico ambiente familiar en el que Bukowski creció. Los malos tratos recibidos por un representante encomiable de una dialéctica totalizante, de un sistema de poder familiar de lo más anclado en la célula familiar, es decir: su padre; junto a él, una madre silenciada, alienada en una adoración opiácea de la figura matrimonial. Todo ello configura un ambiente asfixiante en el que la biblioteca pública será la única luz de un mundo que falla.
Creo que la gracia de Bukowski es esa. La plena conciencia de su egipticismo nihilista. ¿Se atisba en él aún un duelo por Dios como, por ejemplo, pasa en Nietzsche? ¿O ya supera esa atrición para ahondarse en plena posmodernidad desencantada? No. No la supera. Y ese dolor, esa tensión plenamente consciente - lo repito porque no hay lectura psicoanalítica de ello - es lo que proporciona una lectura trágica de sus textos.
Buen libro. A lo mejor no el primero para entrar en Bukowski, pero sí el central de cuanto de él he leído.
Anagrama, como siempre.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Viajes con Herodoto. Ryszard Kapuscinski

En este mismo blog introduje hace un tiempo una reseña sobre Lapidarium IV de este mismo autor. Ese libro fue de mi agrado y me atreví a entrometerme más en su obra. Me gustó su lectura fácil, su equilibrio entre cierta exigencia intelectualoide, o mejor decir: responsabilizante, y esa sencillez de la escritura de reportaje.
Viajes con Herodoto me ha decepcionado. No es que sea mal libro, o esté mal estructurado, que a veces lo está, sino que simplemente creo que no dice nada. Es curioso que un libro que en principio tiene que servir para viajar con Kapuscinki sea al final un viaje con el mismo Herodoto, curioso que lo que tendría que ser la excusa se convierta en lo más válido del libro. Algo que no se busca como lector, y algo que el autor no está del todo capacitado para ofrecer. Ya observé en Lapidarium IV cierta manía a dogmatizar, a esgrimir enunciados con toda la pachorra. No estoy diciendo que diga todo mentiras - al contrario dice cosas con mucho sentido - pero sí cae en errores de bulto.
Acierta por ejemplo cuando escribe: " Y que hay que conocerlos (se refiere a otros lugares y gentes) porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los que vemos reflejada la nuestra (cultura). Gracias a esos otros mundos nos comprendemos mejor a nosotros mismos, puesto que no podemos definir nuestra identidad hasta que no la confrontamos con otras". Gran verdad enunciada y sobre todo encubierta en toda actividad antropológica, y tan bien explicitada por Javier San Martín. Quizá esa sea la epifanía del libro, y parte del motivo por el cual Herodoto está de moda.
Con ello entramos en algo de vital importancia. Y es el reino de fines Kantiano y la dignidad fichteana. El como el respeto y la libertad que lo cimenta nunca pueden ser absolutos en cuanto entes estancos, sino que se dan, se nos donan, en una urdimbre intersubjetiva, que al mismo tiempo que los posibilita nos los hace objeto de posible aprehensión. También cobra relieve el concepto de los contrario griegos; el otro nos hace a nosotros, y seguramente su destrucción facilite la nuestra propia. Cuando atisbamos diferencias culturales es porque disponemos de un mismo paradigma en el que captarlas. Y ese paradigma que nos separa, al mismo tiempo nos une. Comprender esto es de vital importancia para entender los derroteros de toda filosofía actual: colmada en un mar de intersubjetividad, que siendo o no transcendente nos pueda dar un marco adecuado de actuación ético-política.
En cuanto a este libro poco más. Sencillo, legible, sugerente quizá. Pero algo entre autobiografía, libro de viajes, diario intelectual, tantas cosas quiere ser que no acaba siendo ninguna.

jueves, 4 de octubre de 2007

La filosofía hoy. Javier Muguerza y Pedro Cerezo, editores.


Gran libro. Puedo decir, sin ninguna duda, que estamos ante uno de los mayores esfuerzos editoriales llevados a cabo en España por parte de la filosofía más seria. Artículos de Celia Amorós, Félix Duque, Cafarena, Acero, Adela Cortina, Victoria Camps, Javier Echeverría, Reyes Mate, Jesús Mosterín, Jacobo Muñoz, Manuel Cruz... Todos ellos hacen que el repaso a la filosofía contemporanea, objetivo del libro, se haga desde una atalaya de lo más privilegiada. Obviamente no puedo hacer más reseña que ésta. Y decir, también, que supone una aproximación acertadísima al batiburrillo de corrientes filosóficas que invaden este principio de siglo - aunque el libro sea de finales del anterior.
Entre tantos artículos unos destacan más que otros... particularmente me han gustado especialmente el de Echeverría - un santo de mi devoción - el de Celia Amorós - en ámbito existencialista - y Adela Cortina - otra santa. Menos el de Mosterín, en el que parece más hacer apología de sí mismo que limitarse a describir, y el de Félix Duque, que quizá quiera decir más de lo necesario en tan pocas páginas. El círculo de Frankfurt, la ética anglosajona (Rawls Vs Nozick), la filosofía analítica y del lenguaje (Desde Frege, Rusell, Wittgenstein, Kripke, Austin, Karnap, Searle, menos tratados Davidson, Putnam), la fenomenología que desde Husserl, accede al pensamiento francés de la mano de Heidegger, el desconstruccionismo de Derrida, etc, etc.
En definitiva: un libro barato, si tenéis la oportunidad de coger la edición del 30ª aniversario de Crítica, que os puede acercar, a quien no lo esté ya, a la filosofía actual, y a quien lo esté, servir de guía de autores y corrientes.
Muy recomendable para todo aquel con cierto bagaje mínimamente cultivado.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Cosecha roja. Dashiell Hammett

Vuelta a las andadas con otra novela negra - género que cada día me gusta más. Y esta vez de mano de uno de sus grandes maestros junto a Chandler. Poco se puede decir de una novela de este tipo. Que se devora, que se consume, formas manidas de querer decir que simplemente me ha gustado. Interesante el fondón detective; quizá menos interesante la típica manía de muchos autores de resolver casos en un alarde de picaresca anunciado en diálogo; obviando que se sigue psicológicamente al personaje/narrador excepto en el desenlace. Una forma quizá excesivamente brusca de dar salida a una trama complicada expresamente.

Los confidentes. Bret Easton Ellis


Vuelvo, como los pocos lectores de este rincón se habrán percatado, a rescatar otra novela de Easton Ellis. No es de extrañar debido a la impresión positiva que tube con Leyes de atracción. No sé por qué caigo en la novela norteamericana con excesiva asiduidad. A veces creo pensar que lo alternativo en EUA no tiene otra salida que el ámbito menos mercantilista de la literatura (a exceptuar los autores comerciales por excelencia).
También siento una curiosidad innata por aquel país. Sus calles anchas, sus polígonos enormes repletos de chatarra a lo Ballard. Todo configura en mí una expectación a la hora de cómo gestionar tal cúmulo de despropositos.
El relato - ¿o debería hablar de relatos? - se ejecuta en primera persona. Y muestra muy a las claras el total nihilismo y desencantamiento de la clase pudiente californiana. El libro recorre varias vidas entrelazadas entre ellas: con una prosa ágil que roza en ocasiones lo absurdo. Pero un absurdo anhelado en una sociedad y clase obcecada en la tranquilidad hallada en valiums y ociosidad menesterosa de droga. Y que en ocasiones dialoga sin las mínimas circunstancias de una situación de habla ideal. Queda de más decir que se trata de un libro crítico, deprimente en su aparente hedonismo absurdo, y que roza lo insultante para determinada tipología personal.
Mi particular opinión es que se trata de un reflejo tan sumamente indecoroso de esa clase que no puede resultar menos que apetecible. En su debe queda, a mi parecer, una crítica más profunda del quietismo conservadurista burgués. Algo que no se trata en el libro, ya que Ellis tan sólo ahonda en la clase más pudiente; cuyas mayoritarias actuaciones son - en su gran medida - de un absurdo tan claro que se puede identificar al infantilismo más común, y que por tanto es de fácil crítica y exégesis.
El libro puede leerse en clave postomodernista. No estará muy lejos de F. Jameson y sus grandes centros comerciales como icono de la desvalorización, pérdida de todo fundamento axiológico, que termina en el filo del presente como lo único concebible, y el carpe diem en el que el dinero es un importante pilar.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Richard Rorty. Una lectura.

1. Breve introducción

Citar a Rorty es hacerlo siempre en la tesitura política y ética; sea en filosofía de lenguaje, sea en epistemología o sea en el contexto más general de huida postmetafísica: Rorty es siempre un pensador político. Es pues pertinente no olvidarse de ello, ya que es en el anhelo de la justificación liberal y en la negación de la razonabilidad de crueldad alguna, y por ende, en su pragmatismo a la hora de su logro, dónde todos sus esfuerzos convergen. En su filosofía – siempre en minúscula – se recibe el eco de cierto utilitarismo anglosajón, y sobre todo se concibe como, lo que él mismo dice, una sempiterna nota a pie de página a Dewey. Es cierto que el neoyorquino huye del sentido común: pero más cierto es aún que su pensamiento recoge a todos aquellos críticos con el filosofar metafísico que desde Platón viene con nosotros. Su obra refleja un descenso a la cotidianidad, a la contingencia asumida, así como un sentimiento de hastío respecto a la filosofía profesionalizada.
Un motivo por lo que la obra de Rorty haya influido tanto es la divergencia fundamental que propugna entre el hábito privado y el comportamiento público. Lo veremos más tarde. No sin antes anunciar el por qué de esa diferenciación. Aunque reniegue del vocablo postmodernismo, en alguno de sus escritos, Rorty participa del mismo; y lo hace huyendo de todo léxico sustancialista que participe de la creencia monádica en el ente. Ello no debe hacer creer en ninguna tesis antirealista; Gideon por ejemplo afirma que: “Rorty puede ser descrito, justificadamente, como un materialista ontológico […] epistemológicamente nominalista…
[1]” El filósofo norteamericano confía pues en un mundo pero participa del sentimiento de que no podemos jamás describirlo de una manera definitiva – No existe para él ningún metaléxico capaz de ello. Ni como postmetafísico ninguna certeza absoluta que proporcione un abanico axiológico capaz de justificar una política determinada:

No parecía existir nada parecido a una atalaya neutral desde la que esos primeros principios alternativos pudieran ser evaluados. Pero si tal cosa no existía, entonces la misma idea de certeza racional y la idea socrático-platónica de reemplazar la pasión por la razón no parecían tener mucho sentido
[2].

Es pues imposible conocer la ousía de nada, ni del pelo, del barro, ni de la república perfecta. No hay pues necesidad de igualdad axiológica alguna entre lo que motiva el comportamiento privado y el público. Porque no hay, verbi gratia, una esencia de la bondad; no hay pues lugar de referencia en el que fundamentar ni la acción moral ni la política. Ahora bien: que no pueda aunarse en una idea o esencia lo privado a lo público no implica que no sea lo preferible converger ambas y no en un esencialismo claro, sino en plena acción humana. No se olvide a lo largo de todo el trabajo que:

Con Hegel los intelectuales comenzaron a cambiar sus fantasías de contacto con la eternidad por fantasías de construcción de un futuro mejor. Hegel nos ayudó a comenzar a sustituir el conocimiento por la esperanza
[3]

ni tampoco el marcado carácter utópico de Rorty. Una utopía de la que participa a mi entender toda la filosofía en minúscula rortiana
[4].
El libro del que trata este pequeño trabajo: Contingencia, ironía y solidaridad, (en adelante CIS) intenta “establecer … [que] la reflexión filosófica debería centrase principalmente en la solidaridad humana, y no en un género de objetividad más allá de la subjetividad
[5]”. Observaremos a lo largo de todo el texto como Rorty intenta, en su esfuerzo final sobre todo, ampliar la solidaridad – mediante una lealtad ampliada – para que no requiera de una atalaya axiológica en la que posarse.
Empecemos.

2. Contingencia

2.1 Contingencia del lenguaje.

Hablar de Rorty y de filosofía del lenguaje es hacerlo, siempre, indirectamente de Donald Davidson y sobre todo de su huida de la referencialidad y del esquema contenido. También como veremos de la metáfora.
El fenómeno de la contingencia ya expresa como decíamos en la breve introducción el sentimiento de duda hacia el confort metafísico. Téngase en cuenta que Rorty considera el giro lingüístico como un paso más dentro de la tendencia kantiana a querer referir lo pensado o hablado a una sustancia alejada al contexto. Así comenta:

Desde Kant, los filósofos vienen creyendo que podría cumplirse averiguando cuál es la estructura a priori de cualquier investigación, lenguaje o estructura social posibles. Si abandonamos esta esperanza perderemos lo que Nieztsche confort metafísico, pero quizás restablezcamos nuestro sentimientote pertenecer a una comunidad
[6].

Y que quede bien claro, repite Rorty, que no se está negando a que exista aquello a lo cual podríamos referirnos, sino que se resiste a asignarle importancia a la pretendida referencialidad tú a tú. El lenguaje no es un medio, no refleja fenomenológicamente la realidad, o mejor aún: no sabríamos decir qué refleja - por lo que muy pragmáticamente Rorty deja de interesarse por la pregunta. El neoyorquino pasa de inquirirse por la relación vertical del nombre al ente (recordemos que Rorty siempre adjudica la verificabilidad a la descripción y nunca a una ajustada referencialidad nominal) para cimentarse en una relación horizontal. Y es aquí donde se demuestra la preferencia hacia Hegel… Sigamos expoliando el ensayo “la filosofía en cuanto género de escritura” donde refiriéndose a las filosofía de Kant y Hegel, Rorty escribe:

La primera de ellas [Kant] concibe la verdad como una relación vertical entre la representación y lo que representa. La segunda [Hegel] lo hace horizontalmente, como la reinterpretación que culmina la reinterpretación que nuestros predecores hicieron de la reinterpretación que dieron sus predecesores… y así sucesivamente
[7].

Si aunamos a esto el acercamiento de Rorty hacia el segundo Wittgenstein, que deja de lado la herencia russelliana de referencialidad para asumir el lenguaje a una caja de herramientas que permitiera la mutua comprensión entre humanos, personas participantes todas ellas de un mismo juego: podremos comenzar a hacernos una idea de la idea lingüística de Rorty. Davidson habla de coincidencia momentánea de teorías. Es decir: el lenguaje davidsoniano – y por ende, por lo menos aquí, el de Rorty – se fundamenta en un mismo sistema creencial que permite a los dialogantes interpretar de igual o similar forma unos mismos sonidos y marcas lingüísticas. Si se diera el caso de poblaciones humanas tan dispares que no compartieran ninguna creencia la traducción entre un lenguaje y otro sería imposible. No se trataría de relatividad sino de intraducibilidad. Comencemos a introducir terminología afín a Rorty. El sistema creencial que compartimos se traduce en un léxico común, un léxico con el significado que la interpretación continuada de la historia y de nuestras anteriores generaciones ha fijado: es lo que denomina el uso literal del léxico, la habitualidad de un vocabulario que ¡ojo! es fundamental porque a la hora de crear nuevos léxicos supone el punto de apoyo.
¿Nuevos léxicos?
Así es. Recuérdese lo que se comentó al inicio de este trabajo. Todo en Rorty es político. Y esto nuevos léxicos también lo serán
[8]. Fijémonos ahora, sin embargo, en la importancia de la metáfora. La metáfora supone el uso inhabitual del lenguaje y por lo tanto carece de significado. ¿Por qué? Muy sencillo: porque como uso no habitual no posee anclaje en ninguno sistema creencial humano. Supone pues una creación humana y por lo tanto contingente. Voilà! Pensemos en todas esas metáforas, esos nuevos vocabularios creados desde la más plena contingencia. Dice Rorty:

En su opinión [se refiere a Davidson] lanzar una metáfora en una conversación es como interrumpir súbitamente ésta, lo necesario para hacer una mueca, o extraer una fotografía del bolsillo y exhibirla, o señalar algún aspecto del entorno o abofetear al interlocutor, o besarlo. Introducir una metáfora en un texto es como utilizar bastardillas, o ilustraciones, puntuación o diagramación inusuales
[9].

Pero claro: eso es producir efectos pero no modos de transmitir mensajes. Por eso dice Gideon que “en la visión de Davidson y Rorty de la metáfora, el efecto de las metáforas es performativo (describen haciendo en lugar de transmitiendo contenido semántico)”
[10].
Es en el ansia de querer parafrasear estas metáforas donde surge la necesidad de un nuevo vocabulario, que paradójica y afortunadamente acaba modificando las creencias de los interpretantes de la metáfora. Esta sed es fundamental para el conocimiento del pensar político rortiano.

2.2 Contingencia del yo.

La asunción por parte de Rorty de la contingencia del yo no es más que otro corolario necesario de su huida del esencialismo y de toda metafísica. Una vez dicho esto nos será fácil entender al filósofo neoyorkino. En CIS, Rorty arremete contra Larkin por su manera de querer diferenciarse esencialmente. Es decir: metafísicamente.
Resulta ridículo casi insinuar que Rorty no considere a los humanos diferentes entre sí: por supuesto lo hace. Pero lo hace en una construcción que recuerda mínimamente a Sartre: ese nos vamos haciendo tan existencialista
[11]. Veremos al final del trabajo como Nabokov o Proust forjan un proyecto individual, se construyen a sí mismos con plena conciencia de su mera contingencia[12]. No sólo eso: sino que es precisamente ese conocimiento de la contingencia lo que nos hace. Por eso Nietzsche cambia el fue por así lo quise. Y por eso también analiza ese eterno retorno moral tan típico. Haz lo que siempre harías, haz la contingencia que entre en tu proyecto personal… de la que nunca te arrepientas. Esa incapacidad de arrepentimiento o de plena aceptación de la contingencia que te ha hecho es la racionalidad de Freíd, y uno de sus mayores logros. Debido en parte a la des-universalización del sentido moral kantiano, y el convencimiento de su misma contingencia.
Punto y aparte, esto es fundamental. En esta racionalidad como conciencia de nuestra contingencia se entrevé lo que resultará ser la solución propuesta por Rorty. Freud no duplica al hombre en razón y pasión como hace Kant; sino que propugna mediante una psicología moral la unicidad del individuo
[13]. El Yo, el Superyo, el Ello, se le den los nombres que se les den está claro que participan de un mismo individuo. Es más: introduzcamos la imaginación. Un mismo individuo podrá anticipar la creación de nuevos léxicos mediante la utilización de novedosas metáforas sin tener que dejar su razonabilidad de lado. De ahí el parasitismo de Bloom. Y de ahí - ¡esto es importante! – que la misma persona que puede crear el nuevo vocabulario pueda al mismo tiempo defender lo logrado con los viejos. La utopía realizada de una sociedad poética total sería una mera imposibilidad. No es posible la sociedad poética perfecta porque se requiere de las viejas herramientas para forjar lar metáforas nuevas. Las doctrinas comprensivas de Rawls deben diferenciarse del quehacer político[14].

2.3 Contingencia de una comunidad liberal.

No quisiera que por una excesiva atención en los detalles se obviara lo que supone el punto central de las dos cuestiones pretéritas y ésta. A saber: el fenómeno de la contingencia. Rorty no está diciendo sino que el lenguaje es contingente, que la construcción de nuestro yo (y nuestra moral y nuestra razonabilidad) es contingente, así como que nuestras instituciones también lo son. Ello podría parecer una caída en el relativismo, pero no será así si consideramos en concepto de verdad que Rorty comparte, una verdad horizontal, una verdad que se redefine poquito a poco, merced a nuevos vocabularios a través de la historia. Pero, ¡ojo!, no veamos en ello una demostración de la famosa navaja de Ockham que permita acercarnos más a la verdad… en absoluto. Rorty no dice nunca esto es verdad, dice esto funciona, nos ha funcionado en occidente aun con nuestro millares de errores.
Hágamos una cosa, citemos a Horkheimer y Adorno:

El sí mismo, completamente atrapado por la civilización, se disuelve en un elemento de aquella inhumanidad a la que la civilización trató de sustraerse desde el comienzo. Se cumple el temor más antiguo: el de perder el propio hombre
[15].

Esta cita nos va a resultar extremadamente útil. Recordemos a Thoureau por un instante. Decía que “hay que elegir entre la humanidad y la naturaleza”. Y eso mismo parece que se hizo en la ilustración según el texto trascrito. Se eligió por la humanidad. Thoureu se fue junto al lago Walden y Horkheimer y Adorno criticaron por ello a la ilustración: que en su sed de dominio dejaba al hombre semicojo. Rorty no hará lo mismo. Sin embargo sí optará por un retorno al romanticismo, pero no un retorno radical-revolucionario. Rorty cree, contrariamente a Thoureau que sí se puede ser natural y humano a la vez… quizá no en el mismo instante, pero sí (y cien veces, sí) en el mismo individuo. Y sin necesidad alguna de despotricar y mucho menos derrocar las instituciones ilustradas que digamos lo que digamos (pensará Rorty) han hecho mucho por la democracia
[16].
La contingencia de las democracias es confirmada por Rorty cuando acepta que su léxico sea substituido ahora por un vocabulario de creación de uno mismo. Algo tan didáctico como: ya que estamos bien políticamente esforcémonos ahora por hacer algo de provecho con cada uno de nosotros. El “progreso intelectual como literalización de las viejas metáforas”; viejas metáforas superadas pero que se siguen poseyendo. Ese nuevo léxico creado en la literatura permite la denuncia, la queja, algo que el léxico ya fijado en vida política no podría proporcionar. Pero claro, estamos hablando de metáforas, porque los signos-tipo permanecen. Ahora bien, esta concesión al romanticismo hecha por un liberal no puede jamás repercutir en el prójimo. Lógico si pensamos que la huida del dualismo, que atosiga a todos los filósofos, se da en Rorty ónticamente en el individuo, no formalmente. Es el individuo quien unifica en sí mismo la pasión y la razón, la pasión privada y la razón(-abilidad diría Rawls) en lo público. Es decir: no existe un hombre razonable y otro pasional, sino que es el mismo quien en su ente alterna ambos - siendo esa capacidad la propia del ironista liberal rortiano
[17].
En tal tesitura es donde debe situarse a mi parecer la racionalidad3 citada en Pragmatismo y política.

La racionalidad3 es más o menos sinónimo de tolerancia, es decir, de la capacidad de no desconcertarse por la existencia de diferencias y no responder agresivamente a ellas
[18].

Esa racionalidad es la que poseería el ironista liberal rortiano. Ahora bien, ¿existe tal personaje?
Podrían hacerlo. Ello supone la utopía de nuestro pensador. En CIS, Richard Rorty se ocupa de comparar a un exponente del ironismo (Foucault) y otro miembro destacado del liberalismo (Habermas). Recordemos que el ironista es aquel capaz de de percibir toda su contingencia. Ambos, Habermas y Foucault, parten, el primero en su crítica y el segundo en su aceptación, de Nietzsche. Habermas
[19], critica el punto muerto político al que lleva Nietzsche. Y concibe la razón como internalización de las normas sociales. Pensemos en la posible herencia que el contractualismo puede tener respecto a la acción comunicativa y el logro de la razón consensuada. La preeminencia política de Habermas es manifiesta, así como lejana en Foucault. Éste advierte que las normas sociales alteran múltiples proyectos personales e impiden la construcción de individuos ironistas estetizantes: objetivo predilecto de Foucault. Esa sociedad poetizada sería únicamente posible tras una revolución. O sea un movimiento de los terminados en –ismo. Es decir una ruptura total con el viejo léxico y las instituciones antiguas creadas por él. Ya sabemos que Rorty no comparte tal radicalismo. En su ensayo “Movimientos y campañas” leemos:

El cambio de los movimientos por la campañas que he estado sugiriendo es, en términos filosóficos, n cambio desde Kant, hagel y Marx hacia bacon, Hume y Mill, considerados no como empiricistas sino como protopragmáticos. Es un alejamiento de la pregunta transcendental: “¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de este momento histórico?”, y el acercamiento a la pregunta pragmática: “¿Cuáles son las condiciones causales para reemplazar la actualidad presente por una mejor actualidad futura?”
[20]

Para ello Rorty no ve necesario ningún universalismo tipo Habermas
[21]. Sino que confía en la propia historicidad de la sociedad a la que pertenecemos y en que las creencias de los participantes en ellas sean buenas (recuerda al principio de caridad de Davidson). Veremos posteriormente cómo podrá hacerlo mediante la literatura.

3. Ironismo

3.1 Ironía privada esperanza liberal.

Dice Hacking:

El siguiente nivel de compromiso adopta una actitud irónica hacia X. X, que nosotros consideramos una parte inevitable del mundo o de nuestra arquitectura conceptual, podría haber sido completamente diferente. Sin embargo, no podemos deshacernos de él, forma parte de nuestra forma de pensar que evolucionará tal vez siguiendo su propio camino, pero respecto a la cual no podemos hacer nada mejor ahora. El nombre utilizado para esta postura sigue el ejemplo de Richard Rorty, Contingencia, ironía y solidaridad. Ironía respecto a X es constatar que X es altamente contingente, el producto de la historia y las fuerzas sociales, y aún así algo que no podemos en nuestras actuales formas de vivir, dejar de tratar como parte del universo en que interactuamos con otra gente, el mundo material y nosotros mismos
[22].

Me he permitido una cita tan larga porque a mi entender resume perfectamente la ironía en Rorty, es decir: la conciencia de la contingencia. Se nos echa el espacio encima: pero creo que los párrafos anteriores ya han ido definiendo la figura del ironista.
El ironista es un personaje que huye de la verificación vertical, no cree por lo tanto en un lenguaje que nos refiera directamente a esencias verificadoras aclaratorias. Por tanto se enfrenta al mundo creando nuevas metáforas que propagan nuevos léxicos. Véase en ello la incapacidad de salirse del propio lenguaje por parte de los ironistas. En su historicismo, en su horizontalidad no tenemos anclajes metafísicos sino tradiciones viejas que se van transformando. Son los logros poéticos. Metáforas nuevas que se tornan viejas, que se asumen en lo viejo pasando a ser tradición, buenas tradiciones. Los valores de cualquier tipo – obviamente los políticos – son consecuciones de este tipo. En los ensayos, en las novelas, lo que se hace es redescribir lo que nuestros antepasados fijaron léxicamente; mediante esa redescripción el ironista puede modificar el contenido de las viejas metáforas y vocabularios.
Mientras, la sociedad sigue siendo metafísica. ¿Por qué? Una de las críticas que puede padecer la figura del ironista es la de elitista. Y ese elitismo que separa al grupo ironista (un grupo lector hasta el extremo) del resto de la sociedad que por no lectora o por marcadamente esencialista se queda en la relación vertical-platónica de la historia se convierte en una brecha insalvable. El ironista participaría pues de una forma de hacer filosofía compartida únicamente por los de su misma condición. Recodemos que el ironismo (liberal) es aquel capaz de concebir la contingencia de las instituciones pero al mismo tiempo su fuerza y la necesidad de su seguimiento. Ese es el único peligro. Y otro motivo de que el movimiento ironista sea elitista sería la dificultad de la gente no-ironista de seguir valores políticos no demostrados esencialmente. Por eso la sociedad sigue siendo metafísica. Simplemente porque la gente sigue siéndolo.
Y es aquí dónde surge una de las grandes preocupaciones de Rorty. ¿Es el ironista antiliberal? Creo que con lo dicho podemos ya entrever cómo son los ironistas. Pensemos en Foucault, en Nietzsche. Y por otro lado en Habermas. ¡Qué diferentes se nos antojan! Los primeros son ironistas privados, el segundo liberal no ironista. Ya lo hemos tratado en el punto anterior. Pero incidamos en lo siguiente: entre el liberal metafísico (no olvidemos que aunque dialogal la filosofía de Habermas cree en una razón universal) y el ironista que coloquialmente “va a la suya”, Rorty confía en un nexo. En un nexo literario.
Aquí es donde se introduce la crítica literaria en Rorty. Y ¿por qué? Estemos atentos porque le asigno a esto una importancia vital. Dijimos al principio que la intención de Rorty es aunar en una persona al ironista y al liberal, es decir: al consciente de su contingencia y al seguidor de las instituciones políticas liberales que asocian a la crueldad el mayor mal (empático) posible. Entre los valores políticos digamos objetivos que querremos en la sociedad y el proyecto personal de cada cual, las creencias tienden un puente. Porque únicamente las creencias formadas en el proyecto personal de creación de metáforas o aprehensión de metáforas ajenas literarias pueden transformar lo objetivo de la política. Allí está el por qué lo privado y lo público aún teniendo diferentes paradigmas axiológicos pueden unirse en el individuo humano. Allí estaría quizá el error de Foucault: creer que la política no debiera fundamentarse en algo contingente como el proyecto personal.
No es que el ironista requiera también de un léxico por así decir institucionalizado del cual dudar; sino que también sentirá necesidad de huir del dolor. Eso ya lo une al liberal más metafísico posible. El primero separa lo privado de lo público, y el segundo lo acerca hasta la identidad absoluta. El primero como figura filosófica casi clásica en el siglo XX se ocupará del ámbito privado; dejando al novelista la creación social.

3.2 Creación de sí mismo. Proust, Nietzsche, Heidegger.

En los proyectos personales de los tres escritores citados en el título, cabe destacar de entrada las diferencias entre ellos. El primero de ellos pasó a la historia como escritor a secas; los siguientes como filósofos. Dice Rorty:

El léxico de la creación de sí mismo es necesariamente privado, no compartido, inadecuado para la argumentación. El léxico de la justicia es necesariamente público y compartido, un medio para el intercambio de argumentaciones
[23].

Todos ellos se redescriben. Mediante la sabiduría de su contingencia, de la contingencia de su tiempo, del papel del azar en sus vidas: todos ellos tejen su proyecto personal; la justificación como diría Nietzsche sin arrepentimiento del así lo quise. La única diferencia entre Proust y el resto es que él jamás se refiere a lo general o a lo posiblemente metafísico. Lo ignora absolutamente, porque él se refiere exclusivamente a sus salones, a su gente y a sus paisajes. Es decir: Proust no justifica ninguna tesis política, tampoco querría hacerlo porque lo suyo iba a solas con él. No así Heidegger y Nietzsche, antiplatónicos y antieuropeos. Son antimetafísicos metafísicos; se encubren en la metafísica subrepticia del anterior para serlo también ellos. Sueñan la revolución total, una metafísica al revés; donde el super(sobre)hombre se levante erguido, esencial. Por eso son antiliberales; caen en la falacia de pasar de la crítica metafísica a la crítica de las instituciones logradas por ella.
En su construcción personal tanto Nietzsche como Heidegger quieren elevarse sobre el resto, no en un ansia supermetáfisica, sino en un léxico intraducible que los haga propios, extraños – únicos. Hasta allí coinciden con el proyecto proustiano, pero no ya en sus ansias antiliberales. Nietzsche en feroz crítica cae en el enfrentamiento total, en el extremo contrario, no concibe la contingencia sino el error. Y Heidegger por su parte en la autocomplaciencia de la superación total. Ambos conciben lo contingente, pero no fueron capaces de concebir precisamente lo contingente de su propio léxico.
Como ejemplo pensemos en las palabras elementales de Heidegger. Resultaba ser un proyecto bastante similar al del autor de “En busca del tiempo perdido” sino fuera por sus intenciones públicas. ¡Heidegger quería que esas palabras fueran para toda Europa! No podía existir el poema universal.

3.3 De la teoría ironista a las alusiones privadas. Derrida.

Con el último Derrida la ironía y la teoría por fin se separan. El pensador francés fue consciente desde el inicio del error de sus predecesores. Y aunque cayó en la ilusión de buscar también palabras fuertes, al final concibió el error de pretender aunar lo privado y lo público en ningún ente no humano. Por eso Derrida juega al final con los filósofos. Interpreta, transforma, malbarata los léxicos finales de multitud de sistemas del pensamiento. Porque él se hace su léxico íntimo… un vocabulario que Rorty lee en clave literaria, porque Derrida no demuestra, no quiere argumentar, ni contra-argumentar tampoco. El día en que haya sólo un nombre único, una única lectura será la tragedia.
Por eso nunca se sabe dónde situar a Derrida. Interpreta, pero al mismo tiempo que interpreta te está diciendo que esa interpretación es suya. De nadie más. Pero claro; para ello necesitas de una base léxica. Para entender a Derrida necesitamos compartir unas creencias que trasformadas en léxicos comunes nos acerquen a él. Rorty citará Finnegans Wake como una posible ampliación de los mundos posibles. Poca gente ha intentado leer este relato de un sueño como lo definió Joyce, y muchos menos los que lo hayan hecho. ¿Por qué? Porque este libro gusta en la medida es que es entendible-no entendible al mismo tiempo. En la medida en que participa y no participa del léxico compartido. Cuando se lee a este último Joyce se pasa de la alegría del entendimiento a la tristeza del absoluto exilio lingüístico.
Es cuando Derrida se da cuenta de la imposibilidad de unir ónticamente lo privado a lo público cuando se asemeja más a Joyce o Proust que a sus mismos predecesores. Su tema es filosófico, pero el no hace filosofía. Adopta la tesitura de un léxico heredado, horizontal, pero no un léxico que le acerque a nuevos horizontes metafísicos. No afirma nada, no argumenta, él dice lo suyo, aporta su metáfora.

4. Crueldad y solidaridad. Nabokov y Orwell.

Llegamos al final del recorrido de CIS. Para ello recomiendo tener bien presente el Lolita de Nabokov y 1984 de Orwell. Porque son los libros más citados y modelos ironía y contingencia social. Rorty dedica un capítulo a cada uno, mas yo los trataré conjuntamente, ya que creo que es su contraste lo que puede resultar didáctico.
El inmoralismo de Nabokov se puede describir como absolutamente estétizante. La lectura de Lolita deja la sensación de absorta contemplación de la belleza de las nínfulas. Una auténtica adoración que llega a lo enfermizo. Y lo que es más importante, si se sigue la novela con las ideas esgrimidas en CIS lo que llama la atención es la indiferencia de Humbert Humbert. Rorty se refiere al caso del barbero de Kasbeam, yo prefiero hacerlo respecto a la muerte de la señora Haze, madre de Lolita. Una vez atropellada Humbert no padece ninguna mísera conmiseración. Nada. Pero ojo…. es algo en lo que creo que Rorty no presta la suficiente atención. La indiferencia de H.H. no sólo hacia la vida ajena sino a la suya propia. El protagonista pierde años de su vida por el mero hecho de la presencia de Lolita, una presencia marcadamente estética. Es una indiferencia respecto a uno mismo
[24]. Quedémonos no obstante con la crueldad de Nabokov. La lectura de Lolita nos indica las consecuencias de un contingentismo absoluto, en nada preocupado del ansia liberal de no causar dolor ajeno ¡ya que incluso el dolor íntimo parece no importar! Por eso dirá Rorty que Nabokov y Orwell tratan la crueldad y no la autoconstrucción.
Lo más interesante de Nabokov son sus referencias biográficas. El asesinato de su padre y la incapacidad de haber sentido el dolor prójimo cercano hicieron de Nabokov un hombre sin ningún tipo de esperanza social. El mayor sentimiento de daño lo experimentó con la indiferencia, y por eso Humbert padece de esa dolencia respecto al prójimo tan acuciada. Humbert era un monstruo a los ojos de Nabokov, y lo era precisamente por su capacidad de destruir indiferentemente, sin darse cuenta, sin importarle siquiera. Distinta es la perspectiva desde la cual Orwell traza la trama de 1984. No quisiera alargarme mucho ya que es de sobra conocida. Reclamar la atención si cabe sobre la crueldad que allí hallamos. Es una crueldad racionalizada, en la que la tentativa socrática de que el saber ayuda a la moral cae por su propio peso. Es un mundo de contingencia que se hace fuerte en ella. De razón cruel. Consciente y cruel. Nabokov relata un futuro donde un individuo nos hiere en nuestras creencias más ancladas, mientras que Orwell teje un mañana de razón-poder que nos agobia en su absoluto control. Y lo que más nos extraña y aterroriza es que ambos futuros son posibles, contingentes, pueden darse sino se están dando en estos mismos instantes. En la dictadura, aunque aparentemente dejen escribir sobre muchas cosas la capacidad creativa se torna inane. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el escritor se vuelca en la necesidad social. 1984 nos aleja eso.

5. Solidaridad.

Llegamos al final del libro y del trabajo. Dada la importancia del tema recomiendo aquí el artículo “la justicia como lealtad ampliada” del librito Pragmatismo y política, ya citado en notas. Aprovecharemos este último párrafo para concluir y aglutinar los conceptos que ya han ido saliendo. En el fondo todo será repetido.
Recapitulemos primero.
He hecho especial hincapié en la filosofía del lenguaje porque considero que supone el paso más complicado de Rorty. Dejando de lado, por razones de espacio sobretodo, pero también por su menor influencia en el pensamiento político, que es lo que importa, la problemática postmetafísica que trata a Heidegger y Derrida. En los dos volúmenes de escritos filosóficos, editados por Paidós, que han sido utilizados y que es encuentran citados en bibliografía se pueden encontrar un sinfín de artículos sobre ellos. He querido incidir más, por ejemplo, en Davidson y en su uso de la metáfora y cualquiera de las otras dos contingencias, la de la comunidad liberal y la del yo. También la explicación del ironismo ha tenido sus párrafos adecuados.
El modo de filosofar rortiano se caracteriza por su capacidad de no verse afectado por preguntas Filosóficas clásicas que, sin solución a la vista, dificulten su desarrollo. De ahí que su pensamiento posea tanta carga política: se encuentra más cómodo tratando de instituciones liberales que no adjudicando a las mismas cualquier axiología determinada y esencialista que las justifique. Huir del esencialismo, y por lo tanto de la metafísica es por tanto algo fundamental para el neoyorkino. Pero téngase siempre presente que no lo hace porque sea “mentira”, sino porque nunca podrá saberse; partiendo pues de una pregunta mal realizada, una pregunta sin posible respuesta por parte humana. En esta tesitura es donde participa el holismo de Davidson. Sobretodo en lo referente al sistema de creencias que los sujetos comparten y que les permite entenderse. Aquí lo importante en vistas a nuestro objetivo es decir que la contingencia de las marcas sonoras que configuran el lenguaje se fundamentan en la similitud general de las creencias y razones que las causan en el proceso de intencionalidad lingüística. Y esas creencias, en opinión de Richard Rorty, tanto pueden referirse a “esto es un jabalí” como a “esto es lo justo”. Obsérvese la gran sensación de escándalo que puede coger a más de uno leyendo eso. No tenemos anclaje axiológico posible más que nuestro sistema creencial: nuestra redescripción perpetua de las tradiciones antepasadas. (De allí el buen favor, por ejemplo, de la ilustración o el socialismo diría Rorty, y de allí su critica a Horkheimer y Adorno como vimos). Ahora bien… ¿Cómo transformar nuestras creencias? Mediante la metáfora, o lo que es lo mismo: por la literatura.
La metáfora literaria – que carece de significado advertiría Davidson – emplea viejo léxico para originar uno nuevo que posiblemente se transforme en presente y después en vocabulario plenamente asumido- y por lo tanto con significado. Permitiendo que algo que no es entendible ab initio posteriormente lo sea. Pensando en el papel de Dickens obtendremos un grandioso ejemplo. Sus novelas no descubrieron valores metafísicos plenos, sino que transformaron las creencias de gente que quizá jamás había experimentado empatía por el dolor ajeno. Allí yace el fundamento de la solidaridad – aunque yo prefiera el término empatía
[25]. La empatía permite aumentar el conjunto del nosotros. De allí que me refiriera directamente al artículo “la justicia como lealtad ampliada”. No hay una esencia que nos una al indio, no hay un valor ético universal que nos anude al aborigen – por mucho que le doliera a Apel – sino tan sólo una posibilidad de hacernos “algo” juntos, un nosotros universal que única y exclusivamente podría deberse a una ampliación de la lealtad familiar del nosotros: nosotros los humanos, nosotros los seres vivos.
Ese es el utopismo político de Rorty. Una población de ironistas que sepan de su contingencia, pero que valoren su léxico adquirido y quieran aumentarlo con vocabularios diversos originados en las novelas. La literatura como fuente de solución. La justicia como incapacidad de soportar el dolor de cualquiera de nosotros
[26].




[1] Gideon Calder. Rorty. Alianza editorial. 2005. Pág: 64
[2] Richard Rorty: Pragmatismo y política. Trotsky y las orquídeas salvajes. Paidós. 1998. Pág. 35
[3] Op cit. Pág. 57
[4] V. Gr: Cuando discuten la relación filosofía-ciencia, ambos [Dewey y Heidegger] conciben las tentativas cartesianas, husserlianas y positivistas de “hacer científica la filosofía” como un fatal abandono de la función propia de la filosofía. Se intuye en este comentario la tarea de la otra filosofía que Rorty concibe. La construcción junto a otros léxicos como veremos a lo largo de este trabajo facilitará la construcción de una utopía ironista liberal, que a lo que pretende llegar Rorty. Para la cita véase. Richard Rorty. Consecuencias del pragmatismo. Técnos. 1996. pág. 111.
[5] Op. cit. pág 12. Más conciso referente a la filosofía del lenguaje Rorty comenta: … la mayor parte del interés de nuestro siglo por la filosofía del lenguaje equivale a una filosofía kantiana in extremis, un último y desesperado intento e llevar a cabo a escala patéticamente reducida de lo que kant (y antes Platón) trató de hacer a gran escala: demostrar cómo la verdad atemporal puede alojarse en un medio espacio-temporal, regularizar la relación entre el hombre y el objeto de su búsqueda exponiendo su estructura, congelando la sucesión histórica de reinterpretaciones, sonsacando la estructura de toda interpretación posible. Pág: 163.
[6] Ibid. Pág 247
[7] Íbid. Pág: 161
[8] Permítaseme tratar el tema más tarde. En mi opinión estos nuevos léxicos creados por el uso inhabitual del lenguaje (la metáfora) suponen la mayor aportación política de Rorty en CIS. Prefiero comentarlo una vez tratados todos los puntos que preparan el terreno a su implantación. Aquí trato lo fundamental a nivel lingüístico.
[9] Richard Rorty. Consecuencias del pragmatismo. Técnos. 1996. Pág 38.
[10] Gideon Calder. Rorty. Alianza editorial. 2005. Pág: 78. Véase también Richard Rorty. Consecuencias del pragmatismo. Técnos. 1996. Pág 38 párrafo siguiente al citado en la anterior nota. En la página 36 añade: las viejas metáforas estás desvaneciéndose constantemente en la literalidad para pasar a servir entonces de base y contraste de metáforas nuevas. Esta analogía nos permite concebir nuestro lenguaje […] como algo que cobró forma a raíz de un gran número de meras contingencias. Ésta es la razón por la que decía que Hegel era del agrado de Rorty. El proceso postmetafísico que conlleva la desdivinazión del mundo podemos esquematizarlo así: Hombre à Léxico à Lenguaje à enunciados à nuestras instituciones à verdad. Recordemos aquí las semejanzas políticas de Habermas y Rorty, por lo que se refiere a la comunicación intersubjetiva. Pero esperemos para las consecuencias políticas.
[11] Esta relación es más didáctica que otra cosa. No es mi intención ligar a Rorty con Sartre. Ni mucho menos.
[12] Harold Bloom habla de darse luz propia. Bloom es citado en numerosas ocasiones. Yo lo haré en menor medida debido a la imposibilidad de una lectura global de su obra.
[13] Resalto en nota lo que se entrevé. Al dar como válidos al hombre pasional y al razonable (Rawls) Freud está dando cabida al mecanismo individual que permita lo que sería el personaje principal de Rorty: el ironista liberal, un Nietzsche demócrata, un Foucault liberal.
[14] Significa que tenemos que distinguir entre el modo en que se presenta una concepción política y el hecho de que forme parte, o sea derivable, de una doctrina comprensiva: Véase John Rawls. El liberalismo político. Editorial crítica. 2004. Pág 42. Tenemos que tener presentes en todo momento las coincidencias entre los pensamientos políticos de Rorty, Rawls y Habermas. Las diferencias filosóficas son varias, pero no así el razonamiento intersubjetivo que fundamenta su política. Tanto el equilibrio reflexivo de Rawls, como las condiciones ideales de acción comunicativa de Habermas serían aceptadas por Rorty.
[15] Max Horkheimer, Theodor W. Adorno: Dialéctica de la Ilustración. Editorial Trotta, 2004. Pág: 84.
[16] Este tipo de semirazonamiento es típico del neoyorkino. Se debe como ya se ha repetido en su huida de la metafísica y de cualquier atalaya que permita una premisa desde la que deducir principios morales y políticos que rijan la convivencia.
[17] Véase Richard Rorty, Gianni Vattimo: El futuro de la religión. Solidaridad, caridad, ironía. Paidós, 2006. En este librito que personalmente recomiendo por su brevedad y concisión, Rorty aboga por una privatización absoluta de la religión. Algo que comparto. Por ejemplo Joyce en su obrita de teatro Exiliados delimitaba la famosa sentencia el reino de los cielos no es de esto mundo con la coletilla tampoco lo será, pues, su sabiduría. A mi entender Rorty participaría del remiendo. Así podemos leer en la primera obra citada: Según nuestro punto de vista, la religión resulta inobjetable en la medida en que se privatice, en la medida en que las instituciones eclesiásticas no pretendan convocar a los fieles en pos de propuestas políticas y en la medida en que tanto creyentes como no creyentes estén de acuerdo en seguir una política de vivir y dejar vivir. Pág: 53. El planteamiento como se ve es parejo al citado para la ilustración, aunque las instituciones eclesiásticas hayan hecho bien y lo sigan haciendo suponen un peligro y un léxico que públicamente sí debe ser rechazado. (Pág 52).
[18] Richard Rorty: Pragmatismo y política: Una visión pragmatista de la racionalidad. Paidós. 1998. Pág: 81-82.
[19] En este punto quisiera recordar a Apel en su hincapié respecto la prioridad ética de la filosofía contemporánea y su incapacidad para lograrla. Habermas recoge (o participa mejor de) esa herencia.
[20] Richard Rorty: Pragmatismo y política. Movimientos y campañas. Paidós. 1998. Pág. 79
[21] Digamos algo más. Basando Habermas como hace su acción comunicativa en un universalismo que por muy dialogal que sea sigue siéndolo no hace más que prolongar lingüísticamente la condición moral de Kant y postergando por ende a la pasión. El egipticismo provocado por tal talante repercute en una fijazón axiológica de la que el romántico por propias pulsiones jamás querrá participar, justificando por lo tanto que personajes individualistas como Foucault lleven parte de razón en sus críticas.
[22] Véase: Ian Kacking: ¿La construcción social de qué? Biblioteca del presente. Paidós. Pág: 46.
[23] Richard Rorty: Contingecia, ironía y solidaridad. Paidós. 1991. Pág: 16.
[24] Creo que hay que vigilar extremadamente en este punto. Ya que al final podría resultar el planteamiento de vida de Humbert Humbert sea más metafísico de lo que parece. En un proceso de adoración como el ocurrido en la obra, el protagonista se hace consciente de la contingencia en todo, incluso de su mismo proyecto personal. No sé hasta que punto pues Humbert puede ser catalogado de ironista. Aunque sí de estétizante.
[25] Lo prefiero porque supone una identificación con el sujeto que padece el dolor y no meramente una simple adhesión circunstancial a las causas de otros, como reza su definición académica.
[26] Se me acaba el espacio. No quisiera terminar sin comentar aunque sea a pie de página y en nota el artículo de movimientos y campañas. En él, Rorty aboga por una forma de hacer política de marcado carácter pragmático, algo así como una ingeniería social fragmentaria de Popper, fundamentada en campañas breves fácilmente analizables en su fracaso o éxito. Rorty no quiere verse entrometido en movimientos –ismos que de tan enormes resultan incatalogables como adecuados o no. Estas breves campañas supondrían una piedra de toque por la que determinar la salud de una democracia cualquiera. Enfrascarse en movimiento políticos inabarcables resulta políticamente irrelevante. Creo que tal alarde de pragmatismo es necesario en una sociedad en la que a veces no se pasa de una simple teoría pagada por la rutina de la inmensa mayoría no elitista.